El País Martes,
15.11.05
COLUMNA
El jueves comienza en Túnez, no lejos de las ruinas de la
legendaria Cartago, la Cumbre Mundial de las Naciones Unidas sobre la Sociedad
de la Información. Miles de delegados hablarán allí sobre el flujo de
información, sus oportunidades y sus riesgos, sus cauces y sus barreras y, por
qué no, también sobre sus límites deseables o no. No es una contradicción, ni
siquiera paradoja, que esta cumbre sobre la información se celebre en un país
en el que el Estado controla todos los flujos existentes y reprime los que
considera incómodos o peligrosos. Lo hace con cierta mala conciencia. Aludiendo
a los peligros del régimen laico ante la amenaza islamista. Igual que la
censura, dosifica al mínimo la represión violenta y recuerda permanentemente a
la población que en concordia con el Estado se vive razonablemente bien pero,
eso sí, en conflicto con el mismo, endemoniadamente mal. No exige mayores
demostraciones de lealtad, pero no tolera las de desafecto. E insiste en que su
deseo es homologarse con las democracias en la ribera norte del Mediterráneo.
Lo cierto es que Túnez es un país seguro, con más mujeres que hombres en la
universidad, modestamente próspero, con una clase media en expansión, turístico
y abierto al exterior, en el que probablemente habría mayor pluralidad política
y libertad si no existiera la certeza de que los principales cuando no únicos
beneficiarios serían unos islamistas decididos a acabar con todo ello. El
presidente tunecino Zine Ben Alí asegura: "Defendemos el libre intercambio
de información y el flujo de ideas y conocimiento. Sin embargo, nuestra lucha
por estos objetivos no debe servir de pretexto para dar vía libre a partidos,
ideas y teorías contrarias a esa orientación; de ahí la reemergencia de la idea
de que la libertad sin límites lleva al caos y mina las libertades".
Esta frase podría ser perfectamente del presidente chino Hu
Jintao, nuestro huésped de estos días. Aunque por motivos algo distintos,
porque en China nadie quiere liquidar la dictadura para implantar otra peor y
desde luego Túnez, con un enemigo interior y exterior tan implacable como el
fanatismo islamista, es un ejemplo de Gobierno humanista si se compara con una
dictadura feroz y gratuitamente cruel como es la de Hu Jintao. Pero con vistas
a la Cumbre de la ONU sobre Información que ahora comienza hay una diferencia
curiosa y muy significativa entre los controles tunecinos y chinos al libre
tráfico de Internet y está en que en China el trabajo sucio de la censura de lo
que no place a Ju Jintao y sus camaradas se lo hacen los servidores
occidentales. El régimen de Pekín llegará a Cartago el jueves a dejar claro que
el que se quiera llevar bien con ellos y medrar en el reparto del inmenso pastel
de contratos, concursos y proyectos, tendrá que hacerse cómplice o al menos
encubridor del crimen sistemático en el que basa su legitimidad, sus negocios y
su pervivencia el régimen de nuestro honorable invitado. Su poder persuasivo e
intimidatorio es infinito. Y seguirá creciendo. Esto lo transmite bien Hu
Jintao. Lo entendió bien Gerhard Schröder, el saliente canciller alemán, cuyas
genuflexiones ante la dictadura china sólo han sido comparables en vehemencia a
los abrazos dados a Vladímir Putin, otro verdugo de la información y la
libertad con estupendo cartel en Europa. Puede que el presidente del Gobierno
español, José Luis Rodríguez Zapatero, realmente se crea como dice que
"China avanza hacia un Estado de derecho". La realidad es que si bien
para que exista la libertad tiene que existir el capitalismo, éste existe
perfectamente sin libertad. China es el ejemplo. Está hoy tan cerca de las
libertades como recién concluida la Larga Marcha. Y mucho más lejos que en
1989. Rusia ya no será un Estado de derecho mientras nosotros y nuestros hijos
vivan. La marcha común hacia la democracia hace años que ha terminado en
desbandada. Mayores ya para creer en determinismos históricos, cabe preguntarse
si no estaremos considerando ya razonables unas restricciones a las libertades
que otrora nos repugnaban.
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