Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
11.04.91
Dogmas internos e intereses externos amenazan la transición
albanesa
La catedral era el orgullo de Shkodra, capital de la región
de Albania con mayoría católica. En 1967, habiendo decidido el omnipotente
Enver Hoxha eliminar a Dios en el "primer país ateo del mundo", el
régimen arrancó cruces, detuvo y ejecutó a sacerdotes, dio una mano de pintura
plástica a los frescos interiores, cambió reclinatorios por gradas e hizo de la
catedral un polideportivo muy práctico para la educación física del
"hombre nuevo". Hoxha murió en 1985, cumpliéndose la esperanza de los
católicos de que fuera una mera hipérbole la inmortalidad que le
atribuían los trovadores del régimen. Le sucedió su estrecho colaborador Ramiz
Alia, que juró mantener inamovible el curso por el "luminoso sendero"
del comunismo total enverista.
Pero tras la muerte de Hoxha llegó la de la ideología que él
había aplicado tan implacablemente. Alia no aceptó este hecho hasta que los
estudiantes de Tirana salieron a la calle en diciembre y se declararon en
huelga de hambre. Alia supo entonces que el cambio era inevitable y sólo
posponible a tiros. Aprovechó la presión callejera para debilitar a la
facción dura del partido, liderada por la viuda de Hoxha, Nemxhije.
Alia accedió a legalizar los partidos democráticos y
convocar elecciones. Pero, el 20 de febrero, estudiantes y ciudadanos de Tirana
volvían a las calles y derribaban la inmensa estatua de Hoxha que presidía la plaza
central de la capital.
Las imágenes televisadas de la caída de la imagen del líder
adorado por dogma de Estado tuvieron un efecto traumático. Los guardianes del
legado de Enver lanzaron su ofensiva contra la oposición democrática y contra Alia, al que ven responsable de la crisis del régimen. El
Partido Democrático, principal grupo opositor, cayó en el clásico error de la
élite intelectual al ignorar en su programa al campesinado, aún el 65% de la
población de Albania. Las elecciones del día 31 demostraron que el campo votó
en bloque al poder comunista, ya por costumbre, temor a represalias o miedo al
programa de la oposición, que ignoraba sus intereses.
Desde su origen, el Partido del Trabajo (PTA) ha sido un
partido campesino. De su primera estrategia antifeudal, pronto pasó al terror
antiurbano, basado en la teoría maoísta del cerco del campo a las
ciudades.
No pudo, sin embargo, evitar que surgiera una juventud
albanesa -la mitad de la población tiene menos de 26 años- con vocación
democrática e información exterior que el aparato ya no puede impedir. Esta
realidad urbana, más la económica, desde 1970 en continuo deterioro hasta caer
en la miseria tercermundista, hacen imposible el retorno al régimen enverista.
El PTA está condenado ya a una escisión entre el
sector duro enverista y quienes ya buscan acomodo en una línea socialdemócrata. También el PD, que aglutina aún toda la rabia anticomunista de las
ciudades, ha entrado en una fase de redefinición. Surgirán nuevos partidos.
Aquellos que buscan una modernización del país se separarán de algunos
demagogos fácilmente manipulables por intereses externos.
Washington ha hecho saber a Tirana que sólo ayudará al país
si impide la influencia de la Comunidad Europea. EE UU sueña con hacer de
Albania su cabeza de puente en los Balcanes y con una base militar en el puerto
de Vlora, dado el futuro incierto de sus bases en Grecia, Italia y España.
Moscú no ha abandonado su interés por las playas adriáticas. Pronto se verá si
se impone la transición pacífica, difícil por los agravios y odios acumulados,
o la desestabilización de la ortodoxia del PTA o de quienes son instrumento de
presión exterior.
Mientras, la catedral de Shkodra recupera la
normalidad, los católicos celebran sus misas sobre el parqué de la cancha de
baloncesto.
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