Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Budapest
El País Martes,
11.06.91
El último soldado soviético abandonará Hungría en los
próximos días. Poco antes, el jueves, Hungría vivirá su primera huelga general
en democracia aunque sólo de dos horas. Los sindicatos quieren presionar al
gobierno sin apretar muy fuerte el cuello de una economía en muy mal estado,
con la deuda exterior per cápita más alta del este de Europa y centenares de
miles de personas en la pobreza oficial.
Los sindicatos no están seguros ni de su fuerza de
convocatoria ni de que exista alternativa a la política económica del gobierno
contra la que protestan. Nadie quiere ahora en Budapest una crisis de gobierno
que sólo retrasaría los acuerdos internacionales que Hungría necesita para
reflotar su economía, ante todo el desmantelamiento de las restricciones
occidentales a su comercio. El Gobierno de Jozsef Antall comete muchos errores,
fruto de la inexperiencia, la arrogancia de alguno de sus miembros y el
nacionalismo, según coinciden muchos partidarios de la coalición con sus
adversarios. Pero la estrategia política global no parece tener alternativa y
los primeros resultados favorables parecen ir llegando.
Los oscuros pronósticos sobre la inflación no se han
confirmado y el ministro de Finanzas, Mihaly Kupa, prevé el fin de su
incremento ya para este verano. Antall espera lograr un acuerdo de asociación a
la Comunidad Europea (CE) para el año próximo. El forinto será convertible un
año después.
Antes de la fecha prevista del 30 de junio en los acuerdos
bilaterales húngaro-soviéticos, se habrá hecho realidad el grito popular de los
trágicos días de noviembre de 1956 de "rusos a casa". Durante casi
siete lustros las tropas soviéticas han sido el principal garante de la
"fidelidad húngara" a la comunidad socialista.
Ahora, como miembro del Consejo de Europa, asociado a la
OCDE y firme aspirante al ingreso en la CE, Hungría es el primer ex aliado de
la URSS en cuyo territorio se completa la retirada soviética. Hungría cosecha
así una gratificación más de las muchas de que se hizo acreedor este estado
como líder de la democratización en el Este durante la pasada década, y como
artífice de la demolición del muro de Berlín.
Los libros de historia tendrán que explicar muy pronto que
fue la decisión de Budapest, no exenta de peligro de abrir sus fronteras a
occidente a decenas de miles de alemanes orientales, la que precipitó el final
de la división europea y alemana.
Hungría ya no está tan presente en las primeras páginas de
la prensa internacional como cuando este pequeño país de diez millones de
habitantes era el rompehielos que lenta y discretamente iba quebrando los
dogmas del socialismo real y el bloque militar comunista.
Se da ya en Hungría una consistente normalidad democrática,
que parece más turbada que amenazada por los lastres económicos del pasado,
empobrecimiento de amplias capas sociales, hastío político, demagogia
nacionalista y clerical, criminalidad y fobia anticomunista.
Gobierno de coalición
Vive Hungría ya más de un año con un gobierno democrático de
coalición entre los dos partidos conservadores del Foro Democrático y Pequeños
Propietarios, sin los comunistas que fueron borrados del mapa político, y una
oposición leal democrática e inteligente, formada por la Alianza de Demócratas
Libres (SzDSz), los Jóvenes Demócratas Libres (Fidesz) y el Partido Socialista,
heredero del único partido comunista que se autoinmoló por el bien de su
patria.
Ivan Szabo, el presidente de la comisión parlamentaria de
economía, subraya así la gran ventaja que tiene Hungría gracias a que la
dirección comunista en la última década, aún bajo Janos Kadar, supo aceptar
realidades y desprenderse de muchos dogmas en los que fueron educados. "La
gran suerte de Hungría es que mentalmente el país estaba preparado para los
cambios. No quiero alabar los años del régimen de Kadar, pero en otros países
se hubiera disparado, mientras aquí se comenzaba a hacer algo en el terreno
económico". Aquellos años de lentas transformaciones, siempre con la
mirada atenta a cualquier gesto de Moscú que pudiera poner en peligro la
"vía húngara" o la "táctica del salami" -poco a poco, como
se cortan las rodajas del salchichón húngaro- permitió a la sociedad ir captando
los principios de la economía de mercado. La política de reformistas como Imre
Pozsgay, Miklos Nemeth y Gyula Horn, permitió comenzar una transición cuando en
otras capitales del Este sonaban las letanías del dogma inquebrantable del
marxismo-leninismo.
EL PESO DEL ANTERIOR RÉGIMEN
El pasado comunista pesa también en Hungría aunque los
grandes abusos y violaciones de los derechos humanos cesaron en este país mucho
antes que en los países vecinos. Hasta tal punto que, posiblemente, el único
riesgo a la estabilidad del Gobierno de Jozsef Antall proviene de los informes
sobre la conducta bajo el régimen comunista de algunos de los miembros de la
coalición. El abogado Jozsef Torgyan es un gran orador, poco modesto y muy
populista. Habla de sí mismo como de "una víctima de la represión a la que
se infligieron todas las injusticias imaginables durante la dictadura
comunista". Hay quien dice en Budapest con sorna que a Torgyan no le ha
perseguido nunca ni un perro por la calle.
Tras la caída de un régimen represivo la condición de
víctima suele ser una buena carta de presentación, y Torgyan hace uso de ella
de una forma que parece abusiva. Aquellos que como el actual alcalde de
Budapest, Gabor Demszky, fueron realmente perseguidos y encarcelados -Demszky
recibió la última gran paliza que dió la policía política húngara-, nunca
hablan de ello.
Recientemente, Torgyan fue relevado del cargo de portavoz
del grupo parlamentario de los Pequeños Propietarios, el partido minoritario en
la coalición gubernamental. La dirección de su partido pidió al jefe del
Gobierno, que tiene acceso a los archivos, una investigación del pasado de
todos sus miembros. Según las conclusiones, uno de los miembros de la cúpula
del partido de Torgyan era confidente. Y sólo uno de los máximos dirigentes se
opuso a la publicación de los resultados.
Hace unos días, Torgyan manifestó en televisión que en lo
que se refiere a su persona la investigación llega a unos resultados que son
totalmente inexactos. Poco después, el secretario general del partido anunció
su dimisión por ser incapaz de trabajar con "gentes que no tengan un
pasado sin tacha". La división en el Partido de los Pequeños Propietarios
puede ser pronto un problema de estabilidad para el gobierno Antall.
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