Por HERMANN TERTSCH
El País, Markusica,
17.07.91
Serbios y croatas coinciden en reconocer que están en guerra
El Mazda 626 negro, alquilado, sin placas de matrícula,
avanzaba a mediana velocidad por un camino de Eslavonia entre trigales y
bosques. Milan, como decía llamarse uno de los dos serbios que, armados con
kaláshnikov y granadas de mano, ocupaban el asiento trasero, ordenó reducir la
velocidad al periodista que conducía. Junto a un cruce de senderos, una placa
al lado de un haya solitaria recuerda a 38 serbios que fueron ahorcados en sus
ramas por soldados alemanes y croatas. "Fue en 1943, mi padre aún recuerda
bien aquel día", dijo Milan.
De nuevo se hizo el silencio. El camino es peligroso, pero el
único posible entre las aldeas de Markusica y Solodovci, ambas controladas por
estos rebeldes serbios en la región de Eslavonia que se niegan a aceptar la
independencia de Croacia. Hoy es ya la región más violenta del continente,
donde la muerte, el dolor y el odio son la única normalidad. Más de 90 personas
han muerto en tres meses, centenares han sido heridas; el bienestar de que gozó
con su rica agricultura se desmorona bajo los tiros y las bombas. Los serbios de
Markusica están bien armados. Tienen munición y granadas del Ejército federal,
aunque aseguran haberlas comprado en el mercado negro. Eso sí, dicen que el
Ejército federal, dirigido en su mayoría por serbios como ellos, "es
bueno". Las marcas de los carros de combate sobre el asfalto del pueblo
arrancan un curioso silbido a los neumáticos. "Esta noche estuvieron aquí,
para protegernos de los ustachas".
Dentro del pueblo se sienten seguros. Desde hace semanas,
ningún croata se atreve a utilizar la carretera de Osijek a Vinkovci, que pasa
por esta aldea serbia. En las entradas al pueblo, en las cunetas y bosques
cercanos, grupos de hombres con armas largas y cortas, modernas y de la II
Guerra Mundial, vigilan sin descanso los campos del alrededor.
Esta vez habían recibido con simpatía al periodista. Hace 15
días lo detuvieron a punta de pistola e interrogaron. Las sospechas de que
fuera un "espía ustacha " se habían diluido ya entonces.
"Ahora somos más serbios en Markusica, se han refugiado aquí todas las
mujeres y niños de Solodovci después del asalto del domingo por los ustachas.
Contra la policía croata
Se referían a la policía croata, a la que acusan de ser
"fascistas croatas" como aquellos que en alianza con la Alemania nazi
en 1941 asesinaron a decenas de miles de serbios. El domingo 7 de julio unos
150 policías croatas intentaron a las 7.30 tomar el pueblo para acabar con los
grupos cetniks que, según las autoridades croatas, se habían
refugiado en este pueblo serbio.
Los cetniks, que luchan por la anexión de esta
región a Serbia y reciben apoyo en armas, dinero y logística de Belgrado y del
Ejército federal, dicen defender a la población serbia contra "el terror
fascista" del Gobierno de Zagreb que, aseguran ellos, "quiere
liquidar a los serbios" en estas tierras donde conviven con los croatas desde
el siglo XVI.
Los cetniks han logrado en los últimos dos meses,
apoyados por gran parte de la población serbia local, extender su dominio en la
región, bloquear las comunicaciones y crear un estado permanente de excepción
que ya es de guerra abierta. Con emboscadas a la policía croata y ataques
cotidianos a la población civil croata, mantienen cercados los núcleos de
población croata. La vida económica en la región ha quedado totalmente
colapsada.
"Más deprisa ahora, porque en ese bosque puede haber francotiradores",
dice Milan al conductor. El Mazda y el pequeño Yugo que le sigue con otros
cuatro hombres fuertemente armados aceleran la marcha. Apenas siete kilómetros
separan Markusica y Solodovci, pero los serbios de las dos aldeas no pueden controlar
todo el trayecto y los campos que cruzan son fácilmente penetrables por la
policía croata.
En Solodovci
Llegados a Solodovci sin incidentes, cuatro campesinos más
viejos aún que sus ametralladoras de tambor recibieron detrás de una barricada
de troncos al convoy de Markusica. Tras un breve saludo marcharon hacia el
centro del pueblo. Junto a lo que fue una tienda cuando aún llegaban alimentos
del exterior, se hallaban reunidos al menos 60 hombres armados, algunos
con kaláshnikov arrebatados a los policías heridos o muertos.
Más de cinco horas de tiroteos durante la mañana del domingo
dejaron la calle principal y los patios de las casas cubiertos de casquillos.
Magníficos pavos y rebaños de ocas picoteaban ahora con interés estos desechos
de la pasada batalla. La policía había llegado por la carretera de Djakovo, una
ciudad cercana donde Josip Juraj Strossmajer, un cardenal croata de origen
alemán, con mejores intenciones que visión de futuro, hizo construir a
principios de siglo una iglesia consagrada a la "fraternidad de los
pueblos yugoslavos en Cristo".
En Solodovci, una de las casas más dañadas es la de la
familia de Marjiana, una guapa estudiante de Filología de 22 años. "Fue
horrible. No les habíamos hecho nada. Dispararon sin cesar". Los tractores
y coches destrozados a tiros, la vaca y la ternera muertas en el establo del
vecino y los interiores de las casas acribillados atestiguan su versión.
Ella no pudo presentarse a los exámenes en Osijek y ha
perdido el curso. "Quise llamar a mis amigas croatas para explicarles que
todo no sucedió como dijo la televisión croata", que presentó la acción
como una lucha con peligrosos ustachas venidos de Serbia. Pero el teléfono no
funciona. Marjiana quería aprovechar la presencia de extranjeros para ir con
ellos a Osijek a visitar a los heridos, entre ellos un primo y amigos de los
que el pueblo no tiene noticia alguna. Cuando se había preparado, su madre se
opuso. "Dice que me pueden hacer algo". De repente salió gritando de
la casa un hombre, su padre, convencido de que el periodista es un agente
provocador. Milan y sus camaradas tuvieron que sujetarle y calmarle.
"Todos estamos muy nerviosos, casi no dormimos desde
hace meses. La tensión nos va a volver locos", dijo Slobo, que ha dejado
su trabajo en Alemania para "defender a la familia". Todos negaban
que haya cetniks en el pueblo, si bien no ocultaban sus simpatías por
ellos. "Seselj es un gran hombre", dijo Milan en referencia al
fascista serbio Vojislav Seselj, nuevo parlamentario en Belgrado que preconiza
la guerra para la resurrección de la gran Serbia, que, según los mitos de este
pueblo, se hundió con la invasión turca en el siglo XIV, pero resurgirá como
Estado redentor de la nación.
Ante la pregunta sobre el paradero de los hombres que con
ademanes de guerreros daban órdenes y dirigían el interrogatorio al periodista
dos semanas atrás, no hubo respuesta. Resurgió, aunque brevemente, la
desconfianza.
Nadie tiene empleo en Markusica y Solodovci. Viven desde
hace meses exclusivamente de lo que les dan las huertas y los animales de
establo. El trigo, ya maduro, no podrá ser cosechado. "No hay gasóleo para
las cosechadoras y, aunque lo hubiera, es demasiado peligroso salir del
pueblo".
Por la mañana, un carro tirado por un tractor lleva a las
mujeres desde Markusica a Solodovci para alimentar al ganado. Las caras de las
mujerucas que asoman de los pañuelos negros rezuman miedo. A media tarde, todas
vuelven a pasar la noche hacinadas con sus hijos en diminutas habitaciones. Los
hombres patrullan. Día y noche.
"No nos quieren dejar en paz", decía Marjiana,
"no es el pueblo croata, son los políticos". Horas antes, en Osijek,
en una ronda de cervezas con un grupo de jóvenes miembros de la Guardia
Nacional croata que acababan de enterrar a un amigo muerto por los cetniks, Iva,
una joven croata de la misma edad que Marjiana, decía con más ira que tristeza:
"No nos dejarán nunca en paz, no son todos los serbios, sino los políticos
que nos quieren quitar esta tierra croata". Marjiana e Iva coinciden en
algo: "Estamos en guerra".
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