Por HERMANN TERTSCH
El País, Budapest,
22.10.89
EL ESTE CAMBIA
Todo el Budapest monumental, a ambos márgenes del Danubio,
está espectacularmente iluminado en estas noches de otoño avanzado ya. Tan sólo
se echa en falta una luz, a la que húngaros y visitantes estaban muy
acostumbrados.
La gran estrella roja que, sobre la aguja en la cúpula
central del imponente Parlamento hacía recordar quién mandaba en Hungría,
permanece ya a oscuras. Le han cortado la corriente eléctrica al símbolo del
poder comunista días antes de que los últimos dirigentes no electos del país
anuncien la liquidación total del régimen que encarnó este poder.
La enorme estrella roja, que no volverá a brillar, será
desmontada próximamente, al igual que todas las que dominan las fachadas de los
edificios públicos y fábricas. Algunas llevan ya meses pintadas de negro por
manos que han querido adelantar aún más los acontecimientos, ya de por sí
vertiginosos.
Habrá que cambiar los escudos y símbolos en todo el país,
desde los sellos oficiales a las insignias de la policía y el Ejército. Los
gastos son ingentes, pero este gran acto de afirmación de soberanía bien les
vale a los húngaros el esfuerzo económico.
Para el rodaje de una película sobre el levantamiento de
1956, el pasado mes fue instalado un monumento a Stalin en las calles de
Budapest que después habría de ser derribado por los insurgentes. La
visión de la inmensa estatua no dejó de causar escalofríos a los que la vieron
instalar, pese a saber que el regreso del déspota georgiano era ficción. Las
fotografías de la cabeza de la estatua original rodando por el asfalto aquel 23
de octubre de hace 33 años dio la vuelta al mundo.
Mientras en Hungría se desmontan los símbolos en las
ciudades y las mentiras en la historia, los irredentos del comunismo ortodoxo o
simples defensores de sus privilegios en Checoslovaquia o Rumanía siguen
utilizando la fuerza en esfuerzos baldíos por detener el tiempo e impedir el
cambio.
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