El País Martes,
06.12.05
COLUMNA
En una bellísima carta, Theodor W. Adorno, a sus 42 años
recién cumplidos, felicitaba a Thomas Mann por su 70 cumpleaños -3 de junio de
1945, no hacía un mes que había concluido la Segunda Guerra Mundial y ambos
continúan en su exilio californiano, Los Ángeles y Pacific Palisades-. En ella,
el joven filósofo le rogaba encarecidamente al gran padre de la literatura
alemana que no se dejara arrebatar la alegría creadora "por la abominable
situación del mundo". Desde hacía meses, las imágenes tomadas por los
vencedores de la guerra en los campos de exterminio nazi generaban un horror
estupefacto que aún tardaría en cristalizar en reflexión filosófica, metafísica,
del propio Adorno, de Ahrendt y otros. El espanto era tal que la cordura sólo
estaba a salvo de espaldas al mundo.
Un lustro después, el 3 de junio de 1950, Adorno escribe a
Mann para felicitarle, pero con el mensaje opuesto. Desde Francfort junto al
Meno, le pide al viejo escritor, que se ha instalado cerca pero fuera de
Alemania, en el Gran Hotel Dolder de Zúrich, que revise su decisión de no pisar
tierra germana. Adorno le dice que ha de romper el maleficio en la relación de
Thomas Mann con su patria desde el comienzo del exilio cuando se dirigió a los
alemanes para pedir, inútilmente, dignidad, piedad, cordura y valentía.
"Lo principal, junto a la salud, es que sufra lo menos posible con el
trauma alemán". Adorno pensaba que el reencuentro con la realidad sería
bueno también para Alemania. No es convincente. Según explica, un fenómeno le
preocupa "más que el nacionalismo, el neofascismo y el
antisemitismo". Lo define como la regresión -"es la falta de
articulación de la convicción política, la disposición a encuadrarse en todo
asumiendo cualquier situación resultante". Lo califica Adorno como una
infantilización en la que valores culturales y principios que eran pilares de
la sociedad son juguetes indistintos. Mann le responde: "Ni 10 caballos me
arrastrarían a Alemania".
Resulta chocante que el diagnóstico que hace Adorno de la
actitud política de una sociedad que acaba de sufrir millones de muertos,
sobrevive entre ratas y excrementos en ciudades convertidas en laberintos de
escombros y es responsable del mayor crimen habido en la historia, se parezca
tanto al que se puede hacer de las sociedades más ricas de la Europa actual que
nunca vivieron la guerra, con un bienestar insultante comparado con el resto
del mundo y tantos bienes materiales e inmateriales que defender. Algo se ha
hecho muy mal para que 60 años de paz, libertad y prosperidad material sin
pausa no hayan supuesto un incremento en la autoestima y el apego consciente
del europeo a su patrimonio -aquí inmaterial sobre todo- luego a su disposición
a defenderlo.
Con el siglo XX han muerto los últimos testigos adultos en
la última guerra, los depositarios del legado histórico que suponía la
consciencia de que la gran guerra civil europea de 1914 a 1945 no había acabado
con el mundo por la misma casualidad que no había hecho del ser humano un nuevo
hombre de las cavernas como pronosticaba Spengler, agorero al que Adorno
detestaba, pero que casi atina. El arraigo milenario de unas ideas de
compromiso y piedad hizo que surgieran de las cenizas de Europa -tras el horror
inimaginable- unos grandes hombres comprometidos con la idea de la
trascendencia del individuo, que fueron los artífices de la política de
esfuerzo y solidaridad en Europa y de defensa con nuestros socios allende el
Atlántico. Mann y Adorno gozaban las bondades de los lazos de ese mar.
"La regresión es la falta de articulación de la
convicción política, la disposición a encuadrarse en todo asumiendo cualquier
situación resultante". Así denominaba Adorno el célebre "como
sea". Es la regresión que nos lleva a aplaudir a Putin según convierte
Rusia en una nueva cárcel, a besar a los miserables de los petrojeques, a armar
al petrocaudillo de Caracas, a considerar a un rufián como Castro un igual, a
convertirnos en primos cuando no hermanos de un sátrapa vecino, a pedir perdón
a quienes nos queman el coche y a suplicar alianzas con quienes han matado a
nuestros hijos. Algo ha fallado cuando la excelencia huye de la política. Hoy
ni Mann ni Adorno sabrían explicarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario