El País Martes,
27.02.07
COLUMNA
Gentes tan variopintas como Vojislav Kostunica, Peter
Handke, Vojislav Seselj, Vladímir Putin y Ratko Mladic pueden quizá felicitarse
de la parte de la sentencia de la Corte Internacional de Justicia de La Haya
que exonera a Belgrado de pagar reparaciones por genocidio a Bosnia-Herzegovina al no reconocer una responsabilidad directa de los organismos del
Estado de lo que era la República Federativa Yugoslava en la matanza de Srebrenica
en el verano de 1995. No deben sentirse solos. Todos los que desean que los
Balcanes occidentales se conviertan en una región de paz y prosperidad están de
acuerdo en que es absurdo pedir a Serbia unas indemnizaciones que no podría
pagar y sólo alimentarían el victimismo del fracaso y del odio. Serían, a
escala balcánica, tan absurdas y dramáticamente contraproducentes como lo
fueron las demandas de reparación hechas a Alemania en Versalles. "¡Serbia
culpable!", "Serbien muss sterbien", rezaba en
siniestro juego de palabras el lema de movilización en las primeras semanas de
1914 después de que el 28 de junio un nacionalista serbio-bosnio llamado
Gavrilo Princip matara al archiduque austro-húngaro Francisco-Ferdinando.
No era el caso y hoy mucho menos. Serbia no es culpable. Ni
existe culpa colectiva de los serbios. Pero es un hecho innegable que los
culpables actuaron en su nombre y las matanzas y torturas y violaciones y los
campos de concentración y las quemas de cadáveres en los hornos de las fábricas
bosnias se hicieron para mayor gloria de un régimen entonces triunfante y del
que el nacionalismo serbio, incluso el que se dice democrático, no puede
distanciarse. Es inútil pedir indemnización al insolvente pero no demandar
explicación y la persecución y entrega de los criminales. Y Belgrado no ha
cumplido. Pero la máxima prioridad en realidad, por el bien de Serbia, sería
demandar una proclamación de voluntad de luto. Es un hecho de que el genocidio
en Srebrenica y otras matanzas de civiles por paramilitares y el Ejército
serbio-bosnio estaban organizadas, armadas y financiadas por Belgrado. Lo
grave es que los serbios lo saben y lo niegan u olvidan. Que el CIJ no
considere probada la cadena de mando no debiera ser obstáculo para que líderes
serbios con honestidad reconocieran lo obvio e hicieran un llamamiento a la
catarsis. Ha de basarse en un esfuerzo común por salir del proyecto falaz del
nacionalismo y afrontar una reconstrucción individual y colectiva sobre la
verdad del luto y la compasión que sólo son ciertos si se vuelcan sobre las
víctimas asesinadas por el propio bando, sobre los sufrimientos y las bajas del
enemigo. Llorar por los propios es gratis.
Ahora que Serbia se vuelve a dar pena y se ve víctima de una
conspiración para arrebatarles Kosovo, sus autoridades, de tener la altura que
les faltará, debieran aprovechar esta sentencia para explicar a su sociedad lo
que le ha sucedido a la nación en los últimos veinte años. Y cuáles son las
opciones para salir del aislamiento, de la pobreza y la depresión. No están
desde luego en la resistencia numantina a realidades inevitables si no se está
dispuesto a volver a una guerra sin esperanza. Aquella voluntad genocida
consumada hace imposible la vuelta atrás. La sociedad serbia debe asumir que en
su nombre miles de civiles europeos fueron acosados y concentrados,
transportados en camiones como ganado hacia enormes fosas excavadas con
maquinaria de construcción, fusilados y enterrados, en parte vivos. Todo ello
bajo la mirada de satélites de última generación, a tiro de piedra de cuarteles
de la ONU y no lejos de Viena y de Roma. Y cuando muchos líderes europeos aún
hablaban de Milosevic como hombre de paz y de Mladic decente y fiable. Cierto,
no hay naciones culpables. Pero sí hay ideologías y actitudes culpables. Y
momentos estelares del crimen nutridos por radicalismos nacionalistas y la
indolencia y vocación de apaciguamiento de las democracias lideradas por un
pensamiento débil muy europeo. Los genocidios son posibles después de Auschwitz
en Europa. En Srebrenica sucedió, confirma La Haya. Veremos lo que nos depara
el futuro.
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