Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
05.10.89
TRIBUNA
La visita del presidente soviético a Berlín Este coincide
con una ola de conflictividad
La vertiginosa escalada de la conflictividad en la República
Democrática Alemana (RDA) en víspera de la llegada a Berlín Este de Mijail
Gorbachov ha convertido ya el 40º aniversario de la existencia del Estado
comunista alemán, que se celebra el sábado, en una pesadilla para el régimen
presidido por el anciano Erich Honecker. El máximo dirigente soviético llega a
la RDA en un momento de profunda agitación social y política, en la que no
pocos ven ya paralelismos con el Pekín que visitó en vísperas del trágico 4 de
junio en la plaza de Tiananmen. La gerontocracia de Honecker no alcanza a ver
más que enemigos entre los ciudadanos que se niegan a seguirla con sumisión por
las catacumbas ideológicas del comunismo trasnochado.
Las cerca de 50.000 personas que han huido en las últimas
semanas son sólo "traidores" y "equivocados". Los que quieren
quedarse e incorporar a la RDA al proyecto democratizador emprendido en países
como la propia URSS, Polonia o Hungría son "fuerzas antisocialistas".
En medios políticos de Bonn, pero también en las capitales
de países socialistas aliados de la RDA, se teme que el pánico del régimen y la
creciente decisión de la población a no dejarse intimidar puedan desembocar en
violencia. Las milicias populares, una fuerza paramilitar dependiente del
partido comunista, llevan meses entrenándose para reprimir manifestaciones.
La tercera gran crisis
La fecha del 7 de octubre, que aún hace pocas semanas las
autoridades comunistas esperaban celebrar solemnemente como un gran acto de
demostración de fuerza y confianza en el Estado, pasará a la historia como el
símbolo de la tercera gran crisis del segundo Estado alemán, tras el 17 de
junio de 1953, con su levantamiento popular, y el 13 de agosto, con la
construcción del muro de Berlín. Desarbolado en su autoridad por las masivas
fugas de sus ciudadanos, incapacitado para la gestión de esta crisis por la
parálisis ideológica de su anciana dirección y cada vez más aislado entre sus
aliados en la comunidad socialista, el régimen de Honecker se enfrenta estos
días a las mayores protestas populares desde que los carros de combate soviéticos
aplastaron las protestas hace 36 años. El cierre de su frontera con
Checoslovaquia en la noche del lunes frenará la constante llegada al palacio de
Lobkowicz, en Praga, de miles de familias decididas a huir. Sin embargo, el
conflicto de los refugiados, con toda su espectacularidad y sus graves
consecuencias para la economía, ha pasado ya a ser un elemento marginal en la
profunda crisis de poder y legitimidad en la RDA.
Hace unos meses eran unas 200 personas las que acudían los
lunes a la iglesia de San Nicolás en Leipzig a las oraciones por la paz, en las
que invariablemente se piden reformas democratizadoras y libertades. El lunes
pasado fueron cerca de 20.000. Gritaban "Libertad, igualdad,
fraternidad", "Gorby, Gorby" y "Jamás una nueva
China", en referencia a la sangrienta represión de las manifestaciones en
Pekín, que con tanto entusiasmo aplaudió el régimen de Berlín Este. Pero
Centroeuropa no es China, y en Occidente, como entre los aliados de la RDA y
también en el seno del partido de Honecker, son muchos los que saben que Berlín
Este no puede ganar por las armas una paralización de las demandas de cambio.
Más de nueve millones de alemanes orientales viajaban
anualmente a Checoslovaquia, el único país extranjero que les estaba totalmente
abierto hasta el pasado lunes. En la frontera con Polonia, las fuerzas
fronterizas de la RDA han reforzado sus patrullas y controles. Hungría es
oficialmente ya un "Estado traidor" para la RDA, y sólo por
Checoslovaquia y Hungría podían viajar en tránsito hacia Rumanía y Bulgaria los
alemanes orientales.
Ni el más irredento estalinista puede creer en Berlín Este
que la RDA sobreviviría en una albanización autoimpuesta. Europa necesita
estabilidad en su corazón, y excepto Honecker y la facción dura prusiano-comunista,
nadie cree ya que la política actual de Berlín pueda garantizarla ni siquiera
semanas. A Gorbachov le será difícil convencer a sus camaradas alemanes.
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