Por HERMANN TERTSCH
El País, Bonn,
24.11.87
TRIBUNA
Miles de rumanos demostraron el pasado día 15 de noviembre
en la ciudad de Brasov su cólera por el estado en que se halla el país, tras
más de 20 años de régimen bajo Nicolae Ceaucescu. Obreros de las grandes
fábricas de la ciudad, apoyados por la población, asaltaron e incendiaron el
Ayuntamiento y la sede del partido, saquearon un economato de los privilegiados
funcionarios comunistas y dieron muerte al menos a dos policías. Durante cerca
de cinco horas los obreros fueron dueños de la ciudad, hasta que llegaron
refuerzos de la policía y el ejército en vehículos blindados. No se sabe si
hubo víctimas entre los manifestantes ni se conoce el alcance de las
represalias. Se produjeron, al parecer, decenas de detenciones.
"Muera Ceaucescu" y "queremos pan" eran
algunos de los gritos proferidos por los manifestantes. En Brasov han
aparecido hace algunas semanas unas pintadas que expresan el estado de ánimo de
muchos rumanos: "Nos da igual morir de hambre y frío que a tiros". La
desesperación ante el cuarto invierno de restricciones de alimentos y energía
cada vez más graves es ya mayor que el terror que inspira la policía secreta,
Securitate, y sus decenas de miles de colaboradores.
Todos los productos de primera necesidad están racionados,
cuando los hay. Conseguir leche, carne, aceite, mantequilla o arroz es una
empresa casi imposible. En largas colas los rumanos acuden a comprar pan,
convertido en alimento básico, también racionado. En las viviendas está
prohibida una temperatura superior a los 12 grados. Cada familia tiene sólo
derecho a una bombilla de 25 vatios. Los cortes de electricidad a viviendas y
colegios, pero también a hospitales, son continuos. Debido a la falta de
incubadoras y electricidad, la mortandad infantil ha aumentado tanto que el
acta de nacimiento se levanta dos semanas después del parto para que las
estadísticas no reflejen los fallecimientos en este plazo. Los ancianos no son
admitidos en los hospitales, reservados para la "población
productiva". Ha habido casos de suicidios de ancianos en público para
protestar contra su obligada convocatoria a trabajar en la cosecha. También han
sido detenidos trabajadores por gritar o pintar en paredes lemas como
"Ceaucescu, asesino".
Con sus métodos estalinistas en la represión interior de
toda crítica y su política de cierre de fronteras para los periodistas
occidentales que osan buscar fuera de los cauces oficiales, el régimen de
Ceaucescu ha logrado que en Occidente se informe poco sobre Rumanía.
Abandonados sus sueños de presentarse en el mundo como el iluminado dirigente
de una potencia media, Ceaucescu prefiere que no se hable a que se hable mal.
La opinión pública occidental no es por ello consciente de
que, a finales del siglo XX y en pleno continente europeo, los 22 millones de
rumanos -exceptuando a los funcionarios del partido y de la corrupta
Administración- padecen hambre, frío, falta de medicamentos y una represión
sólo comparable a la existente en algún lejano despotismo del Tercer Mundo.
Megalómano
Ceaucescu llegó al poder en 1965 con la aureola de un
comunista nacional que iba a crear un sistema socialista autónomo. Sin embargo,
su política megalómana de industrialización y el consiguiente abandono de la
agricultura supusieron un fuerte endeudamiento exterior y el principio de una
escasez endémica de alimentos. "Ya sólo se intenta sobrevivir", según
señalan rumanos a sus familiares en Occidente. La obsesión del presidente por
reducir la deuda exterior se cumple a costa de los ingentes sacrificios de la
población.
La URSS ve desde hace años con gran recelo la situación
creada por Ceaucescu. La supuesta independencia de Rumanía es hoy menor que
nunca debido a su absoluta dependencia de los suministros de materias primas de
la URSS. Desde su llegada al poder, Ceaucescu irritó a Moscú con su comunismo
nacional. Condenó la invasión de Checoslovaquia, mantuvo relaciones
diplomáticas con China e Israel e intentó perfilarse como un estadista de
talla internacional. Hoy, su despotismo bizantino no sólo bloquea las
reformas que Moscú quiere ver implantadas en la comunidad socialista, sino que
pone en peligro la estabilidad misma del bloque al mantener a la población en
una situación ya insoportable.
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