Por HERMANN TERTSCH
El País, Madrid,
24.03.91
El declive de Milosevic abre vías al acuerdo
Yugoslavia ha pasado por las jornadas más dramáticas y
decisivas desde la muerte de Tito, en mayo de 1980. Tras una década de inestabilidad endémica, ha estado a punto de verse arrastrada a la violencia
interétnica generalizada o a una dictadura neobolchevique. Sin embargo, salvada
ahora la crisis aguda, se perciben signos esperanzadores de que Yugoslavia
puede lograr una convivencia pacífica entre sus pueblos y repúblicas.
La crisis de marzo, que comenzó el 9 de marzo con
la manifestación contra la dictadura informativa del presidente serbio Slobodan
Milosevic, concluyó cuando el martes pasado el Ejército se negó -ya por
convicción, ya por incapacidad operativa o decisoria- a seguir al líder serbio
en su aventura totalitaria. Tras tres días de amenazador silencio, el alto mando
del Ejército optó por el golpe blando, un pronunciamiento en el que
se declaró autónomo del poder civil constitucional. Advirtió que será el propio
mando castrense el que decida cuándo se dan las circunstancias para una
intervención, no la presidencia colectiva.
Con la operación de retirada de las instituciones, la
movilización de sus fuerzas policiales y el anuncio de la creación de nuevas
unidades paramilitares republicanas, Milosevic quiso liquidar la presidencia y
forzar una intervención militar. Fracasó en lo segundo, pero tuvo éxito en lo
primero. La presidencia colectiva ha quedado vacía de poder, éste ha pasado a
la conferencia de presidentes de las repúblicas. Estos se reunirán por primera
vez el jueves en Dubrovnik, en Croacia, e intentarán, en reuniones a celebrar
en las diversas repúblicas en los próximos seis meses, establecer el marco de
convivencia y cooperación.
Tesis confederales
Paradójicamente, la huida hacia adelante de Milosevic ante
la creciente contestación interna en Serbia ha dado un fuerte impulso a las
tesis confederales, ya defendidas por Eslovenia, Croacia, Macedonia y Bosnia-Herzegovina.
Milosevic mismo ha hundido su plan federal, que en realidad era un intento de
imponer la hegemonía serbia -y, a través de ésta, la suya personal- a todos los
pueblos yugoslavos. Milosevic ha fracasado en su operación golpista, en su proyecto
unitarista y autoritario y en sus intentos por frenar el desarrollo democrático
en Serbia. Había fracasado antes en su sangriento esfuerzo de eliminar
políticamente al pueblo albanés en Kosovo. Con la disolución de su base
política en Serbia, ha comenzado su ocaso. El líder serbio luchará por el poder
y puede provocar nuevos focos de desestabilización. Pero el Ejército yugoslavo
y los serbios están cada vez menos dispuestos a dejarse instrumentalizar por
Milosevic. Y Occidente ha reconocido que es el mayor enemigo del programa del
primer ministro, Ante Markovic, en favor de una economía de mercado.
La instauración de la democracia en Serbia aliviará las
tensiones centrífugas. El diálogo de los presidentes para la creación de una
nueva fórmula de asociación yugoslava puede abrir las puertas a una convivencia
entre distintas repúblicas soberanas en un espacio económico único que permita
a la nueva Yugoslavia acceder a la estabilidad y a Europa.
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