Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
14.06.97
TRIBUNA
De Kanzlerdaemmerung ha calificado la actual
situación política alemana una de las cabezas más lúcidas del Bundestag, el
líder de los Verdes, Joschka Fischer. Es "el ocaso del canciller", en
evocación wagneriana. El canciller Helmut Kohl se encuentra de hecho hoy, pocas
semanas después de anunciar que se presentará a las elecciones federales en
1998, en el momento de mayor debilidad desde que llegó al poder en 1982. Es cierto
que este inmenso renano ha estado antes en graves dificultades que supo
superar, que muchas veces se anunció su muerte política y siempre logró
recuperarse para estupor y sorpresa de unos adversarios que han reincidido
siempre en el error de infravalorarlo. Pero hoy la situación es distinta. La
coalición entre su partido, la CDU, y los liberales del FDP está paralizada. En
el propio partido de Kohl aumentan las resistencias a la unión monetaria. Su
credibilidad ha sufrido un durísimo revés en su pulso con el Bundesbank por la
proyectada revalorización del oro, una operación ni mucho menos tan disparatada
como se ha dicho.
El escepticismo de la población hacia el compromiso de Kohl
con este proceso de unión europea crece día a día. Según un sondeo del
Instituto Allensbach, publicado el jueves, el 52% de los alemanes se opone a
renunciar al marco a favor del euro. Y el gran partido de la oposición, el SPD,
tiene posibilidades de ganarle. Siempre que no opte por el suicidio que
supondría la elección del campeón del fracaso, Oskar Lafontaine, como candidato
a canciller.
Y, sin embargo, lo que algunos llaman la obsesión de Kohl
por la unión monetaria y política tiene buenas y fuertes razones, aunque se
multipliquen ahora las reservas a procedimientos, criterios y plazos
establecidos. Kohl tiene miedo. Es el miedo que da la responsabilidad de quien,
por mucho que se le descalifique, piensa en categorías históricas. Tiene miedo
a que, si fracasa este proyecto, Europa no pueda reemprenderlo en mucho tiempo.
Y que cuando quiera hacerlo sea tarde.
Porque quienes ven este proyecto como un mero plan de
ampliación de un zoco no tienen en cuenta lo rápido que pueden cambiar las
situaciones internas en los países y las relaciones entre ellos. La corta
memoria y el desprecio a la historia les hacen ignorar que la era de
estabilidad política y militar en Europa ha sido muy breve, aun siendo la más
larga jamás habida.
Hay cierta arrogancia temeraria en la seguridad de aquellos
que piensan que las sociedades y los Estados europeos se van a tratar siempre
con la exquisitez a que nos ha acostumbrado la convivencia de las democracias
en el último medio siglo. Pese a las diferencias y tensiones habidas en este
periodo, nunca en la historia los Estados habían tenido tanto respeto a los intereses
de los demás. Pero esto no es, ni mucho menos, una condición inmutable. Y si
antes el incentivo para estas relaciones entre los Estados era la defensa común
frente a la amenaza soviética, la nueva Europa, más grande, mucho más compleja
y con muchas incógnitas ante el siglo XXI, necesita, y de forma urgente, un
marco político que haga del todo imposible la recaída hacia unas fórmulas de
alianzas antagónicas, pactos contra terceros y operaciones en solitario que
vulneren derechos e intereses de vecinos. Kohl, el último canciller alemán que
vivió conscientemente la última guerra, sabe que sus compatriotas estarían
entre los más tentados al aventurerismo si se desvaneciera el marco integrador.
Los electorados son volubles y la historia da muchas vueltas. Hay quien
considera una terrible exageración que Kohl hable de la unión como "una
cuestión de guerra y paz para el siglo XXI". Es un esfuerzo justificado
por impedir que entre tanto árbol procedimental y miedo escénico dejemos de ver
el bosque del gran reto histórico que es hacer imposible que Europa reanude su
trágica historia.
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