Por HERMANN TERTSCH
El País, Bonn,
04.12.87
Los reveses de los reformistas, aprovechados por los
comunistas ortodoxos
Las fuerzas más reacias a cambios políticos sustanciales en
los países socialistas están, al menos de momento, de enhorabuena. La caída del
jefe del partido comunista en Moscú, Boris Yeltsin, a causa de su "exceso
de celo renovador" parece haberse interpretado en diversos países del este
de Europa como una señal de que los conservadores, burócratas y adversarios de
la perestroika no sólo pueden evitar su marginación política, sino recuperar la
iniciativa.
Los reveses de los reformistas son aprovechados para una
ofensiva ortodoxa que intenta presentar las crecientes dificultades económicas,
la caída del nivel de vida y mayores exigencias en el trabajo como producto de
la nueva política. Con acciones intimidatorias de la policía política, cuyas
direcciones en el Este son parte del bloque inmovilista, están mostrando los
límites que los comunistas conservadores quieren imponer a la renovación. Las
expectativas creadas por Mijail Gorbachov entre la población de todos los
países del Este plantean ya serios peligros para estos grupos, que temen una
inestabilidad que acabe poniendo en duda el papel dirigente de los
comunistas. Varios acontecimientos de las últimas semanas en el este de Europa
avalan esta impresión. En Rumanía, donde el presidente Nicolae Ceaucescu no
sólo no aplica la renovación en el sentido gorbachoviano sino la condena
expresamente, las revueltas se deben más a la desesperación que a esperanzas
despertadas por una política soviética de la que poco o nada sabe la población.
En Polonia, la política reformista del presidente Wojciech
Jaruzelski sufre un durísimo revés al no ser confirmada en el referéndum del
pasado 29 de noviembre. Las fuerzas ortodoxas del partido han sentido tanta
satisfacción por ello como los amplios sectores de la población que se niegan a
conceder al general credibilidad alguna. "Esto es lo que pasa cuando se
intentan aplicar mecanismos ajenos a nuestro sistema", ha comentado más de
uno ante el fiasco de Jaruzelski, uno de los pocos dirigentes del Este que se
ha comprometido con la nueva política del Kremlin.
En Bulgaria, los cortes de energía y exigencias de mayor calidad
y disciplina en la producción también suministran argumentos a las fuerzas que
dicen que "antes se vivía mejor". En Checoslovaquia y en la República
Democrática Alemana (RDA) se alternan los gestos y discursos reformistas con
acciones policiales contra la disidencia. En Praga avanza ya una generación
competente de gente joven no comprometida con la primavera del 68 y su
represión, con sed de viento fresco, efectividad y veracidad, pese a
las zancadillas de los viejos inmovilistas.
En la RDA, la dirección del partido comunista (SED) ha
demostrado no estar dispuesta a tolerar que la reestructuración en la URSS
ponga en duda su gestión política y económica y su plena autoridad. Kurt Hager,
secretario del comité central responsable de propaganda, ya advirtió que
"el hecho de que un vecino [la URSS] empapele su casa no nos obliga a
hacer lo mismo". El viernes de la pasada semana hubo una nueva
advertencia, esta vez no retórica. El régimen desató una amplia acción policial
contra activistas religiosos en Berlín Este y otras ciudades para
demostrar quién sigue mandando y que las iglesias, sobre todo la
evangélica, que cada vez acogen bajo su protección a más jóvenes descontentos o
automarginados en el socialismo, debe frenar la escalada reivindicativa.
En diversas ciudades de la RDA la policía ha obligado a
retirar fotos de Gorbachov con velas ardiendo, puestas en las ventanas de sus
casas por familias que han visto denegadas sus solicitudes de emigración.
Dos alianzas opuestas
Dos alianzas opuestas se han creado en la comunidad
socialista. Por un lado se perfila el curioso eje entre el país más avanzado,
la RDA, y el más retrasado, Rumanía. Por distintas razones, Erich Honecker y
Nicolae Ceaucescu se han erigido en los más decididos adversarios de los
cambios. En una reciente visita a Bucarest de Honecker, los máximos dirigentes
emitieron un comunicado calificado por medios soviéticos como "la
declaración de los sordos", en el que se ignora por completo a la URSS y
su nueva política.
Por el otro lado, Jaruzelski y el dirigente húngaro Janos
Kadar han formado una pareja de apoyo abierto a la política de Gorbachov y sus
consecuencias tanto en sus propios países como en las relaciones entre los
Estados socialistas. En la reciente cumbre del Consejo de Ayuda Mutua Económica
(CAME) ya funcionaron estas alianzas, con Hungría y Polonia pidiendo una rápida
aceleración de la integración económica y Rumanía y la RDA bloqueándola.
La clase dirigente en los aparatos comunistas en el este de
Europa teme, con razón, una desestabilización de su poder de profundizarse en
la vía encauzada por Gorbachov. Parte de la población teme una reacción
pendular hacia una nueva represión de la crítica y paralización de las
reformas como las habidas tras la era Jruschov. Se recuerda que tras
el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS (PCUS), con la condena del
estalinismo, se produjeron las sangrientas crisis de Polonia y Hungría y
comenzó una larga época de inmovilismo. Otros, sin embargo, piensan que el
proceso ahora en marcha es irreversible y se debe a la incapacidad del sistema
comunista existente de afrontar el reto de la nueva revolución industrial o
tecnológica y su impotencia para controlar los nuevos medios de información y
comunicación. Éstos, muchos de ellos comunistas, piensan con Gorbachov que
"el mayor peligro no está en la reforma, sino en su no realización".
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