sábado, 25 de febrero de 2017

RIESGOS Y ESPERANZAS DE UNA NUEVA EUROPA

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Madrid, 10.11.89

TRIBUNA: HACIA UNA NUEVA EUROPA

La historia europea entró ayer en una fase radicalmente nueva llena de esperanzas de una convivencia más estrecha y más libre, plagada también de graves riesgos, algunos previsibles, muchos insospechados. Un orden internacional basado en el enfrentamiento y la disuasión por el terror ante el adversario quedó superado por la historia. El símbolo de cerca de nueve lustros de lucha ideológica entre los sistemas, el muro de Berlín y los cerca de 1.000 kilómetros de frontera fortificada e implacablemente vigilada, desaparece por anacrónico e inútil. La Europa de la generación que hoy va a la escuela será radicalmente distinta de la de sus mayores.
Desde ayer ya no se trata sólo de que ciertos países como Hungría y Polonia hayan recuperado su libertad, hegemonía. El discurso político del siglo XX ha quedado liquidado. Los 20 años de tensión entre las dos grandes guerras estuvieron marcados por la crisis entre Alemania y Francia. Los 40 años de paz enfrentada desde 1945 fueron de choque ideológico. La ideología beligerante que ha marcado el siglo se ha agotado en su impotencia ante los nuevos retos.
El fundamento de toda estabilidad en Europa es un consenso occidental sobre la gran fuerza del centro, Alemania. El hundimiento del régimen posestalinista en la RDA ha cogido una dinámica que tiene a todo el mundo sin aliento. Hace aún pocos meses, el anciano Erich Honecker, incapaz de interpretar ya la historia con sus rígidos dogmas del comunista de los años treinta, decía que "el muro seguirá en pie en cincuenta o cien años". Hoy aquel comentario ya no provoca sino sonrisas.
Las reformas liberalizadoras en el este de Europa, reactivadas por Mijail Gorbachov cuando accedió al poder, causaron en principio perplejidad y una gran dosis de incredulidad en Occidente. Hoy está claro que la actualidad es historia. Europa no ha vivido momentos de tal magnitud histórica desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial y el final de la Segunda.
Ayer, la RDA, baluarte de la ortodoxia marxista-leninista desde su creación, demostró espectacularmente que nos hallamos en el umbral de un orden internacional radicalmente nuevo. La frontera interalemana y el muro de Berlín han quedado abiertos. Bajo la presión masiva de una población informada, que, como todas las sociedades europeas orientales, se niega ya a ser tutelada por una dirección fracasada cuya única legitimidad está en las armas, el régimen comunista de la RDA renuncia al arma que, según afirma oficialmente, ha garantizado su existencia.
En 1961, Walter Ulbricht y Erich Honecker construyeron el muro para evitar que la RDA se desangrara. Hoy, los sucesores de estos dos históricos líderes renuncian a un monumento de la guerra fría cuya efectividad había sido minada ya por las reformas en países vecinos. Alemania oriental no podía construir muros en todas sus fronteras.
El peligro de desangrarse persiste. Occidente, y sobre todo la República Federal de Alemania, tiene un interés vital por evitar que la desaparición de una frontera inhumana provoque las conmociones que supondría una migración de dimensiones bíblicas hacia el Oeste.

El régimen comunista alemán ha dado el primer paso en su retirada hacia la irrelevancia. Las superpotencias y toda la comunidad europea de naciones deberán ayudar con enorme prudencia a que el segundo Estado alemán pueda despojarse del lastre dictatorial sin poner en peligro el equilibrio europeo y lo que le es inherente, los intereses de todos los Estados en Centroeuropa, en primer lugar la Unión Soviética.

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