Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Bucarest
El País Domingo,
07.01.90
EUROPA CAMBIA
Rumanía entra lentamente en la normalidad, aunque los carros
de combate continúan en sus calles
Bucarest entra lentamente estos días en una normalidad
mejor que la habida durante lustros. Los controles de milicianos y del Ejército
en las calles han desaparecido, permanecen los carros de combate ante los
edificios estratégicos, como la televisión y el Ministerio de Asuntos Exteriores,
donde se reúne el nuevo poder. Días después del triunfo de la revolución que
acabó con la dictadura de Nicolae Ceaucescu, sin embargo, el futuro de Rumanía
es todavía incierto y queda aún un largo camino por recorrer en el proceso
democrático.
Trabajadores en toda la ciudad se afanan por sustituir los
miles de cristales rotos. Otros daños serán más difíciles de reparar. Decenas
de obras de arte han ardido en el Museo Nacional bajo el fuego artillero. Los
bellos edificios de la plaza de la República también fueron pasto del fuego.
Muchas villas que habían sobrevivido la depredación arquitectónica de los
proyectos demenciales del tirano han quedado destrozadas en los combates. Eran
en gran parte casas francas de la Securitate, y el Ejército las atacó con el fuego
de sus carros de combate.
Desaparece el terror
Ha desaparecido el terror, y el alivio, lentamente, releva
al dolor por tanta sangre derramada. Ahora los rumanos se preguntan cómo ha
sido posible la pesadilla del régimen de Nicolae Ceaucescu, que ya ha entrado
en la historia como uno de los grandes criminales de este siglo que acaba; cómo
un ser inculto y demente como Nicolae Ceaucescu pudo montar un aparato tan
cruel como efectivo y mantener maniatado, hambriento y humillado a un pueblo de
22 millones de habitantes de Europa. "¿Por qué el general Vasile Milea
[ministro de Defensa asesinado] no se rebeló antes contra esta locura?",
se pregunta estos días una articulista rumana.
Incluso para quienes han sufrido bajo otras dictaduras es
difícil concebir el grado de terror que Ceaucescu había logrado imponer y el
absoluto desprecio de su clan y sus sicarios hacia todos los principios de una
sociedad civilizada.
La policía política Securitate golpeaba a embajadores
extranjeros con la misma facilidad con que hacía desaparecer para siempre a
objetores y críticos. La mentira había llegado a niveles delirantes con todos
los medios dirigidos por un ministerio de la verdad orwelliano. Todos
habían de vigilar a todos. La desconfianza, la delación, la corrupción y el
miedo eran omnipresentes.
El final de este despotismo asiático en los Balcanes lo
inició con su coraje uno de los pocos héroes que se atrevió a luchar en
solitario contra la dictadura. El párroco Laszlo Tökes había sido objeto
preferido de las vejaciones, palizas y arrestos de la Securitate en los últimos
años por su denuncia de la inhumanidad del régimen. El día 15 de diciembre,
Laszlo Tökes y su mujer, embarazada, iban a ser desalojados de la parroquia.
Durante dos días, miembros de la comunidad húngara de Timisoara rodean su casa
en una cadena humana para intentar evitarlo.
Unos encapuchados logran penetrar en la parroquia y dar una
paliza al religioso, que, ensangrentado, se asoma a una ventana y pide a sus
fieles que se alejen porque corren peligro. Esta escena provoca tal indignación
que pronto son varios miles de húngaros, rumanos, alemanes y serbios, que
componen la población de esta ciudad, los que se manifiestan de forma
espontánea en defensa de Tökes. La Securitate abre fuego y mueren las primeras
decenas o centenas de niños, mujeres y ancianos reunidos, mientras los hombres
estaban en sus trabajos.
Cierre de fronteras
Al día siguiente, Rumanía cierra sus fronteras ante la
llegada de las primeras informaciones a Occidente. Nicolae Ceaucescu parte en
viaje oficial hacia Irán, donde declara que "la situación en Rumanía es
estable". El día 20, Bucarest aparece fuertemente vigilada por la policía,
armada con ametralladoras. Un día más tarde son ya decenas de miles las
personas que se concentran y manifiestan en Timisoara en protesta por la
matanza del día anterior. Sorprendentemente, el Ejército, desplegado en las
calles, no interviene.
