domingo, 23 de abril de 2017

BUENAS NUEVAS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 05.12.95

TRIBUNA

Tan saturados de noticias malas, peores y nefastas estamos, que las ansias de consuelo se extienden. Incluso gentes nada dadas al optimismo histórico en la izquierda española -más sobrios redactores de las majaderías paleoestalinianas el congreso del PCE- parecen hacer zapatetas de entusiasmo ante el nombramiento de Oskar Lafontaine como presidente del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). Intuyen un nuevo amanecer de la izquierda, no alemana, europea, quizás mundial. Por fin el retorno de la gran utopía. Todo ello de la mano del Napoleón del Sarre. Y en Francia, la derecha, con los días contados, dicen, porque surge, un gran timonel del socialismo, Lionel Jospin. Celebramos que los amigos de la izquierda redentora encuentren aún motivos de entusiasmo en estos oscuros fines de siglo. Felicitamos a Lafontaine y a Jospin por lograr generar tiernas, conmovedoras ilusiones. Porque ver en el congreso del SPD y el triunfo de Lafontaine poco menos que el Bad Godesberg del retorno a los valores puros del socialismo es algo así como creer que tras el bigote de Aznar se esconde un diminuto Adenauer o un De Gaulle condimentado por los jíbaros. Con revelaciones así no hacen falta amenazas. En el haber de Jospin sólo figura el evitar que el PSF quedara degradado a competir como secta con los comunistas. Cosa que hasta Alfonso Guerra es capaz de lograr aquí gracias a la paralización de Izquierda Unida, que debe agravarse tras el aquelarre marxista-leninista-cartujano que oficiará Anguita ahora en su Congreso de diciembre. Si la derecha cayera en Francia sería por una revuelta reaccionaria catastrófica para Europa, no por una alternativa Jospin que no existe.
¿Y Lafontaine? Su llegada a la presidencia del SPD es fruto de la desesperación de quienes sólo cosechan desastres desde hace tres lustros. La frustración de los militantes del SPD ante este interminable y lamentable rosario de disparates de su dirección induce a la huida o a la melancolía. La tristeza de los camaradas aumentó con la autoflagelación que supuso nombrar presidente a Rudolf Scharping, buen hombre él, pero plañidero, débil y políticamente inane. Y, como niños, que tras larga espera, a que pique un pez, se entusiasman al pescar una bota vieja, bastó en Mannheim un discurso plagado de lemas manidos para que el congreso se convenciera de que Bebel, Lassalle y todas las glorias de la socialdemocracia histórica se habían reencarnado en Oskar, el mismo que llevó al SPD al peor desastre electoral de su historia. Pero Bebel y Lassalle seguirán muertos, salvo sorpresa. Y con Oskar, el SPD puede estarlo también pronto. Con grandes esperanzas como éstas todo lo desastroso es susceptible de empeorar.
Los llamados "nietos de Brandt" son lo peor que el legendario líder legó al SPD. De haber vivido más, quizás, hubiera tenido la fuerza para neutralizar a estos nietos ególatras, con cierta virtud retórica, pretensiones de originalidad, ecologismo de okupa y coqueteo con terceras vías de librillo futurista de quiosco. Quizás no lo hizo para que se le echara a él de menos. Como acto de vanidad póstuma nada impropio.

Engholm, Schroeder y Lafontaine tienen cierto atractivo cada uno por su lado. Juntos son una calamidad para el partido. Y razón para que los cristianodemócratas consideren ya Bonn como patrimonio vitalicio. Intriguen, se insulten o diviertan Lafontaine y compañía. Es irrelevante, porque nula es su opción de vencer al grandullón renano. Lafontaine propondrá un "frente de izquierdas" con ex comunistas, verdes y punkis. Con una alianza con el PDS, el partido corrupto y fagocitador de los negocios póstumos del comunismo de Honecker y apologeta de la extinta RDA, Lafontaine seguro que cosecha un inmenso éxito en el electorado centrista. Puede travestirse en nacionalista, izquierdista, antinuclear o antieuropeo, entusiasta del queso de soja o activista contra los experimentos con macacos. Helmut gobernará hasta que se aburra. Y gracias a Oskar puede que vea crecer a sus propios nietos en la cancillería. La vuelta de Lafontaine es una buena nueva, pero para Kohl. Gran amante de la buena mesa, habrá sabido celebrarlo como merece la ocasión.

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