Por HERMANN TERTSCH
El País, Bonn,
20.08.87
Los alemanes dispuestos a manifestarse públicamente en
solidaridad con Rudolf Hess en la República Federal de Alemania (RFA) son una
ínfima minoría, compuesta por neonazis adolescentes, skinheads (cabezas
rapadas) con tatuajes e ignorantes exaltados. En Berlín ante la cárcel de
Spandau, en Múnich o en Hamburgo, donde ha habido concentraciones de este tipo,
el cuadro resultante suele ser siempre el mismo. Una veintena de neonazis
rodeados por un centenar de fotógrafos y equipos de televisión que se encargan
de dar la impresión al mundo de que los alemanes han salido a la calle a
mostrar su pesar por la muerte del criminal de guerra.
Existe en esto un peculiar consenso entre los medios
norteamericanos y los soviéticos. Los primeros son conscientes de que en
Estados Unidos las cadenas de televisión sólo incluyen información europea en
sus informativos cuando se ofrece terrorismo, manifestaciones antinorteamericanas
o nazis. Los soviéticos, por su parte, educados para el celo por rastrear un
resurgir del nazismo en la RFA, ven a cinco jóvenes imberbes bebiendo cerveza
en uniformes paramilitares y creen descubrir una nueva camada negra que
se extiende como una mancha de aceite por la sociedad alemana occidental.
Lo cierto es que, aunque sean muchos más los que se dejen
llevar por la sentimentalidad o la piedad, la inmensa mayoría de los alemanes
ha reaccionado con indiferencia ante la muerte de un superviviente de una época
pasada. Hess era ya en vida un fantasma de una pesadilla muy lejana, que con su
muerte ha vuelto a aparecer fugazmente en el presente. En breve será sólo
materia de estudio para historiadores y quizá psiquiatras.
Si algo ha creado desasosiego en torno a la muerte de este
anciano nazi irredento ha sido la torpeza informativa de las autoridades
británicas de Berlín, que con sus comunicados han sembrado confusión
innecesaria y alimentado una crispación gratuita.
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