El País Miércoles,
14.06.06
NECROLÓGICA: EN MEMORIA DEL PERIODISTA HUBERTUS CZERNIN
A principios de este año, la prensa de todo el mundo
informaba de que el Museo del Palacio de Belvedere de Viena perdía cinco de sus
cuadros del pintor Gustav Klimt, parte de su mejor tesoro. El Estado austriaco
devolvía dichos maravillosos cuadros a Maria Altmann, la sobrina de Ferdinand
Bloch-Bauer, el propietario judío al que los habían incautado los nazis. Lo que
no sabíamos ni quienes le conocíamos y admirábamos es que esta histórica
decisión era la última gesta victoriosa de Hubertus Czernin, ese gran
periodista y excepcional persona que falleció el sábado en Viena, con tan solo
50 años, a causa de una rarísima enfermedad celular degenerativa a la que ha
resistido durante más de un lustro.
Como nadie de su generación, Czernin ha llevado al Estado y
a la sociedad de Austria a afrontar su oscuro pasado bajo el nazismo y sin duda
forma parte ya, con nombres como Simon Wiesenthal o Friedrich Torberg, de las
autoridades morales sin las cuales es imposible explicar la Austria moderna.
Nació Hubertus en el seno de una de las grandes familias de
la alta aristocracia del Imperio Austro-húngaro, con palacios, honores y cargos
por toda Centroeuropa durante siglos. Y lo hizo en 1956, un año después del
renacimiento de la República austriaca, tras una década de ocupación aliada, de
los escombros del Tercer Reich, proclamada Estado neutral entre los dos grandes
bloques, precisamente en el Palacio Belvedere.
Sus intereses estaban muy lejos de los círculos cerrados de
las grandes familias. Estudió Historia, Arte y Ciencias Políticas. Y no tenía
aún 30 años cuando se convirtió en el periodista más buscado, celebrado y
odiado de Austria. Fue en 1986, cuando lanzó su primera gran bomba sobre la
conciencia austriaca al revelar la presencia de Kurt Waldheim, hasta entonces
prestigioso ex secretario general de la ONU y candidato conservador a la
presidencia de la República, en unas unidades de las SS conocidas por sus
matanzas en los Balcanes.
En aquella época nos veíamos mucho y era difícil andar por
Viena con él. Los insultos le llovían. Unos le llamaban traidor, otros
"enemigo de Austria", nada menos que a un Czernin.
Desveló las andanzas de Waldheim y ante todo sus mentiras y
sus disculpas. Como ya había hecho antes denunciando las complicidades del
partido liberal (FPÖ) con criminales de guerra como Walter Reder pero también
con miembros del propio partido irredentos veteranos de las SS como Friedrich,
a los que por desgracia y cálculos políticos había encubierto y defendido el
propio Bruno Kreisky, leyenda socialista austriaca hasta entonces intocable.
Fue quien hizo ver al mundo la verdadera cara de Jörg
Haider, un supuesto yuppy liberal que en realidad alimentaba los
peores instintos del nazismo y las complicidades con sus viejos depositarios.
Ascendió a director del semanario Profil hasta que su irreverencia
hacia el poder, en este caso hacia la gran coalición le supuso el cese por parte
de la empresa. Aquello le inmutó muy poco. Inició entonces su carrera como
editor de libros, primero con Fritz Molden, leyenda viva también, después por
su cuenta, ya enfermo, siempre impecable con su toque de distinción y jamás
demostrando un mínimo gesto de dolor ni la sugerencia de una queja por su
suerte.
Hostil a la melancolía, de agudeza de bisturí y lucidez
rompedora, con su acento de vienés de intramuros, Czernin no dudó en desvelar
también miserias de la propia familia como la obsequiosidad hacia los nazis de
un tío suyo que le regaló el Jan Vermeer El artista en su estudio al
propio Hitler. Hubertus se lanzó hace 10 años sobre el vergonzoso capítulo del
saqueo nazi del arte. Su labor investigadora y divulgativa en este campo será
siempre ejemplo y escuela.
Su despacho en la Stallburggasse, junto a las caballerizas
de los Habsburgo, encima del Café Bräunerhof, estancia cotidiana de otro
austriaco polémico, Thomas Bernhardt, era un laboratorio de información y
memoria y, como otra oficina a unos centenares de metros más allá del Graben
-el despacho de Wiesenthal-, una forja de dignidad y conciencia histórica.
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