martes, 28 de marzo de 2017

LA PELIGROSA TERCERA VÍA

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Madrid, 22.06.91

El autoritarismo es ya una seria amenaza para las nacientes democracias en el Este

Vojslav Seselj, líder ultra del nacionalismo serbio se pavonea públicamente de ser responsable de una emboscada que costó la vida a quince policías croatas en la aldea de Borovo Selo el 2 de mayo. Su programa político se basa en la conquista por cualquier medio de todos los territorios que él considera serbios en los Balcanes y en el menosprecio o enemistad irreconciliable hacia los otros pueblos y religiones que conviven en la región.
El pasado domingo logró la mayoría absoluta de los votos emitidos en la elección de un escaño vacante al Parlamento serbio por Rakovica, un surburbio obrero de Belgrado. La elección se repetirá el domingo por haber votado menos del 50% del censo. Entonces le bastará a Seselj, que gusta de vestir uniformes con correajes y toda clase de simbología cetnik, la mayoría simple para entrar en el Parlamento. Unos 600 kilómetros al norte de Belgrado, en Klagenfurt, el presidente del Estado federado austriaco de Carinthia, Jörg Haider, no luce uniformes sino zamarras del folklore regional o trajes de yuppie provinciano. La pasada semana elogió la política de empleo del régimen nacionalsocialista hitleriano. El Gobierno federal austriaco exigió su dimisión. El ha respondido con un "llamamiento a las masas" contra la justicia austriaca y la supuesta "partitocracia corrupta" de Viena.
Hace ya tiempo que se difuminó el entusiasmo con que el este y el oeste celebraron la caída de las dictaduras comunistas que durante nueve lustros habían impuesto la división del continente. Al igual que nadie predijo la rapidez con que se disolverían estos regímenes, nadie fue capaz de adivinar las dificultades con que las sociedades centroeuropeas y balcánicas se enfrentarían al desaparecer el orden internacional existente en la región.
Frente a las dos opciones que se creían únicas de "democracia plural" y "socialismo real" se perfila una tercera vía que no es aquel híbrido de sistema ideado por los reformistas del socialismo en la Praga de 1968, sino un proyecto nacionalista autoritario, en algunos casos con claros elementos fascistas.
Las autoridades de la ciudad alemana de Dresde se vieron hace unos días lo suficientemente intimidadas por una minoría violenta nazi como para permitir la primera marcha legal nacionalsocialista que se celebra en Alemania desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Los grupos nazis fueron siempre un minúsculo sumidero de figuras marginales en Alemania occidental.
En la sociedad de la antigua RDA esta ideología encuentra jóvenes alemanes pobres y desempleados, sin educación democrática, con grandes resentimientos sociales y humillados por el bienestar europeo occidental. Es el caldo de cultivo que encontró Hitler en la paupérrima y humillada Alemania postversalles para la irresistible ascensión de su ideología redentora.
Pero si en Alemania y en Austria el fin del orden de la posguerra ha creado las primeras fisuras en el consenso democrático y pluralista, es en el este en donde las amenazas son más tangibles e inmediatas. Se basan en la falta de tradición democrática, en la frustración ante las dificultades en salir de la miseria económica y en la ignorancia sobre los pilares fundamentales de la democracia occidental.
Unos son demagogos como el polaco Stanislaw Tyminski, que logró seis millones de votos en las elecciones presidenciales en otoño pasado prometiendo el nivel de vida americano en pocos meses, o Vladimir Shirinovski, que consiguió la pasada semana otros tantos en los comicios presidenciales en Rusia. Otros son intelectuales de tendencia autoritaria y antioccidental como el citado serbio Seselj o Alexandr Solchenitsin con sus extravagantes propuestas medievalistas para salvar a la Rusia eterna de caer en materialismos vacuos y en la amoralidad.
Pero también estadistas y personalidades firmes en su lucha anticomunista demuestran no estar a salvo de la tentación de considerar que, dada su imperfección, la democracia pluralista deja de ser un fin en sí misma. El presidente polaco, Lech Walesa, exige poderes para gobernar por decreto y dice dudar "si la evolución del comunismo a la democracia es posible o si hay que aplicar otros métodos más duros". Hace tiempo que Walesa se ha revelado como un hombre al que le gusta la democracia mientras ésta le dé la razón. Dictadores de la época de entreguerras en toda centroeuropa también aceptaban y permitían elecciones hasta que dejaron de hacerlo.

Separación Iglesia-Estado
También en Polonia, el Papa Juan Pablo II no perdió ocasión durante su reciente visita oficial para, en su condena del aborto, atacar la división de Iglesia y Estado, uno de los fundamentos de la democracia occidental, y descalificar al Parlamento, otra institución vital, como incompetente para elaborar leyes que él considera amorales. El 60% de los polacos se declara contrario a la prohibición del aborto. El Papa parecía hacer campaña para la implantación de un Estado teocrático y no un viaje pastoral.
En los países multiétnicos de la región como Yugoslavia, Rumanía o Checoslovaquia se refuerzan tendencias autoritarias nacionalistas con formas cada vez más abiertamente clericales o fascistas.
Cuadros comprometidos con los regímenes comunistas en el pasado explotan la veta nacionalista y agitan contra el pluralismo y la sociedad laica y abierta. Expolicías comunistas eslovacos lanzan arengas sobre la vocación mariana eslovaca. El presidente Slobodan Milosevic se ganó hace tiempo el apodo de Duce serbio. Franciscanos en la Herzegovina agitan a los católicos croatas contra los serbios y los popes rezan en honor de los terroristas serbios de Borovo Selo. El proyecto comunista fracasó, el democrático y la economía de mercado parecen inalcanzables.

En toda Europa del este son millones los frustrados porque la democracia no trae, como pensaban, automáticamente el bienestar occidental. Muchos ven la salida en un autoritarismo eficaz. Este se alimentaría de mitos históricos, odio xenófobo y oscurantismo clerical. La victoria de estas fuerzas redentoras haría añorar a todos la Guerra Fría de la amenaza controlada y predecible.

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