Por HERMANN TERTSCH
El País, Madrid,
29.05.91
TRIBUNA
Estados Unidos ha cambiado radicalmente su actitud hacia
Yugoslavia y sus repúblicas al anunciar el levantamiento de las sanciones que
afectan al Gobierno federal al tiempo que refuerza el bloqueo económico a la
república serbia. Por primera vez desde el reconocimiento del Estado yugoslavo
tras la II Guerra Mundial, Washington ha dejado de considerar a Yugoslavia como
una unidad económica y política. Otros Estados europeos, ante todo Austria, ya
vienen desde hace meses haciendo una política individualizada y selectiva hacia
las diversas repúblicas yugoslavas. La decisión de la Administración
norteamericana, sin embargo, supone el final de una política que permitía a
Serbia hacer corresponsables de sus actos a otras repúblicas.
Washington y la Comunidad Europea insisten en la necesidad
de que Yugoslavia sobreviva si no como Estado unitario al menos como una
superestructura unificadora de los Estados emergentes. El temor a la creación
de varios Estados pequeños y enfrentados entre ellos en una región tan crítica
como son los Balcanes es generalizado. Ahora, sin embargo, Occidente cambia su
actitud frente a los grandes protagonistas de la crisis yugoslava y su estrategia
para salvar algún tipo de estructura supranacional en Yugoslavia.
Si hasta ahora observaba con malestar la política secesionista de
Croacia y Eslovenia, el bloqueo realizado por Serbia a la rotación presidencial
yugoslava ha hecho imponerse el criterio de que es la dirección serbia la
máxima amenaza para la supervivencia de algún tipo de comunidad yugoslava.
Washington y algunos países europeos no han dudado ya en intervenir sin que les
plantee escrúpulos la posibilidad de ser acusados de injerencia en los asuntos
internos de Yugoslavia.
El miedo a una libanización de Yugoslavia ha llevado incluso
a algunas voces de tanta influencia como el Financial Times a saludar
como "positiva" para la estabilidad de la región una posible
intervención del Ejército yugoslavo que restablezca un marco de orden público
adecuado para la aplicación de reformas hacia la economía de mercado dirigidas
por el primer ministro federal, Ante Markovic.
Los adeptos de este golpe blando confían en que el
Ejército apoye a Markovic, ignorando tanto el carácter ideológico del mando
militar yugoslavo como el hecho de que una hipotética intervención pronto se
vería obligada a dejar de ser blanda para romper las resistencias que
con toda seguridad provocaría en Eslovenia y Croacia y con mucha probabilidad
en Macedonia y Bosnia-Herzegovina. Además, es seguro que no bastaría el control
de los oficiales serbios para impedir que la tropa se fraccionara también en
etnias.
La federación yugoslava tal como existe hoy no podría
sobrevivir más que bajo una dictadura que forzosamente estaría bajo mando
serbio y comunista. El alto mando militar yugoslavo está formado en su inmensa
mayoría por ex partisanos tan adversarios de la economía de mercado como de los
conflictos étnicos en marcha.
Los partidarios de la solución autoritaria suponen que tras
una primera fase de restablecimiento del orden, el Ejército volvería a los
cuarteles y la evolución hacia una democracia y un sistema de mercado entraría
en un cauce sin los traumas y las amenazas que hoy existen.
Como señala Milovan Djilas, el Ejército no tiene fuerza para
controlar la situación, y por tanto la posibilidad de un golpe parece ya
remota. Markovic, por su parte, no tiene ninguna fuerza para imponerse sin una
base mínima de consenso con las principales repúblicas, Serbia y Croacia.
La posibilidad de tal acuerdo es remota. Markovic se
enfrenta ya a una moción de censura serbia. En Croacia, el intento de Markovic
de llenar el vacío del poder creado por la ruptura de la presidencia han
incrementado los recelos de Zagreb hacia el primer ministro. La reforma
económica seguirá amordazada mientras no haya un acuerdo sobre el nuevo marco
de relaciones entre las repúblicas.
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