Por HERMANN TERTSCH
El País, Osijek,
09.07.91
LA DESINTEGRACIÓN YUGOSLAVA
El teatro nacional croata representa el Tartufo de
Molière. En el monumental hotel Esplanade se celebran bodas de lujo. En el
mercado central de Zagreb, junto a la catedral, las campesinas de los
alrededores ofrecen a voces cestitas de grosellas, frambuesas, fresas y cerezas
negras. La normalidad en Zagreb parecería total si no se viera rasgada por los
pasquines en los portales que enumeran las instrucciones a los ciudadanos en
caso de bombardeo aéreo e informan sobre los refugios adjudicados a cada
bloque. "Mantengan contacto con el exterior a través de la radio y la
televisión".
Durante el día, las tiendas y los supermercados están
repletos de productos con unos precios que hacen de Zagreb una ciudad más cara
que Viena o Ginebra. Las terrazas están llenas de jóvenes, pasados ya los
exámenes, y centenares de perros con sus dueños se dan cita en el parque del
Rey Tomislav.
Los ciudadanos de Zagreb acuden a sus trabajos y aparentan
hacer una vida normal, pero son conscientes de hallarse en una encrucijada de
su pueblo y de sus vidas. Nadie parece dudar sobre su actitud en el momento de
estallar una guerra que muchos creen inevitable. Nadie se declara objetor de
conciencia a la hora de ir a una guerra que todos temen, porque saben que, si
llega, su crueldad será inaudita. "Nunca, nunca nos van a dejar en paz los
serbios".
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