martes, 28 de febrero de 2017

CRÓNICA DE UNA REVOLUCIÓN

Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Bucarest
El País  Domingo, 07.01.90

EUROPA CAMBIA

Rumanía entra lentamente en la normalidad, aunque los carros de combate continúan en sus calles

Bucarest entra lentamente estos días en una normalidad mejor que la habida durante lustros. Los controles de milicianos y del Ejército en las calles han desaparecido, permanecen los carros de combate ante los edificios estratégicos, como la televisión y el Ministerio de Asuntos Exteriores, donde se reúne el nuevo poder. Días después del triunfo de la revolución que acabó con la dictadura de Nicolae Ceaucescu, sin embargo, el futuro de Rumanía es todavía incierto y queda aún un largo camino por recorrer en el proceso democrático.
Trabajadores en toda la ciudad se afanan por sustituir los miles de cristales rotos. Otros daños serán más difíciles de reparar. Decenas de obras de arte han ardido en el Museo Nacional bajo el fuego artillero. Los bellos edificios de la plaza de la República también fueron pasto del fuego. Muchas villas que habían sobrevivido la depredación arquitectónica de los proyectos demenciales del tirano han quedado destrozadas en los combates. Eran en gran parte casas francas de la Securitate, y el Ejército las atacó con el fuego de sus carros de combate.

Desaparece el terror
Ha desaparecido el terror, y el alivio, lentamente, releva al dolor por tanta sangre derramada. Ahora los rumanos se preguntan cómo ha sido posible la pesadilla del régimen de Nicolae Ceaucescu, que ya ha entrado en la historia como uno de los grandes criminales de este siglo que acaba; cómo un ser inculto y demente como Nicolae Ceaucescu pudo montar un aparato tan cruel como efectivo y mantener maniatado, hambriento y humillado a un pueblo de 22 millones de habitantes de Europa. "¿Por qué el general Vasile Milea [ministro de Defensa asesinado] no se rebeló antes contra esta locura?", se pregunta estos días una articulista rumana.
Incluso para quienes han sufrido bajo otras dictaduras es difícil concebir el grado de terror que Ceaucescu había logrado imponer y el absoluto desprecio de su clan y sus sicarios hacia todos los principios de una sociedad civilizada.
La policía política Securitate golpeaba a embajadores extranjeros con la misma facilidad con que hacía desaparecer para siempre a objetores y críticos. La mentira había llegado a niveles delirantes con todos los medios dirigidos por un ministerio de la verdad orwelliano. Todos habían de vigilar a todos. La desconfianza, la delación, la corrupción y el miedo eran omnipresentes.
El final de este despotismo asiático en los Balcanes lo inició con su coraje uno de los pocos héroes que se atrevió a luchar en solitario contra la dictadura. El párroco Laszlo Tökes había sido objeto preferido de las vejaciones, palizas y arrestos de la Securitate en los últimos años por su denuncia de la inhumanidad del régimen. El día 15 de diciembre, Laszlo Tökes y su mujer, embarazada, iban a ser desalojados de la parroquia. Durante dos días, miembros de la comunidad húngara de Timisoara rodean su casa en una cadena humana para intentar evitarlo.
Unos encapuchados logran penetrar en la parroquia y dar una paliza al religioso, que, ensangrentado, se asoma a una ventana y pide a sus fieles que se alejen porque corren peligro. Esta escena provoca tal indignación que pronto son varios miles de húngaros, rumanos, alemanes y serbios, que componen la población de esta ciudad, los que se manifiestan de forma espontánea en defensa de Tökes. La Securitate abre fuego y mueren las primeras decenas o centenas de niños, mujeres y ancianos reunidos, mientras los hombres estaban en sus trabajos.

