Por HERMANN TERTSCH
El País, Madrid,
29.06.97
Funcionarios y políticos preparan una imposición de nuevas
normas en este idioma
En Alemania se fragua actualmente -el hecho está ocurriendo
de forma lenta, pero constante- un conflicto abierto entre un amplio frente
organizado de escritores, académicos e intelectuales, defensores de la
ortografía tradicional, y funcionarios de la educación, ciertos lingüistas y
políticos, dispuestos a imponer una nueva norma, radicalmente simplificada, en
las escuelas alemanas. La ortografía está a punto de desencadenar una guerra
que muy probablemente acabe siendo una cuestión constitucional a debatir en el
Parlamento y ante el máximo tribunal alemán.
La ortografía en la Europa de lengua alemana siempre fue
objeto de controversia. La gran variedad de dialectos y pronunciaciones del
alemán, desde el del sur de Dinamarca hasta el sajón y el suabo de Rumanía,
hace difícil que sin reglas escritas rígidas se pueda hablar de unidad de la
lengua alemana. Las reglas vigentes son fruto de la conferencia estatal de 1901,
incorporadas posteriormente al diccionario de Konrad Duden. Todos los intentos
de reformas de la muy compleja ortografía alemana fracasaron. La reforma
aprobada por la conferencia de ministros de Cultura federales y de Suiza y
Austria debería entrar en vigor en 1998. Durante un periodo transitorio hasta
el 2005 se aceptarían tanto las nuevas como las viejas reglas. Todo parecía, por
tanto, atado con rigor germano.
Y, sin embargo, escritores, académicos y gran parte de la
población han puesto el grito en el cielo. Consideran, como señaló
recientemente la Academia Alemana para la Lengua y la Literatura, que
"esta reforma pone inútilmente en peligro la unidad de la ortografía
alemana". Miembros de esta academia y una comisión de lingüistas convocada
por ésta se reunirán la semana próxima de nuevo en Darmstadt para enumerar los
problemas y defectos de la reforma, denunciar una vez más sus peligros y
coordinar posibles acciones para impedir que llegue a consumarse. Quieren
evitar a toda costa este disparate según ha comentado uno de ellos.
Especialmente grave consideran los críticos los cambios
introducidos en la separación de palabras compuestas, tan frecuentes en
alemán. Pero también la utilización de mayúsculas y minúsculas es motivo de
gran controversia. En realidad, parece que lo único que quieren funcionarios y
políticos es adecuar las reglas a los errores ortográficos más comunes hoy día
en las escuelas. La perversión que supone el concepto de adecuar las normas al
error para legitimar éste puede tener terribles consecuencias para las
generaciones futuras de alemanes. Pronto podrían serles prácticamente
indescifrables los textos de Günter Grass, Rainer Maria Rilke, Thomas Mann o
Goethe.
Las reglas de escritura, esa dolorosa asignatura de la
ortografía, levantan oleadas de polémica, y no sólo entre hispanohablantes,
cuando García Márquez solicita su plena abolición. En muchas partes de este
mundo hay iconoclastas, por convicción, por ideología o por vana coquetería. Lo
que en unos sitios es una simpática boutade para escandalizar a una
audiencia más o menos solemne, en otros se convierte en serios planes para
poner patas arriba las normas que regulan la escritura de una lengua. Y en
algunos casos, la reforma, auspiciada por el reduccionismo general de los
ideólogos de la enseñanza y la cultura a la baja, amenaza con hacer de una
lengua otra, con romper una continuidad forjada en siglos y con hacer poco
menos que ininteligible para futuras generaciones los legados literarios
previos a los cambios.
En todos los países existen tensiones entre quienes
defienden la simplificación de las reglas y quienes se consideran guardianes de
la lengua. De ahí que las instituciones que pulen y dan esplendor se rigen por
el principio de sancionar lo ya cambiado en las lenguas vivas. Pero hay casos
en que la doctrina de la simplificación induce a funcionarios y políticos a
inventar normas ortográficas según la ley del mínimo esfuerzo. Alemania es hoy
un caso semejante. El riesgo de tales iniciativas es grande y son muchos ya los
que se rebelan contra esta búsqueda del mínimo denominador común y la facilidad
y simpleza como máximas.
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