Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
05.12.95
TRIBUNA
Tan saturados de noticias malas, peores y nefastas estamos,
que las ansias de consuelo se extienden. Incluso gentes nada dadas al optimismo
histórico en la izquierda española -más sobrios redactores de las majaderías
paleoestalinianas el congreso del PCE- parecen hacer zapatetas de entusiasmo
ante el nombramiento de Oskar Lafontaine como presidente del Partido
Socialdemócrata Alemán (SPD). Intuyen un nuevo amanecer de la izquierda, no
alemana, europea, quizás mundial. Por fin el retorno de la gran utopía. Todo
ello de la mano del Napoleón del Sarre. Y en Francia, la derecha, con los días
contados, dicen, porque surge, un gran timonel del socialismo, Lionel
Jospin. Celebramos que los amigos de la izquierda redentora encuentren aún
motivos de entusiasmo en estos oscuros fines de siglo. Felicitamos a Lafontaine
y a Jospin por lograr generar tiernas, conmovedoras ilusiones. Porque ver en el
congreso del SPD y el triunfo de Lafontaine poco menos que el Bad Godesberg del
retorno a los valores puros del socialismo es algo así como creer que
tras el bigote de Aznar se esconde un diminuto Adenauer o un De Gaulle
condimentado por los jíbaros. Con revelaciones así no hacen falta
amenazas. En el haber de Jospin sólo figura el evitar que el PSF quedara
degradado a competir como secta con los comunistas. Cosa que hasta Alfonso
Guerra es capaz de lograr aquí gracias a la paralización de Izquierda Unida,
que debe agravarse tras el aquelarre marxista-leninista-cartujano que oficiará
Anguita ahora en su Congreso de diciembre. Si la derecha cayera en Francia
sería por una revuelta reaccionaria catastrófica para Europa, no por una alternativa
Jospin que no existe.
¿Y Lafontaine? Su llegada a la presidencia del SPD es fruto
de la desesperación de quienes sólo cosechan desastres desde hace tres lustros.
La frustración de los militantes del SPD ante este interminable y lamentable
rosario de disparates de su dirección induce a la huida o a la melancolía. La tristeza
de los camaradas aumentó con la autoflagelación que supuso nombrar presidente a
Rudolf Scharping, buen hombre él, pero plañidero, débil y políticamente inane.
Y, como niños, que tras larga espera, a que pique un pez, se entusiasman
al pescar una bota vieja, bastó en Mannheim un discurso plagado de lemas
manidos para que el congreso se convenciera de que Bebel, Lassalle y todas las
glorias de la socialdemocracia histórica se habían reencarnado en Oskar, el
mismo que llevó al SPD al peor desastre electoral de su historia. Pero Bebel y
Lassalle seguirán muertos, salvo sorpresa. Y con Oskar, el SPD puede estarlo
también pronto. Con grandes esperanzas como éstas todo lo desastroso es
susceptible de empeorar.
Los llamados "nietos de Brandt" son lo peor que el
legendario líder legó al SPD. De haber vivido más, quizás, hubiera tenido la
fuerza para neutralizar a estos nietos ególatras, con cierta virtud retórica,
pretensiones de originalidad, ecologismo de okupa y coqueteo con terceras
vías de librillo futurista de quiosco. Quizás no lo hizo para que se le
echara a él de menos. Como acto de vanidad póstuma nada impropio.
Engholm, Schroeder y Lafontaine tienen cierto atractivo
cada uno por su lado. Juntos son una calamidad para el partido. Y razón para
que los cristianodemócratas consideren ya Bonn como patrimonio vitalicio.
Intriguen, se insulten o diviertan Lafontaine y compañía. Es irrelevante,
porque nula es su opción de vencer al grandullón renano. Lafontaine propondrá
un "frente de izquierdas" con ex comunistas, verdes y punkis. Con una
alianza con el PDS, el partido corrupto y fagocitador de los negocios póstumos
del comunismo de Honecker y apologeta de la extinta RDA, Lafontaine seguro que
cosecha un inmenso éxito en el electorado centrista. Puede travestirse en
nacionalista, izquierdista, antinuclear o antieuropeo, entusiasta del queso de
soja o activista contra los experimentos con macacos. Helmut gobernará hasta
que se aburra. Y gracias a Oskar puede que vea crecer a sus propios nietos en la
cancillería. La vuelta de Lafontaine es una buena nueva, pero para Kohl. Gran
amante de la buena mesa, habrá sabido celebrarlo como merece la ocasión.
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