Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
28.12.89
TRIBUNA
"No podemos darle un visado porque no podemos
garantizar su seguridad. El pueblo rumano está indignado por su información
difamatoria contra nuestro presidente". Con estas palabras, un agregado de
Prensa llamado Seclaman, conocido por sus vínculos con la policía política,
negaba por primera vez un visado a este corresponsal en la Embajada de Rumanía
en Viena. Fue en 1984. Desde entonces, los periodistas que podían viajar a
Bucarest -cada vez eran menos- siempre oían vituperios sobre la propaganda
antirrumana, las supuestas mentiras sistemáticas y actividades
extraperiodísticas de muchos periodistas vetados por sus informaciones sobre el
régimen.
El pasado martes, cinco años más tarde del aviso sobre la ira
popular rumana que empezaba a desatarse sobre el periodista por sus
intolerables pecados informativos, la totalidad del personal del centro de
Prensa dedicado a los corresponsales extranjeros en la agencia Ager Press,
recibía jubiloso a los hasta ahora indeseados. Y eso que el personal no ha
cambiado.
"Bienvenido a Bucarest; qué alegría nos da saberle
aquí", decían todos al tiempo que abrazaban y besaban en ambas mejillas al
visitante. Fuera del monstruoso edificio estalinista donde se alojaba gran
parte del aparato de difamación real, agitación y mentira del decapitado
régimen de Nicolae Ceaucescu, los carros de combate del Ejército y milicianos
de civil armados con fusiles kalashnikov, controlaban exhaustivamente
los automóviles que se acercaban y cacheaban a los peatones que pretendían acercarse a la sede de Ager Press.
Jóvenes estudiantes, con brazaletes con la bandera tricolor
rumana habían montado un segundo filtro de control apoyados por soldados con
ametralladoras y lanzagranadas.
Con el régimen de Ceaucescu han caído también muchas
actitudes personales. Nadie puede esperar que las actitudes de todos sus
interlocutores sean heroicas, como las de la escritora Doina Cornea, el
diplomático Dumitru Mazilu, nuevo vicepresidente del Consejo de Salvación Nacional,
o el párroco Laszlo Tökes. Tampoco es posible buscar en individuos del
funcionariado el coraje demostrado por las masas en Timisoara y muchas otras
ciudades rumanas que se enfrentaron a una muerte segura por defender la
dignidad en la semana trágica pero victoriosa.
Muchas lealtades al régimen nuevo son más que dudosas. La
facilidad con que, al nombrar a gente comprometida hasta el tuétano con el
aparato de delación y represión, el observador extranjero se encuentra con la
respuesta de que "ahora trabaja para la revolución" es más que
chocante. En las conversaciones con estos funcionarios siempre sale a colación
el miedo. Claro está que el terror fue el fundamento del régimen de Ceaucescu.
Sin embargo, algunos excesos de celo son al menos chocantes.
No se puede pedir cuentas a quien no podía conceder visados o información veraz
para no comprometerse. Muchos -en actitud de gran dignidad que les honra-
callaban en sus conversaciones con interlocutores extranjeros que criticaban al
régimen si lograban estar solos un momento. Era una prueba de asentimiento que
podía costarles cara de estar presente otra persona, casi seguro un agente, o
estar en un despacho con toda seguridad provisto de micrófonos.
Ciertos ataques a grandes nombres rumanos, delaciones en
espera de ventajas y desinformaciones puntuales sobre actividades de demócratas
o corresponsales extranjeros que llevan muchos años denunciando la miseria en
que sumió Ceaucescu a Rumanía no pueden ahora, ser olvidadas con esta
facilidad, dicen los que más han arriesgado en su lucha contra el dictador.
Había quien, sin arriesgar la piel, daba datos de interés al
exterior, en un paseo por el parque de Saint James de Londres o el Museo de
Historia del Arte en Viena. Había muchos más, sin embargo, que mentían aún más
de lo que se esperaba de ellos en Bucarest y denunciaban a compañeros por no
haber hecho lo mismo. El miedo viciaba todas las relaciones.
"Es la primera vez que podemos hablar con usted con sinceridad.
Teníamos que mentir y teníamos que informar sobre nuestros compañeros. Nosotros
le queríamos dar la acreditación, pero si se la hubiéramos dado sin tener
visado a usted no le habría servido y nosotros habríamos sido
sospechosos". Se despiden con abrazos, besos y otro "bienvenido a
Bucarest". Las lealtades al conducator y a la revolución son
volubles.
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