Por HERMANN TERTSCH
El País, Berlín
Este, 10.12.89
HACIA UNA NUEVA EUROPA
"Somos alemanes y queremos ser eso, sólo alemanes.
Tenemos que unirnos. Queremos la reunificación". Estas frases, de un matrimonio
anciano en una taberna del pintoresco barrio Nicolás de Berlín Este, las
suscriben ya, parece, una inmensa mayoría de los alemanes orientales.
Interlocutores en Halle o Leipzig, Rostock o Berlín están
más convencidos hoy que nunca de la necesidad e inevitabilidad de la unidad
alemana. Muchos ven en la reunificación el medio más fácil de tener las tiendas
y grandes almacenes repletos, de cambiar sus cochambrosos y diminutos coches
Trabant por los occidentales, que ya pueden admirar cuando quieren en sus
visitas a Berlín Oeste o a la República Federal de Alemania.
Si el pangermanismo tiene aún detractores alemanes, o no
están en la República Democrática Alemana o permanecen callados. Durante 20
años, el jefe del Estado y del partido comunista, Erich Honecker, había
insistido en la inmutabilidad de la división. También había asegurado aún hace
pocos meses que "el muro seguirá existiendo dentro de 50 y 900 años".
Esto último ya ha quedado desmentido. La unificación de los
dos Estados alemanes sólo parece presentar problemas en la RDA a los dirigentes
políticos, sean del Gobierno o de la oposición. Todas estas fuerzas políticas
están perdiendo la influencia sobre la población, sobre la calle. En Leipzig,
en Rostock y también en Berlín cada vez son más las pancartas en las
manifestaciones casi diarias que piden "un Estado para un pueblo" y
"unidad, derechos y libertad". Se habla mucho de la solución de la
confederación o de la alianza. Que son fases más o menos cortas hacia una Alemania
queda claro para todos.
Miedos innecesarios
El Gobierno ya sólo hace advertencias tímidas de que la
unidad alemana no es un punto del orden del día actual, sin negar que pudiera
serlo en un futuro próximo. Miembros de la oposición, por consideraciones de
oportunidad política, dicen que esta unidad debe estar al final del proceso de
unificación europea. "No hay que despertar miedos innecesarios",
dicen, refiriéndose a polacos y franceses, italianos y belgas, ingleses, y ante
todo soviéticos.
Mijail Gorbachov también ha dicho que es peligroso acelerar
artificialmente el proceso de unificación alemana, pero siempre insiste en que
la "historia está abierta". La mayoría de la población de la RDA,
harta del régimen que ha sufrido, consciente de las diferencias de bienestar
con la RFA y embriagada por la ira y la humillación y por su primera victoria
popular, comienza a no creer en más solución para su Estado que la unión con
el hermano grande. "Qué mejor cosa puede pasarnos que
convertirnos en nuevos Estados federales de una Alemania fuerte, rica y
pacífica", pregunta una joven estudiante sin esperar respuesta.
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