Ceaucescu vuelve de Irán y comete su mayor error, convocar
una manifestación en su apoyo en la plaza de la República, en Bucarest, el día
21. Con la vigilancia existente en la capital cualquier concentración ilegal
hubiera sido disuelta antes de contar con un par de decenas de participantes.
La convocatoria de la manifestación de solidaridad con el dictador abre las puertas
a la victoria de la revolución en Bucarest.
En su demencia, Ceaucescu difama a los ya por entonces miles
de muertos como "agentes extranjeros" y promete aumentos de sueldo,
en un necio intento por ganarse apoyos. La masa, llegada con retratos oficiales
del dictador, lo calla pronto con gritos de "asesino",
"rata", "Jos (abajo) Ceaucescu".
La patética imagen del tirano moviendo los brazos
horizontalmente en su inútil gesticulación por acabar con el clamor del pueblo
es un documento histórico de esta revolución, sólo superado por el vídeo del
juicio y la ejecución del tirano y su máximo cómplice y esposa, Elena.
El día 22, como en una película épica revolucionaria, los
obreros entran en la capital en grandes marchas desde la periferia. La sede del
Comité Central del partido comunista es ocupado por las fuerzas directrices
del levantamiento y se forma el Frente de Salvación Nacional, con el anciano ex
ministro de Asuntos Exteriores, Corneliu Manescu, a la cabeza. Por primera vez
el odiado tirano, tras 24 años de poder y un día de huida, tiene un contrapoder
que le disputa la legitimidad con las armas.
Ese mismo día, miles de ciudadanos asaltan el palacio
Primaverii y entran en los lujosos salones, llenos de tapices y cuadros del
patrimonio nacional, una isla de lujo desaforado y ostentoso en el mar de
miseria creado por el titán de titanes o gran amo del país.
A las diez de la mañana, Nicolae Ceaucescu había cometido
otro error. Había ordenado asesinar al ministro de Defensa, Vasile Milea, por
negarse éste a ordenar a sus tropas que dispararan sobre la multitud que en
todo el país se había levantado.
Tomar la televisión
El Ejército se pasa en bloque a las fuerzas revolucionarias. Éstas, encabezadas por Mircea Dinescu, toman la sede de la
televisión. Allí se reúne de nuevo el Frente de Salvación Nacional y comienza a
emitir la Televisión de la Rumanía Libre. Las fuerzas de la Securitate
lanzan una gran ofensiva en todo el país y el Ejército no está lo
suficientemente bien adiestrado y armado para hacer frente a estos
profesionales del crimen, excelentemente equipados. El Frente de Salvación
Nacional teme un aplastamiento de la rebelión. El 23, en una cadena de
casualidades, Ceaucescu y su mujer, Elena, que dejaron abandonados a Emil Bobu
y Manea Manescu, dos de sus más estrechos colaboradores, porque el helicóptero
en el que huían no podía con todos, son capturados después de vagar por
Tirgoviste en busca de refugio.
Informado el Frente de Salvación Nacional, decide el
juicio inmediato del dictador. Un recrudecimiento durante Nochebuena y Navidad
de los ataques de las fuerzas leales a Ceaucescu y la certeza de que éstas han
localizado al dictador detenido, aceleran la ejecución de la pareja.
La revolución, hasta este mismo momento amenazada con el
fracaso, triunfa en el momento en que se hace pública la muerte de los
Ceaucescu. Son las nueve de la noche del día de Navidad de 1989 y ha muerto uno
de los regímenes más odiosos de los muchos que merecen este calificativo en
este siglo XX.
Continúan los asesinatos y los enfrentamientos, pero la
iniciativa se halla ya definitivamente en manos del Ejército y la revolución.
Los securistas comienzan a entregarse en grandes grupos. El día 26 se
forma el Consejo del Frente de Salvación Nacional. El viejo Manescu ha dejado ya la dirección y emerge al frente
Ion Iliescu, un hombre con estrechos vínculos con Moscú. El futuro de Rumanía
es aún incierto y largo el camino hacia una sociedad democrática, abierta y
realmente libre, pero la pesadilla impuesta por un demente europeo y una
camarilla de canallas pertenece ya al pasado. En un río de sangre, entre
escenas indescriptibles de heroísmo y depravación asesina, la nueva Rumanía ha
recuperado su dignidad nacional.