El País Martes,
23.05.06
REFERÉNDUM EN LOS BALCANES
Es menos difícil de entender de lo que dicen algunos, esto
que ha pasado en Montenegro. Hace 130 años era un Estado independiente muy
digno. No entra en los augurios más razonables que lo sea ahora al menos
pronto. Triste consuelo es que con la actual Serbia no lo habría sido nunca.
Estados existentes en 1914, surgidos de pueblos aliados durante siglos contra
turcos y austriacos, unidos por imposición de los más fuertes en una federación
que sólo supo mantenerse bajo dictaduras, antes y después de la II Guerra
Mundial, la alianza serbio-montenegrina sólo era un triste remanente de una
Yugoslavia que el nacionalismo panserbio había liquidado y mantenido para quedarse
con los despojos patrimoniales de la federación desaparecida. Convertida esa
facción europea del peor Bizancio balcánico poscomunista que era la Yugoslavia
serbio-montenegrina en una balsa pauperizada a la deriva, expoliada por
capitanes rufianes, repleta de grumetes encanallados y sin escrúpulos y cada
vez más huérfana de la gran dignidad, cultura y decencia de sus mejores hijos
que desde hace quince años huyen hacia otras costas europeas o americanas,
el sálvese quien pueda es una mera expresión del instinto de
supervivencia. La historia en la región es ya triste y mentirosa.
Nadie busque épica en esta historia tan pedestre, triste y
tan escaso recorrido. Nadie caiga en un ridículo aún mayor que el habido,
tomando parte por un presidente Milo Djukanovic que en cualquier país europeo
llevaría años en una cárcel de máxima seguridad debido a sus negocios. O por
Bulatovic, un cómplice de las peores barbaridades que desde Montenegro se
perpetraron contra la población bosnia, o por Kostunica que ya simboliza la
obstinación serbia en el error culpable, o Draskovic, ese ministro tan
inteligente al que sólo se puede creer sabiéndose uno muy idiota. La
subsistencia o desaparición de esta alianza que no existía más que para los
negocios ilícitos de muchos no merece media lágrima de nadie.
No reporta triunfos ni beneficios a nadie en la región salvo
a aquellos electores montenegrinos que realmente crean que habiéndose liberado
de la mafia de Belgrado son libres ya también de la de Podgorica, propietaria
de todas las lanzaderas de tabaco, inmigrantes, droga y demás servicios en el
Adriático. Y probablemente a tanto personaje por aquí que quiere seguir
insultando a los españoles con paralelismos grotescos y olvida que fue el
socialismo nacionalista serbio el que hizo de la ya fenecida Yugoslavia un
infierno. La votación del domingo es un explicable intento de reaccionar frente
al lodo que todo lo penetra con la corrupción, la culpa por los crímenes de
guerra, la falta de autoestima compensada con un orgullo grotesco, la miseria,
la falta de información e incentivos, la vida triste, embrutecida y roma. En
Serbia y en Montenegro. Ahora, la mayoría de los montenegrinos han resucitado a
los verdes al movimiento nacional enfrentado al panserbismo blanco. Como
en 1878 durante el Congreso de Berlín. Esto se llama progreso.
El nacionalismo de Serbia no ha sabido enfrentarse a los
tiempos modernos de la forma en la que lo han hecho los centroeuropeos que
rápidamente -hasta los más militantes como el croata o el húngaro- se han asimilado
en capitalismo, europeísmo, competencia y globalidad. En Serbia el aparato
comunista del Estado ha sobrevivido a Slobodan Milosevic y en los años
posteriores a la muerte de Zoran Djindjic, el presidente del Gobierno que quizá
podía haber evitado esta nueva tragedia a los serbios, se ha instalado con la
suficiente comodidad como para hacer del presidente Vojislav Kostunica un ser
agradecido y del general y criminal de guerra Ratko Mladic un héroe en la
recámara. El resultado del domingo es tan solo la penúltima estación de la
catástrofe serbia. Pronto Belgrado tendrá que explicar a su población que
también ha perdido para siempre Kosovo y que en la Voivodina, centroeuropea
ella, pocos quieren seguir agonizando con nacionalsocialismo en vena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario