El País Martes,
28.03.06
COLUMNA
Mircea Eliade y Mihail Sebastian se pelearon hace una
eternidad por una novia por las calles de Bucarest, ahora magníficamente
primaverales en su único mosaico de joyas e inmundicias arquitectónicas que es
el Bucarest que legó el hooliganismo del sátrapa comunista más
agrario, aquel Nicolae Ceausescu, mecenas que aún recuerdan con cariño algunos
comunistas españoles, siempre todos en la vanguardia de la historia. La pequeña
París balcánica muestra con discreto orgullo toda la riqueza que,
increíblemente, logró sobrevivir al fanatismo, la ideología, el resentimiento,
la incultura, la desidia y la miseria resultante, y en algunas esquinas y
plazas, como junto a la Facultad de Arquitectura o la Plaza Real, marca con
orgullo aún algo estupefacto los lugares donde fueron asesinados estudiantes
rumanos en aquellos días de diciembre de 1989.
Por allí en los años treinta, entre paseos con perros
elegantes, lecturas muchas, conspiraciones en las redacciones y en los
cuarteles y juergas hasta el amanecer, el joven Eliade se llevó al huerto a la
señorita, humilló a un Sebastian enfermizo, pronto se alejó del colega cuando
los amigos judíos no venían al caso entre camaradas de la Guardia de Hierro,
publicó mucho y bien, emigró cuando las cosas se torcieron y publicó más y
mejor, llegó a octogenario, norteamericano, rico, filósofo y erudito venerado.
Sebastian estaba asustado y se lo había dicho a Eliade. Éste le consoló mucho
tiempo, le amonestó por catastrofista y agorero. Y aseguró que todo iba bien.
Sebastian se quedó sin novia, sobrevivió viviendo como un perro y
milagrosamente al nazismo rumano y cuando éste cayó y lleno de ilusión iba a
poder publicar su obra y abrirse al mundo con un alma limpia, y no como Eliade
cómplice de los mataderos, murió atropellado en una calle en pleno Bucarest por
un camión del Ejército rojo. El resultado es conocido: a Eliade, al matón con
novia, el mundo lo venera con razón por su ciencia sobre el tantra, mientras
los diarios de Mihail Sebastian, sobrecogedores y cuajados de sabiduría y amor,
en España han vendido unos cientos de ejemplares. Tampoco es ilógico que
Pericles Martinescu, amigo de juventud de ambos, muerto nonagenario hace poco,
no interese con sus relatos escalofriantes Siete años como setenta de
los diarios de 1948 a 1955, en los que, sudando de miedo, escribía para no
volverse loco y después enterrar los folios en el jardín. Si en años anteriores
la horda fascista rumana convirtió mataderos, estaciones y fábricas en
infiernos en los que, de haber podido, los judíos habrían suplicado ir a
Mauthausen, pronto la idea de progreso había cambiado de bandera y eran, salvo
algunos dirigentes, los mismos los que mataban, violaban y robaban. Humanos
todos, caro Primo Levi.
En una de las bellas callejas por las que a Sebastian no
gustaba encontrar a Eliade con su novia, en Planterul 21, dirige el New Europe
Collage un hombre tan inverosímil como los anteriores. Es Adrian Plesu. Ha
hecho política en Rumania sin perder el alma ni la dignidad. Para muchos es el
Vaclav Havel rumano, para otros un puro milagro. Pero el caso es que él ha
conseguido, con esta institución, con el Instituto Cervantes, el Instituto
Goethe y otras organizaciones, en el marco del Pacto de Estabilidad de Europa
Suroriental, formar plataformas para debatir en Rumania sobre política, futuro,
moralidad y víctimas. Nada menos. Decía ayer el gran Ivan Zvonimir Cicak,
agitador contra los asesinos y sus socios, que sociedades que crecen en la
obediencia nacionalista, en la humillación y el miedo no se recuperan si no
perciben un acto de justicia, de inflexión correctora, que las vuelva a encajar
la vida. Estarán enfermas siempre y, si no siempre abocadas a la guerra
abierta, sí condenadas al miedo y al despecho. Si la vida nos reproduce la
pugna de la novia de Eliade, es mejor morir solo. Porque triunfará el
totalitarismo por colorida que sea su bandera.
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