martes, 28 de febrero de 2017

EL INDESEABLE BIENVENIDO

Por HERMANN TERTSCH
El País  Jueves, 28.12.89

TRIBUNA

"No podemos darle un visado porque no podemos garantizar su seguridad. El pueblo rumano está indignado por su información difamatoria contra nuestro presidente". Con estas palabras, un agregado de Prensa llamado Seclaman, conocido por sus vínculos con la policía política, negaba por primera vez un visado a este corresponsal en la Embajada de Rumanía en Viena. Fue en 1984. Desde entonces, los periodistas que podían viajar a Bucarest -cada vez eran menos- siempre oían vituperios sobre la propaganda antirrumana, las supuestas mentiras sistemáticas y actividades extraperiodísticas de muchos periodistas vetados por sus informaciones sobre el régimen.
El pasado martes, cinco años más tarde del aviso sobre la ira popular rumana que empezaba a desatarse sobre el periodista por sus intolerables pecados informativos, la totalidad del personal del centro de Prensa dedicado a los corresponsales extranjeros en la agencia Ager Press, recibía jubiloso a los hasta ahora indeseados. Y eso que el personal no ha cambiado.
"Bienvenido a Bucarest; qué alegría nos da saberle aquí", decían todos al tiempo que abrazaban y besaban en ambas mejillas al visitante. Fuera del monstruoso edificio estalinista donde se alojaba gran parte del aparato de difamación real, agitación y mentira del decapitado régimen de Nicolae Ceaucescu, los carros de combate del Ejército y milicianos de civil armados con fusiles kalashnikov, controlaban exhaustivamente los automóviles que se acercaban y cacheaban a los peatones que pretendían acercarse a la sede de Ager Press.
Jóvenes estudiantes, con brazaletes con la bandera tricolor rumana habían montado un segundo filtro de control apoyados por soldados con ametralladoras y lanzagranadas.
Con el régimen de Ceaucescu han caído también muchas actitudes personales. Nadie puede esperar que las actitudes de todos sus interlocutores sean heroicas, como las de la escritora Doina Cornea, el diplomático Dumitru Mazilu, nuevo vicepresidente del Consejo de Salvación Nacional, o el párroco Laszlo Tökes. Tampoco es posible buscar en individuos del funcionariado el coraje demostrado por las masas en Timisoara y muchas otras ciudades rumanas que se enfrentaron a una muerte segura por defender la dignidad en la semana trágica pero victoriosa.
Muchas lealtades al régimen nuevo son más que dudosas. La facilidad con que, al nombrar a gente comprometida hasta el tuétano con el aparato de delación y represión, el observador extranjero se encuentra con la respuesta de que "ahora trabaja para la revolución" es más que chocante. En las conversaciones con estos funcionarios siempre sale a colación el miedo. Claro está que el terror fue el fundamento del régimen de Ceaucescu.
Sin embargo, algunos excesos de celo son al menos chocantes. No se puede pedir cuentas a quien no podía conceder visados o información veraz para no comprometerse. Muchos -en actitud de gran dignidad que les honra- callaban en sus conversaciones con interlocutores extranjeros que criticaban al régimen si lograban estar solos un momento. Era una prueba de asentimiento que podía costarles cara de estar presente otra persona, casi seguro un agente, o estar en un despacho con toda seguridad provisto de micrófonos.
Ciertos ataques a grandes nombres rumanos, delaciones en espera de ventajas y desinformaciones puntuales sobre actividades de demócratas o corresponsales extranjeros que llevan muchos años denunciando la miseria en que sumió Ceaucescu a Rumanía no pueden ahora, ser olvidadas con esta facilidad, dicen los que más han arriesgado en su lucha contra el dictador.
Había quien, sin arriesgar la piel, daba datos de interés al exterior, en un paseo por el parque de Saint James de Londres o el Museo de Historia del Arte en Viena. Había muchos más, sin embargo, que mentían aún más de lo que se esperaba de ellos en Bucarest y denunciaban a compañeros por no haber hecho lo mismo. El miedo viciaba todas las relaciones.
"Es la primera vez que podemos hablar con usted con sinceridad. Teníamos que mentir y teníamos que informar sobre nuestros compañeros. Nosotros le queríamos dar la acreditación, pero si se la hubiéramos dado sin tener visado a usted no le habría servido y nosotros habríamos sido sospechosos". Se despiden con abrazos, besos y otro "bienvenido a Bucarest". Las lealtades al conducator y a la revolución son volubles.

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