Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
08.08.91
ENTREVISTA
El general Wojciech Jaruzelski impuso hace ya casi 10 años
la ley marcial en Polonia, poniendo fin a la primera existencia legal de un
sindicato independiente, Solidaridad, en un país socialista. En su país y en
Occidente se granjeó por ello odios y virulentos ataques como "dictador
comunista". Sin embargo, fue el primero de los líderes del ya disuelto
Pacto de Varsovia que vio claramente que había sonado la hora de la liquidación
del sistema político al que sirvió durante más de cuatro décadas. Hoy, muchos
de sus más feroces enemigos reconocen que Jaruzelski recurrió al mal menor en
1981 para evitar una intervención del Ejército de Leonid Bréznev en Polonia.
Casi un año después de ceder la presidencia de la república
a su sucesor electo democráticamente, Lech Walesa, Jaruzelski visitó Santander
y Madrid para participar en un curso sobre Europa central de la Asociación de
Periodistas Europeos. Durante una semana conversó largamente con EL PAÍS sobre
el fin del llamado socialismo real, los peligros del nacionalismo y la crisis
económica, su papel personal en la crisis de 1981 y la nueva situación europea,
con una Alemania poderosa y Yugoslavia en el umbral de una guerra.
Pregunta. ¿Considera
lograda la reconciliación nacional en Polonia?
Respuesta. La reconciliación nacional es condición
fundamental para la reforma, que es la máxima prioridad del país. Por eso tuvo
una importancia histórica la mesa redonda de Santander [en la que hizo buenas
migas con su antiguo adversario Adam Michnik], que fue punto de partida para
los cambios en Polonia y después en toda la región. Ahora entramos en una nueva
fase. Podría parecer que estamos en una situación más fácil que en el pasado.
Han desaparecido los antagonismos radicales y estamos en un desarrollo, quizá
imperfecto, pero democrático. Sin embargo, la situación es difícil. Antes había
un choque entre los sistemas de valores, entre el socialismo, por un lado, y la
democracia, por el otro. Era éste el choque fundamental, o se era rojo o
blanco.
P. ¿Cuál es actualmente la clave del conflicto?
R. El conflicto entre los sistemas de valores ha dado paso
al conflicto de intereses, de los medios, grupos sociales, generados en el
marco de la situación económica existente. Cuanto más difícil y dolorosa es la
situación, más duros son los choques. Estos enfrentamientos pueden ser
capitalizados en la lucha política. Como carecemos aún de cultura política, nos
cuesta mucho lograr bases comunes y reglas para todos nuestros litigios. No sé
qué político francés dijo aquello de "hay que establecer las normas en que
estar en desacuerdo". Creo, por tanto, que el periodo que nos separa de
las elecciones [en octubre] va a ser muy difícil.
Consenso democrático
P. ¿Tiene intención de permanecer de alguna forma en la vida
política, en alguna labor de mediación?
R. No tengo esas aspiraciones y creo que tampoco
posibilidades. Me he apartado de la vida política activa, si bien tengo muchos
contactos con diversos medios, partidos, con la Iglesia y otros grupos
sociales. Pero, volviendo a la anterior pregunta, no quiero que entiendan que
considero imposible la reconciliación. Le contaré por qué no la logramos antes
de diciembre de 1981 [fecha de la imposición de la ley marcial]. Entonces
teníamos unas contradicciones fundamentales. El poder, el partido comunista,
dependía del régimen existente. Entonces nosotros aún queríamos reformar aquel
régimen, pero no destruirlo. Hoy, por el contrario, existe un consenso sobre la
base de la democracia y la economía de mercado. Por eso considero que sería muy
útil una nueva mesa redonda para afrontar la nueva situación, algo como los
pactos de la Moncloa. Pienso que incluso el Parlamento democrático que salga de
las elecciones próximas será transitorio, porque aún deben cristalizarse los
partidos y programas; luego sería muy útil un nuevo encuentro para establecer
las bases para una discusión más amplia.
P. En la situación de grave crisis en que vive Polonia se
habla mucho ya del peligro totalitario, de que hayan salido de una dictadura
para caer en otra. Hay continuos debates sobre la soberanía del Estado, la
separación Iglesia-Estado y la división de poderes. ¿Ve usted el peligro de un
autoritarismo populista?
R. Quiero diferenciar entre dos elementos. Por un lado está
la gente que antes vivía mal y hoy vive peor, que siente la pauperización
mientras ve cómo crecen las fortunas y la ostentación está descontenta y espera
que la cosa cambie. Por otro lado está el populismo, que creo muy peligroso.
