Por HERMANN TERTSCH
El País, Madrid,
10.11.89
TRIBUNA: HACIA UNA NUEVA EUROPA
La historia europea entró ayer en una fase radicalmente
nueva llena de esperanzas de una convivencia más estrecha y más libre, plagada
también de graves riesgos, algunos previsibles, muchos insospechados. Un orden
internacional basado en el enfrentamiento y la disuasión por el terror ante el
adversario quedó superado por la historia. El símbolo de cerca de nueve lustros
de lucha ideológica entre los sistemas, el muro de Berlín y los cerca de 1.000
kilómetros de frontera fortificada e implacablemente vigilada, desaparece por
anacrónico e inútil. La Europa de la generación que hoy va a la escuela será
radicalmente distinta de la de sus mayores.
Desde ayer ya no se trata sólo de que ciertos países como
Hungría y Polonia hayan recuperado su libertad, hegemonía. El discurso político
del siglo XX ha quedado liquidado. Los 20 años de tensión entre las dos grandes
guerras estuvieron marcados por la crisis entre Alemania y Francia. Los 40 años
de paz enfrentada desde 1945 fueron de choque ideológico. La ideología
beligerante que ha marcado el siglo se ha agotado en su impotencia ante los
nuevos retos.
El fundamento de toda estabilidad en Europa es un consenso
occidental sobre la gran fuerza del centro, Alemania. El hundimiento del
régimen posestalinista en la RDA ha cogido una dinámica que tiene a todo el
mundo sin aliento. Hace aún pocos meses, el anciano Erich Honecker, incapaz de
interpretar ya la historia con sus rígidos dogmas del comunista de los años
treinta, decía que "el muro seguirá en pie en cincuenta o cien
años". Hoy aquel comentario ya no provoca sino sonrisas.
Las reformas liberalizadoras en el este de Europa,
reactivadas por Mijail Gorbachov cuando accedió al poder, causaron en principio
perplejidad y una gran dosis de incredulidad en Occidente. Hoy está claro que
la actualidad es historia. Europa no ha vivido momentos de tal magnitud
histórica desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial y el final de la
Segunda.
Ayer, la RDA, baluarte de la ortodoxia marxista-leninista
desde su creación, demostró espectacularmente que nos hallamos en el umbral de
un orden internacional radicalmente nuevo. La frontera interalemana y el muro de
Berlín han quedado abiertos. Bajo la presión masiva de una población informada,
que, como todas las sociedades europeas orientales, se niega ya a ser tutelada
por una dirección fracasada cuya única legitimidad está en las armas, el
régimen comunista de la RDA renuncia al arma que, según afirma oficialmente, ha
garantizado su existencia.
En 1961, Walter Ulbricht y Erich Honecker construyeron el
muro para evitar que la RDA se desangrara. Hoy, los sucesores de estos dos
históricos líderes renuncian a un monumento de la guerra fría cuya efectividad
había sido minada ya por las reformas en países vecinos. Alemania oriental no
podía construir muros en todas sus fronteras.
El peligro de desangrarse persiste. Occidente, y sobre todo
la República Federal de Alemania, tiene un interés vital por evitar que la
desaparición de una frontera inhumana provoque las conmociones que supondría
una migración de dimensiones bíblicas hacia el Oeste.
El régimen comunista alemán ha dado el primer paso en su
retirada hacia la irrelevancia. Las superpotencias y toda la comunidad europea
de naciones deberán ayudar con enorme prudencia a que el segundo Estado alemán
pueda despojarse del lastre dictatorial sin poner en peligro el equilibrio
europeo y lo que le es inherente, los intereses de todos los Estados en
Centroeuropa, en primer lugar la Unión Soviética.
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