Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
20.09.97
TRIBUNA
Han sido lustros de extrañamiento entre el Reino Unido y el
resto de la Unión Europea, de recelos fomentados por ambas partes, ante todo
por la primera. Parecía que casi todos los británicos compartían la
autocomplacencia insularia y el desprecio a Europa de la Madre Thatcher. Y, sin
embargo, apenas cuatro meses después del triunfo laborista, el Reino Unido
tiene encauzado el proceso de normalización en la UE. Y se demuestra que sus ciudadanos
no están ni mucho menos dispuestos a cortarse las venas para evitarlo. La
histeria que existió en contra de la UE y "el monstruo de Bruselas"
era artificial. Sus artífices acabaron creyéndola genuina. Se estrellaron por
ello. Durante esta semana se ha reunido en la mansión de Wiston House, en
Sussex, un grupo de expertos y observadores europeos con miembros de la
administración laborista. Son varias las conclusiones que del encuentro se
pueden hacer. La primera es que Londres tiene ya asumido que la Unión Monetaria
se producirá el 1 de enero de 1999. Y que no tiene ya sentido el apostar por su
aplazamiento. La segunda es que el Gobierno de Blair está convencido de que,
siendo así, los perjuicios que se derivarían para el Reino Unido del hecho de
no participar en la UME superarían en mucho a hipotéticos beneficios. Por eso,
se integrará en la moneda única. Y más pronto que tarde.
Así las cosas, Blair se halla ante un dilema. Para cancelar
el rechazo (opting-out) declarado en su día por Londres a la moneda única y
adoptarla en la primera tanda de países, comienza a faltar tiempo. Debería
anunciarlo antes de las Navidades y convocar un referéndum en un plazo de seis
meses, tal como prometió en su campaña electoral. En el Gobierno hay
partidarios de este giro inmediato. En los círculos financieros y empresariales
son legión.
El problema está en la falta de tiempo para una campaña que
evite el riesgo del revés en la consulta. Porque la histeria se ha desvanecido,
pero la desconfianza existe. Las encuestas señalan que dos tercios de los
británicos se dicen contrarios a la moneda única. Pero es clave otro dato, que
indica que el 80% se manifiesta convencido de que en el año 2010 su única
moneda será el euro. Llámese resignación o realismo, la resistencia contra algo
que se sabe inevitable es quebradiza. Blair se considera capaz de romperla.
Londres quiere que la presidencia británica, a partir de
enero, entierre la tradición paralizante y saboteadora impuesta por los torys.
Y se propone retornar al grupo de liderazgo europeo. Es muy posible que
finalmente Blair no quiera asumir el gran envite de solicitar la entrada en la
UME con la primera tanda de países y convocar el referéndum en la primera mitad
de 1998. Los partidarios de hacerlo le piden coraje ahora que cuenta con una
posición inmejorable, con una amplísima mayoría parlamentaria, una autoridad
personal que sigue en aumento desde las elecciones y éxitos políticos
constantes, como las consultas sobre las autonomías de Escocia y Gales. Su
victoria del jueves en Gales, aunque parezca escasa, es un alarde de su
autoridad política. La reforma institucional -autonomías, Cámara de los Lores,
Casa Real-, son la otra magna apuesta de Blair. Sus éxitos en este frente le
animan a afrontar de forma decidida el retorno pleno a Europa. Salvo
catástrofes imprevisibles, la decisión en favor de la moneda única, se tomará
en esta legislatura. Blair debe optar entre arriesgarse ahora con una autoridad
que nadie ha tenido desde Churchill, o más tarde, con algún desgaste pero
tiempo suficiente para liderar el giro de opinión. En todo caso habrá de
persuadir a los ciudadanos británicos de que la moneda única no sólo es
inevitable, sino también favorable a sus intereses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario