Por HERMANN TERTSCH
El País, Hannover,
01.09.89
TRIBUNA: CUANDO HITLER QUEBRÓ EUROPA
La República Democrática Alemana (RDA) entra en el mes de
septiembre, semanas antes de cumplir los 40 años de su existencia como Estado,
en la mayor crisis de su historia. El 6 de octubre comienzan las celebraciones
de esta efeméride. Por segunda vez en estas cuatro décadas, la capacidad de
supervivencia del Estado obrero y campesino sobre suelo alemán se
cuestiona abiertamente dentro y fuera de sus fronteras. La primera ocasión fue
el verano de 1961, que llevó a Berlín Este y a Moscú a construir el muro en la
antigua capital dividida. Hoy la crisis es mucho más grave. El bloque del Este,
entonces firmemente monolítico, no existe ya.
Polonia y Hungría han entrado ya plenamente en una
transición hacia la democracia burguesa. La URSS se halla sumida en un debate
sobre el estalinismo y su complicidad con la Alemania nazi, hace ahora 50 años,
que sacude los fundamentos de este Estado alemán fundado sobre el credo
antinazi pero dirigido por comunistas todos ellos comprometidos con el
estalinismo.
La ruptura entre la dirección y la sociedad tiene causas
profundas, pero se ha producido este año por dos hechos puntuales: la
falsificación obvia y probada de los resultados de las elecciones municipales y
la entusiasta solidaridad del régimen con los autores de la matanza en las
calles de Pekín el 5 de junio pasado. Esto hizo saber que con la actual
dirección todas las esperanzas de cambios son infundados. Todos saben que -como
ha reconocido el hoy ideólogo jefe Otto Reinhold- "una RDA capitalista no
tendría razón de existir". Berlín Este sabe que el camino emprendido por
Hungría y Polonia supone la liquidación del sistema que da esta razón de existencia
a la RDA. Polonia democristiana seguirá siendo Polonia. Hungría socialdemócrata
será Hungría. La RDA desaparecería con transformaciones similares tarde o
temprano en una Alemania integrada en la Europa unida. De ahí el miedo de la
dirección, el nerviosismo con que reacciona a demandas de reformas y la
persecución de todos aquellos que -tiene razón Reinhold- con la solicitud de
cambios democratizadores quieren liquidar la república.
Al mismo tiempo, el deterioro de la situación económica y
del abastecimiento despoja al sistema, como ya sucedió en otros países
socialistas en mucho peor situación, de los restos de legitimidad ficticia.
La dirección se obstina en su triunfalismo, defensa a
ultranza de una situación cuyos fallos sufre toda la población y su insistencia
en que "seguirá por el camino de probado éxito". El sistema ha matado
las fuerzas que debían desarrollarlo.
Por su naturaleza y su imposición violenta por parte de una
minoría, el régimen sólo tiene la legitimidad que la mejora constante de las
condiciones de vida le pueda conferir.
Dichas condiciones de vida en la RDA se estancaron hace una
década; después comenzaron a declinar. La gerontocracia en el poder no supo
reaccionar por sus ataduras ideológicas y su permanente sensación de amenaza
por la poderosa y vecina RFA.
Grave desestabilización
La grave desestabilización del Estado socialista alemán,
imposibilitado por su propia naturaleza y carácter y por la biografía de sus
gobernantes de emprender reformas liberalizadoras similares a las húngaras,
polacas y hasta cierto grado soviéticas, está marcada por un sinfín de
tragedias personales.
Por un lado están todos los dramas familiares y humanos de
fugitivos cautivos por intentos de huida a Occidente y sus seres más cercanos,
que deciden o se ven obligados a permanecer en la RDA.
Por otra parte, está la no menos trágica situación de unos
dirigentes comunistas que ven en las postrimerías de sus vidas, sin querer
creerlo ni reconocerlo, cómo se desmorona bajo el dictado de una evolución
histórica imprevisible toda la obra por la que lucharon desde las mazmorras
nazis a través de años de escasez hasta una cierta estabilidad y reconocimiento
internacional en tiempos recientes.
Aumentan últimamente los rumores sobre un rápido deterioro
de la salud del jefe del Estado y del partido, Erich Honecker. La insistencia
del órgano oficial del partido, Neues Deutschland, en mantener
durante todo el verano a Honecker en supuesta actividad incansable de contactos
escritos con dirigentes en todo el mundo sólo ha alimentado la impresión de que
su colapso en Bucarest durante la cumbre del Pacto de Varsovia en
julio fue mucho más que una mera infección de vejiga.
Honecker tiene 77 años. A esa edad cayó su antecesor, Walter
Ulbricht. Erich Mielke, el ministro de la Seguridad del Estado, es octogenario.
Guenther Mittag, el "cerebro económico" del Estado, se halla
prácticamente inválido a la espera de que le amputen una pierna, según algunas
fuentes la única que le queda tras serle cortada la otra por la misma razón:
falta de riego por consumo de tabaco. Egon Krenz, en principio el delfín de
Honecker, tiene el hígado destrozado por abusar del alcohol, según los
servicios de Inteligencia occidentales. Guenther Schabowski, el jefe del
partido de Berlín Este, una de las pocas personalidades de la cúpula con cierto
contacto con la realidad social, económica y anímica de la población, también
tiene la salud resquebrajada.
Hans Modrow el hombre del que hablan con esperanza aquellos
en el partido que verían con buenos ojos un paulatino giro hacia posturas
reformistas, ha sido abiertamente recriminado por el Comité Central en su
última sesión. Es de la generación de Mijail Gorbachov, 20 años más joven que
Honecker y compañía. No ha sido destituido, pero no tiene en la actualidad
posibilidad alguna en la cúpula, ya que ni siquiera pertenece al buró político.
Una sorpresa llamada Wolf
Una sorpresa se está perfilando, sin embargo, con las
actividades extrapolíticas de Markus Wolf, teniente general, ex viceministro de
la Seguridad y genio del espionaje oriental. Wolf se retiró hace dos años
cuando todos lo sabían el virtual sucesor de Mielke. Ya entonces surgieron
rumores de que se fue por disentir de la línea dura de su jefe, un anciano
incapaz de otra política interior que no sea la aprendida de la Cheka e
inspirada por Felix Dshershinski, fundador de la misma. Wolf escribió un libro
cuya segunda edición sale ahora a la luz en la RDA bajo el título de La
troika, en el que describe la vida de tres amigos, entre ellos su hermano,
que desde los ideales comunistas se van distanciando con el tiempo pero dan una
lección, según palabras del propio Wolf, de "tolerancia y de
flexibilidad" hacia las opiniones ajenas. En la presentación de la segunda
edición, Wolf ha declarado a la televisión de Alemania Oriental que ha recibido
numerosas cartas de las que se desprende la demanda de la sociedad de un mayor
debate y una aproximación más sincera a la historia del movimiento obrero.
Las decenas de miles de alemanes orientales que huyen de su país
estos días sólo son una minúscula parte de la población que ha dado la espalda
al régimen. Son matrimonios jóvenes con hijos y ganas de labrarse un futuro.
Gentes cuya constante emigración no se pueden permitir ni siquiera los Estados
mucho más fuertes que la RDA. Quizá, añoran algunos, esta aguda crisis haga ver
a algunos dirigentes que con lemas de la lucha de clases y explicaciones
simplistas del manual marxista-leninista ya nadie puede dirigir un Estado en la
Europa desarrollada de las postrimerías del siglo XX.
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