Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
28.11.89
TRIBUNA: HACIA UNA NUEVA EUROPA
La huelga general celebrada -en el mejor sentido del
término- ayer en Checoslovaquia ha sido una impresionante demostración de la
unidad popular contra el sistema. Con su éxito total en todo el país, desde
Plzen junto a la frontera con Baviera hasta Kosice en el extremo oriente
eslovaco, supone el gran colofón de diez días de manifestaciones masivas que
han roto ya de hecho y definitivamente el monopolio de poder del partido
comunista. El comité central tuvo que ceder de nuevo ante la población y cesar a
tres miembros del buró político incompatibles con la reforma que se ve obligado
a emprender. Caen Miroslav Stepan, jefe del partido en Praga, el más joven de
los más duros, Miroslav Zavadil, el ultradogmático jefe de los sindicatos y
Jozef Lenart, que fue secretario de relaciones exteriores del comité central.
Ingresan en el buró político algunos hombres con cierta
aureola de reformistas, como el jefe de las Juventudes Comunistas,
Vasil Mohorita, y Miroslav Valek, poeta y exministro de Cultura eslovaco, que
ya hace años se manifestó en favor de mayor tolerancia en el terreno cultural y
algo de veracidad en los medios de comunicación. Los otros cinco nuevos
miembros, entre ellos dos mujeres, Valeria Petrinkova y Hana Kozesnikova, son
funcionarios desconocidos cuya línea política habrá de revelarse en la
preparación del congreso y gestión de la crisis.
El partido ha comenzado, superada la estupefacción inicial,
la campaña de renovación de imagen, clásica ya en el este de Europa. El nuevo
secretario general, Karel Urbanek, partió en su automóvil privado hacia las
minas de Kladno para hablar con los mineros. El negro Tatra oficial
con sus cortinas echadas, tan habitual por las calles de Praga se quedó en el
garaje. Tras veinte años de desprecio hacia la opinión pública, los líderes
checoslovacos, como ya hicieron los alemanes orientales hace semanas, se ven
obligados a recurrir al marketing.
El comité central ha convocado un congreso extraordinario
para enero, convencido ya de que no podía esperar hasta mayo como estaba
previsto. Quizá incluso enero sea tarde, pero la imposibilidad de una
convocatoria anterior es un argumento plausible. El congreso habrá de rehabilitar
a los depurados de la normalización, recalificar la intervención
extranjera de 1968 y derogar o condenar el ominoso documento de 1970 sobre
las Lecciones de los años de crisis.
Las manifestaciones populares concluyen así su primer ciclo.
Las presiones de la oposición democrática en las próximas semanas deberán
adquirir nuevas formas. Su capacidad de convocatoria está más que demostrada.
Las negociaciones con el primer ministro Ladislav Adamec están en marcha, si
bien nadie sabe de qué poder y margen de maniobra dispone. Adamec no está en el
nuevo presidium. Sería ingenuo creer que no le debilita esta ausencia
del máximo gremio.
Por otro lado, tras su grandiosa victoria, la oposición
tendrá que estructurarse. El Foro Cívico ha presentado ya un programa de siete
puntos para la democratización del país, en el que exige elecciones libres y
una economía de mercado. Vaclav Havel es un dramaturgo y quiere dedicarse a
escribir. El cardenal Frantisek Tomasek tiene 90 años. Alexander Dubcek es un
símbolo. La oposición entra en una fase donde necesita políticos y no solo
grandes hombres que han asumido el papel de conciencia nacional.
Checoslovaquia cuenta con cabezas para dirigir esta nueva
experiencia democrática. Son los represaliados de 1968, desde Zdenek Mlynar a
Jiri Dienstbier, los líderes jóvenes del movimiento democrático y personas de
gran capacidad que lograron sobrevivir en el aparato como los economistas Valtr
Komarek o Milos Zeman.
El proceso está en marcha y no hay marcha atrás. Pero la
huelga ha demostrado ya que el régimen no tiene mayoría silenciosa a la que
remitirse. Checoslovaquia, por tradición y estructura social tendrá menos
dificultades que otros vecinos para crear las estructuras de una sociedad
moderna. Praga no está evocando el espíritu de 1968 para reformar el
socialismo. Checoslovaquia evoca el espíritu antifebrero que quiere
acabar con el sistema impuesto en aquel febrero veinte años antes, 1948, cuando
el PCCh secuestró la voluntad democrática de este pueblo centroeuropeo.
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