Por HERMANN TERTSCH
El País, Madrid,
08.11.89
Las muy escasas esperanzas de un desmantelamiento no
traumático del sistema posestalinista en su eslabón centroeuropeo supuestamente
más firme -en todo caso, más rígido-, la República Democrática Alemana (RDA),
se disipan rápidamente. Tres semanas después de la retirada forzosa de Erich
Honecker, ¿quién se acuerda ya de él? El régimen de Berlín Este se halla
acorralado. Masas de alemanes orientales emigran a Occidente, y los que quedan
atrás radicalizan sus demandas. El pangermanismo da cada vez más paso al
anticomunismo. La población ya no sólo exige derechos, libertad de expresión y
de movimiento, sino también consecuencias políticas y penales contra los
responsables de la represión, la corrupción, la mala gestión económica y la
manipulación informativa. Frente a estas demandas están los intereses del
aparato estatal de no caer directamente desde el poder al banquillo de los
acusados.
Como mal menor, este aparato, que aún ostenta todas las
armas y es el único interlocutor de la URSS en la RDA, podría aceptar una
transición en la esperanza de limitar su pérdida de hegemonía. Su inmediato
derribo y la purga de sus responsabilidades son amenazas que tienden a unirlo
en una lucha por la supervivencia.
La revolución en la RDA es la crisis más dramática
en el vertiginoso proceso de disolución del imperio soviético. El principal
factor del equilibrio geopolítico de la posguerra, el reparto de los intereses
de las superpotencias sobre suelo alemán, se diluye sin que haya habido tiempo
de buscarle un orden sucesorio y una transición ordenada. Los líderes de las
superpotencias deberán afrontar este cataclismo político que alberga no pocos
peligros. Abiertas las puertas a Occidente y encauzados los cambios en la
cúpula del aparato por la que ya se perfila como la peor de la soluciones
posibles -la de Egon Krenz-, nadie podía esperar de toda la población la
conciencia histórica necesaria para quedarse en la RDA a presentar batalla. Un
flujo imparable de emigrantes amenaza con el colapso total de la sociedad de
Alemania Oriental y con gravísimos problemas en la República Federal de
Alemania (RFA).
Rechazo de la población
Las manifestaciones multitudinarias en la RDA han demostrado
algo sabido, que la población rechaza el sistema. Incapaz de cerrar la espita
de la movilización popular en un principio, el SED podría caer en la tentación
de intentar recuperar su hegemonía con una acción intimidatoria de dimensiones
chinas. Sería una tentativa de supervivencia tan sangrienta como inútil. La RDA
no es China.
Ambos gobiernos alemanes tienen que adoptar urgentes medidas
para evitar el caos en el Este y en el Oeste y paliar los peligros de una
reacción violenta del lobo acosado que es un aparato que hace un mes era amo
absoluto del Estado y hoy es condenado en juicios públicos por aquellos a los
que ha tratado como vasallos. Los cambios en Gobierno y buró político son ya
casi irrelevantes. Concesiones más o menos generosas en la libertad
de viajar son ya irrisorias tentativas del régimen.
Los alemanes orientales quieren elecciones libres. Su
convocatoria y la apertura de los puestos fronterizos interalemanes son ya
necesidades incontestables. Con la credibilidad resultante de estas medidas, el
régimen quizá logre un pacto con la sociedad -y con la RFA- para una transición
en la que se eviten conmociones, el posible derramamiento de sangre y la
consiguiente desestabilización de Europa.
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