Por HERMANN TERTSCH
El País, Wunsiedel,
25.08.87
La semana transcurrida desde la muerte de Rudolf Hess en la
cárcel de Spandau hasta su presunto entierro en un cementerio aún desconocido
se ha convertido en un ejemplo descabellado de cómo rehabilitar, al menos
parcialmente, a un criminal de guerra. El grotesco espectáculo brindado ayer por
el alcalde de Wunsiedel, Karl Walter, ante decenas de periodistas al informar
que "Hess ha sido ya enterrado en silencio" es el último eslabón de
una larga serie de desinformaciones. Dos horas antes, el abogado de Hess,
Alfred Seidl, aseguraba en Múnich que el entierro se celebraría en el lugar y
fecha previstos, mañana a las dos de la tarde. Este despropósito ha sido
posible gracias a una extraña alianza entre las autoridades de las potencias
aliadas, la familia y el abogado de Hess y el diario sensacionalista Bild,
que compró la exclusiva del hijo del criminal de guerra para su
comercialización en el periodismo más amarillo del continente.
Las autoridades británicas de Berlín han mostrado una
torpeza informativa que por sus consecuencias políticas raya en la
irresponsabilidad. Primero accedieron, por presiones soviéticas, a emitir un
comunicado falso informando sobre la muerte de Hess en prisión.
Durante la semana ha ido completando -con la versión del
suicidio por estrangulamiento, la carta de despedida y el comunicado de ayer
indicando que Hess se había ahorcado- una información cada vez más confusa y
más propensa a interpretaciones maniqueas por parte de nazis irredentos y sus
jóvenes cachorros.
Muchas de las informaciones inexactas o falsas han sido
interesadas y han hecho de la muerte de Hess definitivamente un misterio,
terreno abonado para la leyenda que los neonazis necesitaban para revitalizar
su opción extremista.
La familia -especialmente el hijo, Wolf-Rüdiger Hess, y el
abogado- han desarrollado con celo digno de mejor causa una estrategia para
mantener a Hess en candelero, al poner en duda el suicidio y sugerir un
asesinato para crear una leyenda en torno al fin del lugarteniente de Hitler.
Todo ello otorgará cuantiosos dividendos a la familia y al
sensacionalista Bild, pero habrá contribuido decisivamente a que Hess
sea, muerto, un personaje más indeseable para la sociedad democrática que lo
fue en vida.
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