Por HERMANN TERTSCH
El País Viernes,
26.09.97
TRIBUNA
Si fuera cierto -que no lo es- ese poco piadoso refrán de
que cada pueblo tiene al gobierno que merece, los habitantes de lo que hoy se
sigue llamando Yugoslavia tendrían pocas razones para la autoestima. En los
comicios del domingo ha ganado, una vez más, el Partido Socialista de Slobodan
Milosevic. Ha vencido de nuevo el caudillo que ha aislado a Serbia del mundo,
que ha descolgado a su pueblo del progreso y de la recuperación general de
Europa central y oriental, que ha acabado con la multicentenaria presencia
serbia en varias regiones balcánicas y que ha infligido a los serbios un
ingente sufrimiento e impuesto la más rampante miseria. Algunos amnésicos
interesados presentan ahora a la dictadura de Tito como la benéfica gestión de
un filántropo ilustrado. Son esos, aquí y allá, que mienten para justificar
biografías manchadas por el miedo y violentan realidades pasadas y presentes.
Como los lacayos de Milosevic. Aquí y allá. Da pereza tener que recordarles que
lo que caracterizó a Tito, aparte de su innegable genio político, su coraje y
su fuerza de mando, eran su afición a la liquidación del disidente -fuera
demócrata o estalinista- y su irrefrenable vocación por la satrapía.
Tras la defunción del comunismo como idea legitimadora del
poder, Milosevic recurrió al nacionalismo como ideología sustitutoria y
emprendió la carrera hacia la supremacía serbia sobre los pueblos vecinos.
Podía haber utilizado otro discurso, porque él no cree en el comunismo, en
nación ni en nada que no sea él y el poder. Fue él quién liquidó a aquel
moribundo que se llamaba Yugoslavia.
Los comienzos fueron esperanzadores para sus fines. Y lo
demás desastroso. Sus reveses inmensos. Y los sufrieron por supuesto los demás.
Bosnios, croatas y, al final, sobre todo, los serbios. ¡Qué seguros estaban sus
seguidores en Kosovo y en la Krajina, en Sarajevo y Eslavonia, de conquistar la
gran patria que el banquero y aparatchik convertido en Gran Timonel
les había prometido. La catástrofe se ha consumado. Pero ahí le tienen vencedor
sin necesidad de repetir sus acostumbrados juegos de cambiar urnas, intimidar a
interventores o quemar papeletas.
Las elecciones serbias sólo han demostrado que en
condiciones no democráticas el poder se puede permitir unos comicios, porque la
manipulación y la sentencia son previas a consulta y recuento. Pese a todo, a
veces las cuentas no salen. Incluso con una oposición tan corrupta por el
personalismo, la vanidad, el idiotismo político y la miopía histórica como la
que goza Milosevic, con tipos de inmadurez adolescente, egotismo patológico y
vacuidad como Vuk Draskovic y Zoran Djindjic. Juntos y peleados han
defenestrado la ilusión, la emoción y la esperanza de centenares de miles de
serbios que durante meses pidieron en las calles eso, ser serbios, europeos y
además ciudadanos.
El vencedor, como dicta la selección negativa, ha sido el
peor. Milosevic ha obtenido una mayoría relativa. Pero el triunfador real de
las elecciones es Vojislav Seselj, ese nazi que el propio Milosevic amamantó
para que le hiciera las labores sucias, especialmente como jefe de una banda de
asesinos en Bosnia. Así las cosas, tenemos a un criminal de guerra, Milosevic,
con unos 110 escaños, a un nazi, Seselj, con más de 80, a un narciso insensato,
Draskovic, con muchos menos, y a un débil oportunista, Djindjic, sin escaño
alguno, porque en su vanidad creyó que conseguiría suficiente abstención para
anular las elecciones. Trágica suerte la de los serbios europeos que se
resisten a emigrar como han hecho tantos centenares de miles de los más
educados y válidos de sus compatriotas. Y trágica es la suerte de los vecinos
de este pueblo que se castiga y castiga a los demás. Porque nadie está seguro
en la zona de mando o influencia de la satrapía electa de Milosevic.
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