Por HERMANN TERTSCH
El País Madrid,
19.12.89
HACIA UNA NUEVA EUROPA
Las manifestaciones en Timisoara y otras ciudades rumanas
no son las primeras contra el régimen de Nicolae Ceaucescu. Ya antes ha habido
muertos. Pero el baño de sangre de Transilvania parece ser el detonante de la
caída de un régimen que será trágica como sus largas décadas de tiranía. No es
probable que las manifestaciones sean las últimas, por implacable que sea su
represión. Con la sangre de Timisoara, la era Ceaucescu parece entrar
en su fase terminal.
Brotes de indignación por la miseria en que ha sumido al
país este estalinista iluminado se han venido produciendo pese al terror que
domina a la población. En las minas de Jiu en 1981 y en Brasov hace dos años
fueron masivas y se conocieron en Occidente. Hubo centenares de muertos, miles
de deportados.
La criminal determinación de la represión demostrada ahora
no puede sorprender a nadie. Quien conozca algo el actual régimen y la
personalidad enferma del dictador no alberga duda alguna sobre la decisión de
Ceaucescu de mantener su orden a costa de un baño de sangre.
Tiene razones para ello. El presidente, su familia y
camarilla no pueden esperar compasión de este pueblo al que han sometido a una
tiranía de rasgos feudales asiáticos. Estaba ya descartada una transición
mínimamente pacífica. Los odios contra el déspota y sus cómplices son demasiado
grandes. Demasiado ha sido el terror, el hambre y el frío, las desapariciones,
las torturas y los crímenes de la era Ceaucescu.
Un golpe de Estado del ejército y sectores del partido
comunista era la única forma en que el inevitable fin de este régimen no se
saldara con un río de sangre. Este régimen se defiende como un león herido. Sus
jefes y sicarios saben que de la subsistencia del régimen de terror depende su
vida. Nadie, ni siquiera Mijail Gorbachov, ha podido impedir la última gran
tragedia que le quedaba al déspota por traer a su pueblo. El régimen morirá
matando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario