Por HERMANN TERTSCH
El País, Madrid,
05.11.89
TRIBUNA
Seis mil personas se concentraron en Sofía el viernes en la
mayor manifestación no oficial habida en Bulgaria desde la implantación del
régimen comunista. Los efectos de la crisis de la República Democrática Alemana
(RDA) llegan al país socialista europeo más remoto a influencias occidentales
días antes de un pleno del Comité Central del Partido Comunista Búlgaro (PCB),
a celebrar el próximo día 10. Las últimas semanas de este 1989, que pasará a la
historia como año del final de la hegemonía soviética incontestada en el Este
europeo y del hundimiento de las estructuras institucionales del estalinismo,
deparan aún grandes cambios en esta vertiginosa evolución.
El día 8 se reúne en Berlín Este el Comité Central del
partido comunista de la RDA, el Partido Socialista Unificado (SED), que
previsiblemente pondrá fin a la carrera política de gran parte de la dirección
gerontocrática. En su febril carrera por salvar su propio futuro político antes
del congreso del SED en abril próximo, Egon Krenz intenta soltar todo el lastre
político posible.
Dos días después se reúne el Comité Central del Partido
Comunista de Bulgaria, en el que fuerzas reformistas se han mantenido hasta hoy
agazapadas para no correr la misma suerte que otros rivales del incombustible
líder Todor Yivkov. Éste anunció en su informe para la citada reunión la
apertura de un diálogo con fuerzas sociales no comunistas en busca de un
"necesario pluralismo". Nadie sabe qué concepción tiene del
pluralismo este inteligente campesino búlgaro que sobrevivió a cuatro líderes
del Kremlin desde 1956.
El 21 de noviembre se reúne en Bucarest el congreso del
Partido Comunista de Rumanía que previsiblemente será el último de la era de
Nicolae Ceaucescu. Informaciones procedentes de Rumanía señalan que ya ha
estallado la lucha por los mejores puestos de salida en la carrera por su
sucesión.
La conmoción política del régimen de Berlín Este ha roto ya
la bipolarización surgida en los últimos tres años en el Pacto de Varsovia
entre reformistas y ortodoxos y actúa como factor de aceleración en la caída de
los regímenes más reacios a cambios democratizadores.
Este frente de países inmovilistas estaba a su vez dividido
en dos grupos. Uno estaba compuesto por Bulgaria y Checoslovaquia, que
verbalmente aceptaban la necesidad de cambios pero apostaban por la limitación
máxima de los mismos a la espera de una involución en la URSS. El otro, el eje
estalinista de la RDA y Rumanía, cuyos regímenes atacaban abiertamente las
reformas democratizadoras, ha tenido muy corta vida. Aunque el sucesor de Erich
Honecker, Egon Krenz, prefiriera entrar en el club de los reformistas retóricos
para defender lo que califica de inamovible papel dirigente del partido
comunista (SED), la evolución en la RDA hace ya quizá inviable esta solución a
medias.
En Checoslovaquia, el proceso de descomposición de la
dirección ortodoxa bajo Milos Jakes está ya tan avanzado que su relevo por
alguna figura de transición parece cuestión de pocos meses. Con la caída de
Honecker, la previsible de Jakes, los intentos de conversión de Yivkov y los
primeros pasos hacia el desmantelamiento de la dinastía de Ceaucescu, Europa
Oriental entra en una nueva fase en la liquidación de las secuelas de la II
Guerra Mundial y la guerra fría.
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