Por HERMANN TERTSCH
El País, Madrid,
23.12.89
LA CAÍDA DEL 'CONDUCATOR'
El miedo sigue siendo el motor de los acontecimientos en
Rumanía
Este 1989 que ahora acaba entrará en los libros de historia
como el año de la liquidación del estalinismo. Ha sido mucho más rápido de lo
que nadie se hubiera atrevido a prever hace aún pocos meses. Regímenes
ortodoxos, continuistas ideológica e institucionalmente en la tradición del
monopartidismo estalinista, tales como el checoslovaco, el búlgaro o el alemán
oriental, han caído en pocas semanas y de forma prácticamente pacífica. No ha
sido así en el último bastión y versión más salvaje, la Rumanía de Nicolae
Ceaucescu.
Los rumanos, ese pueblo con fama de sumiso e invertebrado,
repite estos días, en una auténtica gesta e inmenso sacrificio de vidas, el
movimiento emancipador de la Revolución Francesa. Los rumanos han asaltado los
palacios del comunista que reinaba con la brutalidad y vivía en el ostentoso
lujo de un déspota bizantino. Han asaltado asimismo los cuarteles de los
sicarios armados que, con Ceaucescu, defendían contra sus compatriotas sus
mayores o menores privilegios. Miles han muerto en pocos días, en la mayor
matanza en el continente desde el final de la II Guerra Mundial, en Timisoara,
Arad, Brasov y Bucarest. Han salido a la calle gritando "No nos importa
morir", con la certeza de que el aparato represivo estaba decidido a
matar. Habrá aún más muertes en Rumanía; unos luchan por su vida, otros claman
venganza.
La resistencia de la policía secreta, una red de auténticos
delincuentes por vocación, necesidad o chantaje, estaba garantizada. El miedo
que la población ha perdido ahora con su primera gran victoria atenaza las
sienes de todos los colaboradores, confidentes, policías y militares que han
servido al despotismo de Ceaucescu.
Las matanzas de los últimos días, las contraofensivas
insistentes de unidades del ejército contra una insurrección aún no del todo
victoriosa, no son muestras de lealtad a un tirano que no cuenta con amistades
ni afectos. No son ofensivas para recuperar privilegios, sino desesperados
intentos por salvar la vida. El miedo sigue siendo el motor de los
acontecimientos en Rumanía. Hace muchos años ya que este sistema en Rumanía sólo
estaba basado en el terror. Éste alcanzó su techo en la absoluta miseria en que
Ceaucescu sumió al país. Después comenzó a diluirse ante la liberalización en
los demás países del Pacto de Varsovia, ante la figura de Mijal Gorbachov, y
las contundentes pruebas de Praga, Berlín Este y Sofía, de que un régimen
comunista, por represivo y calamitoso que sea para con su pueblo, es reversible, eliminable.
Como en ningún régimen comunista desde la muerte de Stalin,
el rumano ha estado marcado por un solo hombre, Ceaucescu. Este hijo de campesinos,
nacido en 1918, que se hizo con el poder en 1965 como líder carismático de un
comunismo nacionalista, degeneró política y mentalmente hasta convertirse en un
déspota iluminado por dogmas simplificados en su incultura, marginado de la
realidad del país, y preso de sus obsesiones megalómanas, que han sumido a su
país en el terror y la miseria.
Ceaucescu es la grotesca perversión del estalinismo en un
país pequeño, nacionalista y balcánico. Este "híbrido de vampiro y
payaso", como lo llamó un periodista español, con su desprecio hacia la
vida de sus ciudadanos, su total falta de escrúpulos, su ridícula propensión a
la parafernalia monarco-comunista, ha marcado una época trágica como muy pocas
en la dura historia de este pueblo. Habría que remontarse a las grandes
devastaciones bajo el invasor otomano para encontrar algo comparable.
Cuando los rumanos se han rebelado, en 1981, en las minas de
Jiu, o en 1988, en la ciudad de Brasov, el conducator no dudó en
matar, torturar y deportar a sus súbditos. Centenares de personas han
desaparecido sin dejar rastro en los últimos años. Miles de niños han muerto
de hambre, frío en las incubadoras, o, en los últimos días, atravesados por las
bayonetas militares.
Ya a principios de esta década no había en Europa Oriental
ningún líder comunista tan odiado por su pueblo. Su ignorancia y altivez le
llevaron a creerse un semidiós y a dejarse celebrar como tal. Además, sumieron
a Rumanía en una miseria desconocida en este país incluso en épocas de guerra y
ocupación extranjera. Sus sueños de un reino de la industria pesada para forjar
al hombre nuevo rumano acabaron con una de las más ricas agriculturas del
continente. La primitiva obsesión de este campesino de Scornicesti por ser
"un hombre de Estado de relieve internacional" le llevó a creerse
gestor de crisis internacionales y mediador entre las superpotencias.
Para aumentar su margen de maniobra creyó necesario rescatar la
soberanía pagando la deuda exterior que él había creado con su plan de industrialización, tan forzado como económicamente absurdo. Entonces comenzó
el hambre.
Ceaucescu sabía todo y de todo, según la verdad oficial.
Sin haber acabado la escuela primaria, Nicolae y un personaje no menos
ignorante, su mujer Elena, obsesa por el poder y celebrada como gran
académica, han hecho tanto daño a la sociedad, a la economía, a la cultura
y a la naturaleza que las secuelas de la trágica era Ceaucescu no
quedarán definitivamente borradas en generaciones.
Mínima compensación
Las noticias sobre su detención ayer son contradictorias.
Sería una mínima compensación para este pueblo, que tanto ha sufrido en los
últimos años, que los máximos responsables de su drama sean juzgados
públicamente y salga a la luz el cinismo y la iniquidad con que han gobernado
Nicolae y Elena, los hábitos de sátrapa de su hijo Nicu, y los crímenes de
quienes les sirvieron.
Es improbable, sin embargo, que este juicio evite que la ira
de la población provoque nuevos derramamientos de sangre entre sus
colaboradores. Demasiado grande ha sido el sufrimiento, el hambre y la
humillación sufrida por los rumanos para que un frágil gobierno de transición
pueda evitar que, sobre todo en el campo, se produzcan linchamientos. Todavía
correrá sangre entre inocentes y culpables de colaboración con el Titán de
los Titanes, que desde ayer es ya sólo un anciano criminal convicto.
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