Por HERMANN TERTSCH
El País, Dubrovnik,
13.08.91
"Cuidado con los uskokos. No utilice carreteras
secundarias, no viaje de noche". Esta recomendación aparece en una guía
turística Baedecker de 1910 de la región austro-húngara de Dalmacia y de
Bosnia-Herzegovina, por entonces recientemente anexionada por Viena. Los
uskokos eran una tribu balcánica con miembros cualificados como salteadores de
caminos. Hoy la región es mucho más peligrosa que entonces. Es imposible llegar
a Dubrovnik por Croacia sin pasar por barricadas y controles de civiles armados
serbios y la milicia de la Krajina. Para un croata, el viaje es una temeridad;
para un extranjero empieza a serlo.
Si a unos periodistas occidentales les roban un automóvil y
todo el material de trabajo en presencia de oficiales federales, los croatas y
los civiles atrapados en uno de estos controles quedan a merced del capricho,
humor y grado de alcoholemia de los milicianos. Llegar a Dubrovnik es ya una
aventura. Pero algunos no se arredran.
"Hemos venido a ver a la Virgen". Así explica su
presencia en Dubrovnik un grupo de jóvenes norteamericanos, los únicos
extranjeros que comparten con algún periodista el hotel Excelsior, desierto por
lo demás en esta temporada que solía ser alta y se ha hundido en el fragor de
la guerra en Croacia. Dubrovnik, la joya del Adriático, con sus poderosas
murallas de basalto, está casi vacía, cortados sus accesos por carretera hacia
el resto de Croacia por los combates en Dalmacia septentrional.
Los peregrinos de Oregón han venido para visitar el
santuario de Medjugore, en la Herzegovina. "Sólo vienen ya los que tienen
auténtica devoción. Tienen aquí experiencias sublimes", dice Joan, la
organizadora, que parece ser mitad monja, mitad promotora de viajes con fines
lucrativos. El fervor mariano induce a estos jovencitos con walkman, bermudas y gorra de béisbol a cruzar con santa indiferencia los controles de la policía
croata y a toparse con los largos convoyes de tanques y transportes de tropas
del Ejército federal que se concentran cerca de la ciudad.
Dubrovnik es un aparente remanso de paz en estos violentos
tiempos que corren en Yugoslavia. Por las noches, un grupo de excelentes voces
entona, bajo los arcos del palacio Sponza, frente a la iglesia, de San Blas,
cantos gregorianos que resuenan con acústica mágica por las calles medievales.
La muerte de Lederer
La guerra ya está presente. Romana acaba de perder a unos de
sus mejores amigos, el cámara de televisión Gordan Lederer. Este arqueólogo,
espeleólogo y periodista, con 33 años y una hija de meses, murió el sábado en
Kostajnica. Primero le disparó un francotirador que tuvo que ver perfectamente
la cámara que portaba, después, ya caído, estalló junto a él una granada de
mortero. Finalmente, el Ejército federal impidió la llegada de un helicóptero
para evacuarle. Dicen que podía haberse salvado. Romana, como la inmensa
mayoría de los croatas, piensa que fue asesinado tres veces por "los
serbios y el Ejército federal".
Éstos cada vez son más una sola fuerza. Banja Luka, en
Bosnia, antigua capital del Pachaluk turco y centro de la Bosanska Krajina, con
mayoría serbia, es hoy una ciudad uniformada. Los oficiales y los reservistas
serbios, movilizados también en Bosnia a espaldas del Gobierno de la república,
abarrotan los cafés y las calles. Las fuerzas del Ejército federal que se
retiran de Eslovenia se están concentrando aquí, a pocos kilómetros de la
frontera croata, como en la Dalmacia septentrional y en la Vojvodina y
Eslavonia. Forman ya un gran arco que podría romper rápidamente Croacia en tres
partes. Está compuesto por fuerzas netamente serbias, tan motivadas en su odio
a los croatas como cualquier guerrillero extremista chetnik.
Dubrovnik fue llamada Ragusa, una ciudad-república libre y
opulenta durante 400 años. Sin la flota propia que comerció con todo el mundo,
su oro procedía de un turismo que ahora no viene. Y sus otrora inexpugnables
murallas pronto pueden necesitar algo más que la protección de la Unesco.
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