Cierre de fronteras
Al día siguiente, Rumanía cierra sus fronteras ante la llegada de las primeras informaciones a Occidente. Nicolae Ceaucescu parte en viaje oficial hacia Irán, donde declara que "la situación en Rumanía es estable". El día 20, Bucarest aparece fuertemente vigilada por la policía, armada con ametralladoras. Un día más tarde son ya decenas de miles las personas que se concentran y manifiestan en Timisoara en protesta por la matanza del día anterior. Sorprendentemente, el Ejército, desplegado en las calles, no interviene.
Ceaucescu vuelve de Irán y comete su mayor error, convocar una manifestación en su apoyo en la plaza de la República, en Bucarest, el día 21. Con la vigilancia existente en la capital cualquier concentración ilegal hubiera sido disuelta antes de contar con un par de decenas de participantes. La convocatoria de la manifestación de solidaridad con el dictador abre las puertas a la victoria de la revolución en Bucarest.
En su demencia, Ceaucescu difama a los ya por entonces miles de muertos como "agentes extranjeros" y promete aumentos de sueldo, en un necio intento por ganarse apoyos. La masa, llegada con retratos oficiales del dictador, lo calla pronto con gritos de "asesino", "rata", "Jos (abajo) Ceaucescu".
La patética imagen del tirano moviendo los brazos horizontalmente en su inútil gesticulación por acabar con el clamor del pueblo es un documento histórico de esta revolución, sólo superado por el vídeo del juicio y la ejecución del tirano y su máximo cómplice y esposa, Elena.
El día 22, como en una película épica revolucionaria, los obreros entran en la capital en grandes marchas desde la periferia. La sede del Comité Central del partido comunista es ocupado por las fuerzas directrices del levantamiento y se forma el Frente de Salvación Nacional, con el anciano ex ministro de Asuntos Exteriores, Corneliu Manescu, a la cabeza. Por primera vez el odiado tirano, tras 24 años de poder y un día de huida, tiene un contrapoder que le disputa la legitimidad con las armas.
Ese mismo día, miles de ciudadanos asaltan el palacio Primaverii y entran en los lujosos salones, llenos de tapices y cuadros del patrimonio nacional, una isla de lujo desaforado y ostentoso en el mar de miseria creado por el titán de titanes o gran amo del país.
A las diez de la mañana, Nicolae Ceaucescu había cometido otro error. Había ordenado asesinar al ministro de Defensa, Vasile Milea, por negarse éste a ordenar a sus tropas que dispararan sobre la multitud que en todo el país se había levantado.

Tomar la televisión
El Ejército se pasa en bloque a las fuerzas revolucionarias. Éstas, encabezadas por Mircea Dinescu, toman la sede de la televisión. Allí se reúne de nuevo el Frente de Salvación Nacional y comienza a emitir la Televisión de la Rumanía Libre. Las fuerzas de la Securitate lanzan una gran ofensiva en todo el país y el Ejército no está lo suficientemente bien adiestrado y armado para hacer frente a estos profesionales del crimen, excelentemente equipados. El Frente de Salvación Nacional teme un aplastamiento de la rebelión. El 23, en una cadena de casualidades, Ceaucescu y su mujer, Elena, que dejaron abandonados a Emil Bobu y Manea Manescu, dos de sus más estrechos colaboradores, porque el helicóptero en el que huían no podía con todos, son capturados después de vagar por Tirgoviste en busca de refugio.
Informado el Frente de Salvación Nacional, decide el juicio inmediato del dictador. Un recrudecimiento durante Nochebuena y Navidad de los ataques de las fuerzas leales a Ceaucescu y la certeza de que éstas han localizado al dictador detenido, aceleran la ejecución de la pareja.
La revolución, hasta este mismo momento amenazada con el fracaso, triunfa en el momento en que se hace pública la muerte de los Ceaucescu. Son las nueve de la noche del día de Navidad de 1989 y ha muerto uno de los regímenes más odiosos de los muchos que merecen este calificativo en este siglo XX.
Continúan los asesinatos y los enfrentamientos, pero la iniciativa se halla ya definitivamente en manos del Ejército y la revolución. Los securistas comienzan a entregarse en grandes grupos. El día 26 se forma el Consejo del Frente de Salvación Nacional. El viejo Manescu ha dejado ya la dirección y emerge al frente Ion Iliescu, un hombre con estrechos vínculos con Moscú. El futuro de Rumanía es aún incierto y largo el camino hacia una sociedad democrática, abierta y realmente libre, pero la pesadilla impuesta por un demente europeo y una camarilla de canallas pertenece ya al pasado. En un río de sangre, entre escenas indescriptibles de heroísmo y depravación asesina, la nueva Rumanía ha recuperado su dignidad nacional.

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