Intenta manipular este descontento de forma demagógica para los fines de una u
otra fuerza política con el fin de crear odios que pueden ser orientados
después hacia distintos blancos, ya sean los judíos, los comunistas, los nuevos
ricos. Esto puede crear una psicosis muy grave para la economía del país y la
estabilidad del Estado. La situación es propicia objetivamente para estas
tentaciones, para un Gobierno autoritario.
P. Usted llegó a representar la imagen del autoritarismo.
R. Le diré algo que puede sonar como inmodestia. Yo
personalmente no tengo ningún tipo de inclinación autoritaria. Sin embargo, las
circunstancias en que me encontré, en una situación explosiva, con el sentido
de defender el sistema que existía, me colocaron en una posición autoritaria.
Aquello fue un gran drama personal para mí.
P. Está usted escribiendo sus memorias. Ahora que hace
balance y nos ha hablado del gran drama que supuso para usted la imposición de
la ley marcial, ¿se arrepiente usted de algo?
R. Todo ser humano se arrepiente de algo cuando hace balance
y ve las cosas conociendo las consecuencias. Es evidente que hay cosas que
habría hecho de otra manera. Hoy soy más sabio, entre otras cosas, porque
conozco las experiencias españolas. Pero sé que me está preguntando si me
arrepiento de haber implantado la ley marcial. No me arrepiento. Me arrepiento
o lamento que se produjera la situación que me indujo a implantarla. Yo soy
responsable, el régimen, y también la oposición. Todos fuimos responsables de
que se creara aquella situación, no fuimos lo suficientemente maduros para
sentarnos en una mesa, pero eran también otros tiempos históricos. Me
arrepiento también de otras muchas cosas después de la ley marcial. De no haber
sido más consecuente con las reformas, de no haber eliminado con mayor energía
a los conservadores dentro del régimen. Pero ahí también desempeña un papel la
situación internacional, éramos un país de herejes (en el campo socialista) y
no podíamos ir demasiado lejos en nuestras herejías, no sólo por los peligros
físicos, sino también por problemas económicos.
P. ¿Se encontraba agotado el sistema?
R. Había agotado su creatividad. Era económicamente
incapaz. El sistema había tenido varios momentos de paroxismo, 1956, 1968-1970
y 1980. Entre dichos momentos, el régimen volvía a unos periodos de calma en
que había cierto progreso. Y en estos periodos el sistema creó a sus propios
enterradores, millones de personas formadas. Las personas formadas quieren
participar y eso es lo que les negábamos. Creábamos apariencias. Les imponíamos
el papel dirigente del partido, que era en realidad su monopolio. Pero exigían
ya la democracia parlamentaria.
La nueva Europa
P. ¿Cómo ve usted, desde su óptica de militar y estadista, la
nueva situación creada en Europa, con su nuevo grave foco de tensión en
Yugoslavia, con una Alemania grande vecina de Polonia?
R. Yo creo que todos estamos preocupados. Como militar, sé
que toda explosión requiere de un detonador. No quiero decir con eso que
Yugoslavia sea ya este detonador. Pero sí nos lleva hacia una situación en que
se activan los conflictos nacionales y nos lleva a una revisión de las
combinaciones de los contactos entre los Estados. Yo no siento alergia por los
alemanes. Pero, desde un punto de vista racional, temo que esa potente
Alemania, en el nuevo fermento que se ha creado en nuestra región de Europa
(central), entre de una forma natural; no se trata de una entrada física, mucho
menos militar, sino de un incremento de su influencia, de una tendencia a la
dominación. Croacia y Eslovenia formaron parte de Austria-Hungría y de ese
concepto de Mitteleuropa.
P. ¿Tan negro ve el futuro?
R. No. Aunque todo conflicto de este género tiene un
carácter contagioso, y pienso sobre todo en Checoslovaquia, puede también tener
un efecto disuasorio en la región. Las consecuencias de lo que estamos viendo
en Yugoslavia son tan catastróficas para su propia seguridad y sus condiciones
de vida, que pueden tener este efecto.
Le daré un ejemplo de nuestra propia historia. En los años
1980-1981, cuando se produce aquella explosión dirigida por Solidaridad, la
situación económica se quebró por completo. En las tiendas en Polonia no había
sino vinagre. Esto tuvo un efecto disuasorio en los países vecinos.
Por el contrario, cuando, años después, logramos controlar
la situación y comenzar las reformas, éstas fueron un empuje para la oposición
en estos países. Trasladado a la situación yugoslava, quien sabe si esta
conmoción no puede tener finalmente contribuir a mejorar la situación integral
en la región.