El País Martes,
11.04.06
ELECCIONES EN ITALIA
La derrota de Silvio Berlusconi en las elecciones italianas
comenzó a ser plausible cuando se equipararon el miedo a un Gobierno caótico de
una coalición izquierdista variopinta y el pánico ante otra legislatura bajo la
dirección de un hombre que siempre fue muy especial, pero que ya es mucho más
que excéntrico. Los resultados provisionales demuestran que los miedos son casi
parejos, dividen en dos mitades prácticamente iguales a los italianos y auguran
inestabilidad o parálisis.
La democracia italiana ha soportado épocas de poder y
encumbramiento de mafiosos de sacristía, cleptómanos socialistas, logias
multicolor y organizaciones de saqueo en autoservicio. Pero la anomalía como
norma, que esa sociedad tan profundamente civilizada que es la italiana podía
soportar sin mayores traumas ni dramatismo, puede causar daños irreparables al
sistema bajo el mando de un propietario. Si no se puede querer a dos mujeres a la
vez y no estar loco, más difícil aún es mantener la cordura cuando hay que
luchar a diario por saber si se está en sesión del consejo de ministros o de
administración. Si el deterioro de la calidad democrática debido a la
concentración de poder político, económico y mediático en sus manos ha sido
evidente, cinco años más en el cargo pueden convertir a Berlusconi en una
amenaza para la esencia misma de la democracia. Resulta metafísicamente
imposible que un ser humano en sus circunstancias no haga trampas en defensa de
lo que considera sus intereses vitales. Este argumento ha sido el principal de
la Unión.
El desmoronamiento del mapa político de la posguerra hizo
posible la llegada a la política y al poder de un Berlusconi que dio una opción
al electorado de centro derecha, que había quedado huérfano. Pero la
reordenación de ese mapa está lejos de haberse realizado. Il Cavaliere ya fue
derrotado en su día por Il Professore, y volvió años después de que Romano
Prodi cayera víctima de diferencias dentro de una coalición tan variopinta como
la actual, cuyo único denominador común real es la fobia a Berlusconi. Tras una
campaña a cara de perro, las elecciones pueden no haber resuelto nada. Habrá
que ver si esta vez, de tener mayoría en ambas cámaras, una hipotética
coalición bajo Prodi es capaz de aguantar una legislatura votando unida en el
Parlamento, o si algunos grupos se lanzarán al secuestro del Gobierno para
políticas cheguevaristas en la economía o la política exterior que rompan la
mayoría a corto o medio plazo.
En cuanto a Berlusconi, no ha cosechado este resultado, tras
una legislatura en gran medida fracasada, por el entusiasmo que produce, cada
vez más histrión y caricatura de sí mismo, sino porque es la única opción para
evitar una alianza que genera temores que no consiguen paliar el prestigio y la
bonhomía de Prodi. Han votado al primer jefe de Gobierno de su historia que ha
aguantado una legislatura completa y que se niega tanto a la experimentación
social como al inmovilismo. Italia está antigua. Pero no corre hacia atrás,
como le pasa a Francia.
La anomalía como norma comienza a ser un lujo que solo los
europeos parecen poder permitirse. Se suceden los reveses. Ayer, la fatalidad
acabó con una de las mejores promesas políticas de Europa, el nuevo líder del
Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), Matthias Platzeck, que deja cargos y
actividad por un problema coronario. Ayer también se consumó la enésima derrota
de la República Francesa en su lucha contra la realidad. Más patéticos que el
derrotado Berlusconi se antojan los vencidos Chirac y Villepin. Y no menos esos
sindicatos y estudiantes que creen haber ganado algo. A algún rincón de Europa
solo le faltan ya los ritos indigenistas para hacer parque temático. Berlusconi
es sin duda un espectáculo, pero está muy claro que no es el único.
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