El País Martes,
06.06.06
COLUMNA
Hace unos días, el 2 de junio, ha cumplido años -y parece
mentira que tan sólo 80- un hombre que ya había hecho historia a los 35, cuando
publicó -Yale, 1961- su ópera magna, La destrucción de los judíos de
Europa. Después de decenas de miles de libros sobre la cuestión, es aún el
libro de referencia con el que se puede polemizar en algún aspecto pero poco
más. En los años de la posguerra, vistas ya las escenas del horror de la
liberación de los campos de concentración y de exterminio, se dejó de hablar
del Holocausto, pero no sólo en las patrias de los verdugos, en Alemania o en
Austria, donde la mayoría aseguraba no haber sabido nunca nada. Tampoco en las
comunidades judías de Estados Unidos ni en Israel estaba bien visto hablar de
ello, ya fuera en unos por mecanismos de supervivencia y necesidad de olvido,
ya fuera por la vergüenza que generaba por ejemplo entre los segmentos más
ideologizados del sionismo la idea de la pasividad de las víctimas judías ante
su exterminio. Aquella obra de Raul Hilberg cayó como una bomba en ese silencio
que, en realidad, comenzaría a quebrarse entonces también con el juicio a Adolf
Eichmann, los escritos resultantes de Hannah Ahrendt y los grandes juicios a
los comandantes de los campos de exterminio a finales de esa década.
Con los años, Hilberg fue reforzando cada vez más su teoría
de que la voluntad asesina no parte de un marco definido, sino que adquiere
algo así como una fuerza de succión a la que se van incorporando elementos de
la sociedad en absoluto predeterminados. Se trata de una postura llamada
"funcionalista" radicalmente enfrentada a la de los intencionalistas,
cuyo elemento más extremo podría ser hoy Goldhagen. Existe una intención
genocida inicial que llega a tener su fuerza, su lógica y su inevitabilidad por
medio de un proceso social en el que juega un papel fundamental por supuesto el
lenguaje de los verdugos con el salto cualitativo capital cuando la sociedad en
general (los espectadores) y las víctimas lo asumen como propio. Otro de los
grandes libros de Hilberg es, precisamente, Perpetrators, victims,
bystanders, de 1992 (Verdugos, víctimas y espectadores). El
proceso de succión que dinamiza la expansión de la voluntad criminal requiere
que los verdugos tengan unos orígenes legitimados, una firme voluntad de éxito
y enfrentamiento y así una capacidad de intimidación para vencer no ya la
lógica resistencia de las víctimas ya definidas, sino también a quienes entre
los "espectadores" podrían tener una primera reacción de empatía o
solidaridad con la víctima. Hay que inducir al "espectador" a
marginar a la víctima y considerarla como un obstáculo para el bien general. De
considerarse neutrales en un conflicto en el que no participaban por interés
propio alguno, los espectadores comienzan a percibir posibles perjuicios
generales en el caso de que la víctima se resista a su sino en aras de la
armonía general de la sociedad de espectadores. A un tiempo ven que se les
ofrecen ventajas evidentes si el distanciamiento de las víctimas cristaliza en
identificación con los verdugos.
Hilberg dedica mucho tiempo y espacio, por ejemplo, al papel
de los "consejos judíos", en los que hubo miembros que ayudaron hasta
la muerte o la locura a las víctimas, especialmente ya en los guetos. Pero
muchos intentaron salvarse ellos o a sus familias intentando convencer a sus
correligionarios de que los crímenes ya cometidos por los nazis tenían cierta
explicación y que podría llegarse a una convivencia razonable si los judíos
comenzaban a asumir como naturales y aceptables las condiciones de vida.
Con buena o con mala intención fueron muchos los que en
aquellas circunstancias indujeron a las víctimas a "racionalizar" la
voluntad, los instintos y las ambiciones de los verdugos. Así, ayudaron a los
nazis a evitar en Salónica, en Cracovia y otras ciudades unas revueltas de los
judíos que, como demostró el levantamiento del gueto de Varsovia en 1943,
podían ser militarmente inviables, pero, en años previos, habrían sido de
incalculable valor ejemplificador. Quizás hubieran llevado a mucho indiferente
en toda Europa a levantarse contra los verdugos y luchar por la dignidad de las
víctimas, que es siempre la propia.
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