Por HERMANN TERTSCH
El País, Praga,
17.12.89
Checoslovaquia arrincona las últimas imágenes del pasado,
incluidos billetes de curso legal
El nuevo billete de 100 coronas checoslovacas va a tener una
corta vida. Semanas después de ponerse en circulación está siendo recogido para
fabricar impresos más digeribles para el gusto de un pueblo, el checoslovaco,
que ha dado el impulso definitivo al vendaval democrático en Europa central y
oriental. La población checoslovaca ha conquistado, en tres semanas de
manifestaciones, la fortaleza bohemia para el pluralismo. Este triunfo les ha
dado suficiente seguridad en sí mismos como para rechazar ya ciertos hechos,
personas e imágenes, entre ellas la del desaparecido Klement Gottwald, que
figura en esos billetes.
Algunos líderes comunistas, como Milos Jakes y Miroslav
Stepan, que hace menos de un mes despreciaban cual señores feudales la voluntad
popular, están ya con un pie en la cárcel. Entre las imágenes rechazadas está
la del fallecido Klement Gottwald, cuyo rostro aparece en el citado billete.
Los pitecantropus del marxismo-leninismo, multitudinarios en el
régimen de Milos Jakes, estaban tan seguros de sí mismos, de la estabilidad
basada en el miedo, que aún este año, con la democracia en ciernes en Hungría y
Polonia, imprimieron el nuevo billete con la imagen del protoestalinista
Gottwald. Este secretario general del Partido Comunista Checoslovaco, que dejó
una estela de sangre como carrera política, constituía un ideal para este grupo
de dirigentes comunistas que impusieron la selección negativa, primero por
golpe de Estado (1948) y después por invasión extranjera (1968).
Los billetes de Gottwald van a ser destruidos próximamente.
La gente los rechaza o los entrega inmediatamente para cambiarlos por los
antiguos. Es una protesta. La otra gran denuncia en contra de la apología de
verdugos como Gottwald es la papiroflexia, hoy de moda en Praga. Con dos
pliegues horizontales, los checos convierten el rostro de Gottwald en un simio
o en ET.
"Polonia, 10 años; Hungría, 10 meses; la RDA, 10
semanas, y Checoslovaquia, 10 días", rezaba una de las miles de pancartas
que portaban los manifestantes que se han concentrado un día tras otro en la
plaza de San Wenceslao, en Praga, para pedir el final del régimen comunista
impuesto en 1948. El ritmo de los cambios, del desmoronamiento del poder
comunista en Praga, ha sido de vértigo. En las filas comunistas cunde el
pánico. Como en la RDA, la policía política está quemando documentos
comprometedores en sus oficinas y comisarías.
Havel, el mejor presidente
Los máximos beneficiarios del régimen de mediocres y
obedientes en la Asamblea Nacional, dominada aún por ellos, intentan
desesperadamente evitar que su gran enemigo y símbolo de la resistencia y la revolución
pacífica, el dramaturgo Vaclav Havel, acceda a la presidencia de la república.
En un silencio impuesto por la represión durante dos
décadas, los checoslovacos decían esperar a Godot para expresar este
largo periodo de amarguras. Ahora, cuando los sueños se hacen realidad, han
aparecido carteles hechos a mano con un saludo lleno de alegría:
"Bienvenido a Praga, Godot".
"Ya incluso me saludan en el supermercado. Antes nadie
quería estar cerca de mí en la cola de la cobradora. Desde que se murió mi mujer
tengo que ir yo para comprar comida para éste y para mí", manifestaba el
que fuera ministro de Asuntos Exteriores de Checoslovaquia en 1968, Jiri Hajek,
hoy un venerable anciano, señalando a su viejísimo perro.
Su imagen denunciando ante la Asamblea de las Naciones
Unidas la invasión de su país por tropas extranjeras recorrió el mundo. De esta
conversación en la casita de Hajek, en la calle de Kosatcova de la
ciudad-jardín de Praga, han pasado tres semanas. Desde entonces, Hajek ha
hablado ante centenares de miles de personas, que le han aclamado como uno de
los símbolos de la resistencia.
El pasado jueves, un tocayo de Hajek, Jiri Dienstbier,
anunciaba una reunión con el viejo ex ministro para ver que colaboradores
pueden reincorporarse, tras 21 años, al servicio exterior, del que en su día
fueron expulsados. Dienstbier, tras años de recibir a corresponsales
occidentales en la salita de su casa, invitarles a café y aguardiente, sabiendo
todos que la policía estaba abajo, en la calle de Nekazhanka, controlando,
esperando e intimidando, tuvo un encuentro apoteósico con sus veteranos
interlocutores en el palacio Czernin.
El ministro fue cauto e irónico, preciso y lúcido como lo ha
sido siempre en sus conversaciones privadas durante la travesía por el
desierto de los últimos 20 años. Esta vez, sin embargo, eran varios
centenares de personas los que le escuchaban en esa histórica sala. Muchos eran
miembros del ministerio que habrán de darse prisa ahora para cambiar de tren,
de ritmo, de actitud y de retórica.
Algunos lo tendrán difícil. Las calles de Praga, Brno y
Bratislava están llenas de carteles celebrando a Vaclav Havel como su nuevo
presidente. El enemigo absoluto del régimen comunista, la ironía, la verdad y
la creatividad, tienen en Havel su símbolo en Checoslovaquia. Sus soldados en
esta campaña de renovación nacional son Hajek, Dienstbier, Petr Uhl y muchos
otros, pero también el nuevo viceprimer ministro, Valtr Komarek; el ministro de
Finanzas, Vaclav Klaus, y otros miembros del partido comunista que se unieron
pronto al Foro Ciudadano.
Checoslovaquia ha conseguido en un mes ser otro país. Praga,
que durante tanto tiempo evocaba la aterrorizada aldea que visita el agrimensor
de la novela El castillo, del checo Franz Kafka, se ha levantado
contra los señores de ahí arriba, del palacio Hradshin, inalcanzable y
dominador hasta ahora allá en las alturas sobre la Mala Strana. El pueblo
checoslovaco ha asaltado ya los palacios del neofeudalismo impuesto por las
armas en su nombre. Pronto, en las primeras elecciones libres, a celebrar antes
del verano, expulsará definitivamente a los últimos representantes de este
régimen ajeno a la tradición y voluntad de estas dos naciones centroeuropeas.
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