Por HERMANN TERTSCH
El País, Stari
Jankovci, 18.06.91
El armamento de serbios y croatas amenaza con desembocar en
la violencia organizada
Un viejo Fiat 125 rojo, matrícula alemana de Dortmund, se
acerca a alta velocidad a la terraza de la única taberna de Stari Jankovci, una
aldea de Eslavonia, Croacia oriental. Un fuerte frenazo, chirriar de ruedas,
las cuatro puertas se abren simultáneamente y del coche comprado en la cuenca
del Ruhr descienden otros tantos jóvenes, uno con una camiseta multicolor, otro
con un anorak, dos con chalecos militares, todos con un Kaláshnikov AK-47 en
la mano.
"¿Quiénes son éstos. Qué hacen aquí con matrícula de
Belgrado?", preguntan a los milicianos croatas que minutos antes habían
obligado a parar al automóvil de alquiler de los tres periodistas. Sólo uno de
los miembros del control lleva uniforme de la policía regular croata. Otro
viste un mono azul que, con las pobres botas que calza y el fusil Zastava al
hombro, le hace parecer un miliciano de la guerra civil española. Otro par de
hombres toman el sol en la terraza y observan con curiosidad a los extranjeros.
En la fachada del bar, una docena de impactos de bala demuestran que, en esta
conflictiva región de Croacia, un mosaico de aldeas serbias y croatas, las
armas no sólo se muestran. También se usan.
Tras controlar la documentación de los periodistas, llega el
inevitable momento de la propaganda y la advertencia. "Están ustedes locos
al circular por aquí con un coche de Belgrado. Les puede disparar algún croata
que crea que traen ustedes armas para los terroristas y los serbios. Allí, en
Mirkovci, disparan a todo lo que se mueve. No está esta zona para bromas",
concluye un barbudo de poco más de veinte años mientras bascula el Kaláshnikov
en la derecha.
"¿Que de dónde salieron estas armas? De todas partes,
muchas son particulares, otras son de la reserva de la milicia croata. Estamos
armados para repeler cualquier intento de invasión serbia. Toda la nación
croata se defenderá, aunque vengan con el ejército", sentencia.
El ejército se halla muy cerca de Stari Jankovci, en esta
bella región de Eslavonia, que ya está alzada en armas. El conflicto étnico
entre croatas y serbios que amenaza con sumir a toda Yugoslavia en una guerra
civil ha creado infinidad de frentes en esta zona. Las aldeas serbias se han
levantado contra el poder del Gobierno de Zagreb y sus vecinos croatas. Los
croatas, contra el poder de Belgrado, del ejército y de los serbios de la
región.
Todas las noches se oyen disparos. Grupos de encapuchados
establecen controles de carretera en los que ya son varios los muertos a
lamentar. Un día estalla una bomba en una capilla católica croata. Al día
siguiente vuela por los aires el Mercedes traído desde Alemania por un serbio
con sus ahorros de años. Los radicales nacionalistas marcan el ritmo, el odio
interétnico es ya tal que muchos sólo quieren que hablen los Kaláshnikov. Hay
ya casi tantos en la región como personas.
A pocos kilómetros de Jankovci, en el pueblo de Borovo Selo,
al menos 12 policías croatas murieron a principios de mayo en una emboscada que
les tendió la población serbia del lugar, ayudada, al parecer, por un
comando chetnik, radicales serbios que se consideran herederos de los
guerrilleros monárquicos que combatieron por igual a los partisanos y a
los ustachas (fascistas) croatas.
En Borovo Selo, dos semanas después de que llegara el
ejército para poner fin a los enfrentamientos interétnicos, los chetnik siguen
ocupando algunos edificios del centro. El Ayuntamiento tiene una habitación
habilitada como arsenal, en el que se encuentran las armas arrebatadas a los
policías croatas.
Policía croata
Detrás de este pequeño edificio de dos plantas, se hallan
aún los dos Land Rover y tres turismos de la policía croata, todos con decenas
de impactos de bala. Los jóvenes serbios que comen y beben en otro edificio
contiguo llevan viejas ametralladoras Thomson colgadas al hombro, algunas de
las cuales fueron utilizadas para matar a los croatas. Ellos afirman haber
participado también en la batalla. "Les hemos demostrado cómo sabemos
luchar los serbios". Un autobús junto al campo de fútbol muestra en su
chapa decenas de impactos de bala.
La bandera yugoslava ondea en lo alto de las largas antenas
de los carros de combate del Ejército yugoslavo desplegado en torno a Borovo
Selo. La enseña federal, con la que en Yugoslavia ya no parece identificarse
más que el Ejército, ayuda a identificar algunos tanques estacionados en los
campos de trigo ya muy crecido.
A menos de tres kilómetros, en el pueblecito de Dalj, sólo
circulan armados por la calle los policías croatas y algunos miembros de las
brigadas especiales de la misma. Llevan Kaláshnikov recién estrenados. La cinta
adhesiva que sujeta los dos cargadores -para la rápida reposición de la
capacidad de tiro agotado el primero-, está nueva y limpia. Pero nadie sabe
cuántos Kaláshnikov hay en las casas. Camiones enviados desde Zagreb han
distribuido después del 2 de mayo centenares de fusiles de asalto entre la
población croata. Proceden en su mayoría de la partida de 100.000 Kaláshnikov
comprados por el Gobierno croata a Hungría. Pero Zagreb ha comprado también
otras armas, en Singapur y otros puntos.
Desde una casa deshabitada en la entrada al pueblo de
Orolik, campesinos serbios saludan al coche de Belgrado. Bajan de su puesto de
vigía -a pocos centenares de metros de un control de las brigadas especiales
croatas- con sus viejas Thomson y nuevos fusiles Zastava, fabricados en
Yugoslavia con licencia soviética.
Son cinco hombres, tres jóvenes, dos en torno a la
cincuentena. "Estamos aquí para defender a nuestras familias. No nos
soprenderán como en 1941 " (el año en que el régimen fascista croata
comenzó con el masivo asesinato de serbios).
En el hotel Dunav de Vukovar, a orillas del Danubio, una
prostituta desdentada coquetea con cuatro miembros de las fuerzas especiales de
la policía de Zagreb. Mientras ríen los cinco, los jóvenes milicianos juegan
con sus nuevos Zastava dotados de mira telescópica.
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