martes, 28 de febrero de 2017

LA NUEVA RUMANÍA

Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Bucarest
El País  Miércoles, 03.01.90

REPORTAJE: LA CAÍDA DEL 'CONDUCATOR'

La revolución ha despertado un ansia de lucha contra la corrupción

"No aceptamos propinas, trabajamos por el honor nacional y la revolución rumana". Esta frase del camarero del hotel Intercontinental es sólo un síntoma de la nueva Rumanía. Hace menos de un mes era un pozo de corrupción en el que los empleados robaban carne en la cocina para cambiarla por cigarrillos Kent, que a su vez servían para lograr un trato privilegiado en una gestión burocrática o en un hospital. La razón de un cambio tan drástico no está solamente en la muerte de un hombre cuyo nombre será maldito para siempre en el país. Está sobre todo en la gran experiencia del triunfo de la voluntad de un pueblo humillado en los últimos 20 años de forma inconcebible.
Aislados en la miseria, el frío y el miedo, los rumanos subsistieron en el lodazal moral instaurado por el régimen liderado por un sicópata. Es conmovedor ver hoy cómo en este clima de terror han desarrollado increíbles recursos para preservar su dignidad humana. No son sólo los actos de heroísmo que ha vivido Rumanía desde el día 21 de diciembre, cuando decenas de miles de personas de toda edad y condición se enfrentaron con las manos vacías a las balas de la policía secreta sabiendo que iban a una muerte segura. Muchos policías desarmaron a los securistas o murieron en el intento. Hubo médicos que se negaron a entregar a esa temida policía política a los heridos en las primeras manifestaciones. Los trabajadores del metro se convirtieron en transportistas de la revolución por debajo de las calles de Bucarest, intransitables bajo la vigilancia de los francotiradores de la Securitate.

Vigor y valentía
Todos los países del Este de Europa en los que Stalin impuso el régimen sovietizante han sufrido la represión, la injusticia, la escasez y la opresión de un aparato privilegiado. En ninguno, desde la muerte de Stalin se había impuesto un poder tan cínico y vil en su ejercicio. En ninguno el levantamiento contra la indignidad ha sido tan vigoroso y tan valiente.
Nicolae Ceaucescu y su mujer, Elena, ambos casi analfabetos, sienten igual desprecio por la cultura universal y el humanismo como por los países vecinos y especialmente húngaros y rusos.
En 1965 llegan al poder absoluto. En 1968 tienen su momento de gran terror cuando ven cómo el intento de Checoslovaquia de crear un socialismo propio es aplastado por los vecinos y aliados. Allí está el punto de inflexión en que el matrimonio emprende la carrera hacia su locura y depravación y hacia la tragedia de todo este país balcánico.
En 1970, Ceaucescu viaja a China y vuelve ya con su demencial idea de emular la Gran Revolución Cultural. Pronto acaba con los cuadros educados y cosmopolitas que subsistían en la diplomacia y la cultura. Su obsesión conspirativa se acentúa y con ella su megalomanía, fomentada por una mujer cuya actuación aún será objeto de estudios históricos médicos.
El país comienza a partir de 1970 a cerrarse rápidamente a las influencias extranjeras mientras Ceaucescu viaja por el mundo dejándose celebrar como gran estadista. Occidente le aplaude como niño terrible del Pacto de Varsovia y fuente de problemas de la Unión Soviética. Para cuando el presidente norteamericano Richard Nixon visita Bucarest y Ceaucescu viaja a Washington, el sistema rumano ha entrado ya de lleno en la pesadilla que concluyó entre ríos de sangre el 22 de diciembre.
Ceaucescu comienza sus planes para eternizarse. El culto a su personalidad adquiere tintes enfermizos, con loas al "Titán de los titanes", a la "Luz excelsa de los Cárpatos", al "Alejandro Magno del siglo XX". En su desprecio ignorante de toda la cultura del pasado, ordena la destrucción del centro de Bucarest para construir el patético palacio de la República y la avenida de la Victoria.

Fallos del pueblo
Ceaucescu sueña con un gran papel como intermediario entre los mundos. Para ello considera necesario "recuperar la independencia que le arrebató su política inicial de adquirir créditos para forzar una carrera absurda y ruinosa hacia la industria pesada y petroquímica". El conducator lo sabía todo y nunca se equivocaba. Luego los fallos debían proceder del pueblo.
El dictador inicia a principios de esta década el pago de la deuda con la exportación de la producción de alimentos, ya que otros productos del país no eran ya competitivos ni en el Tercer Mundo. Con la salida masiva de los alimentos, llega el hambre.
Deja de emitirse música clásica, la cultura campesina y las odas a Ceaucescu y coberturas de sus actos ocupan las dos horas escasas de televisión diaria. La electricidad pasa a ser un lujo y se asigna una bombilla por familia para uso no penalizado. La temperatura en las casas queda decretada en 12 grados y en los ministerios los negociadores comienzan a celebrar las reuniones con guantes y gorra puesta.
Un oscuro poder imponía a todos la vigilancia sobre los demás. El trabajador que intentaba estudiar era inmediatamente sospechoso. Quien mostraba interés por libros extranjeros era automáticamente subversivo, quien intentaba oír música clásica era tachado de traidor.
Estos días se muestran los centros de escucha de la policía política en las fábricas, hoteles y apartamentos. Orwell se hubiera vuelto loco en la Rumanía de Ceaucescu.
El miedo lo cubría todo, enviciaba las relaciones de amigos, familias y colectivos laborales. Rumanía entra ahora en el primer año de libertad, desde el final de la II Guerra Mundial, liquidado el déspota y liquidado el régimen que lo hizo posible. La agricultura será privatizada, la pena de muerte ha sido abolida, las leyes que hicieron insufrible la vida en el país han caído ya, y, aún bajo dirección militar en gran medida, la Prensa dice verdades, la gente discute con ansiedad en calles y fábricas y escucha ya en libertad música de Beethoven.

"Estamos sedientos de música, sedientos de cultura, de conocer, viajar, saber", decía emocionada una joven defensora de la sede de la televisión con el rostro marcado por muchos días sin dormir y una felicidad sin límites. Bucarest renace en la dignidad de un pueblo que ha reconquistado su libertad con la sangre de sus hijos.

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