martes, 25 de abril de 2017

PRIORIDADES EN CALCUTA

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Calcuta, 12.09.97

Son ciertos los hechos en los que se basan las críticas que se han vertido en los últimos días en Occidente sobre la forma de combatir la miseria de la madre Teresa. Es cierto que ignoraba los criterios médicos con harta frecuencia y que mezclaba a tuberculosos con tullidos, ancianos, niños y leprosos. Es cierto que nunca puso en duda el orden social y político. Y que se codeó con poderosos de toda calaña, incluidos Baby Doc de Haití o Ceausescu de Rumanía. Es verdad que nunca quiso entrar en el debate sobre grandes ideas ni luchar por soluciones que fueran más allá de los parches de la caridad. Y que la guiaba un culto a la pasión que no intenta evitar el sufrimiento, sino se reconforta con el mismo. En el alivio del sufriente, ella y sus seguidores han encontrado el sentido a la vida. Nunca combatieron las causas, sino los efectos de la abismal miseria que se extiende por el mundo desde Goa a Nueva York, desde Buenos Aires a Kisangali.
Y sin embargo, en este inmenso pozo negro que son los suburbios de Calcuta, en los que centenares de miles de personas viven en chozas de caña y hojas de palmera y juncos, casi sumergidos ahora, al final de la temporada de lluvias monzónicas, en un mar de lodo y aguas fecales, las disquisiciones sociológicas occidentales sobre la corrección política de la madre Teresa pierden todo sentido. Se convierten en puro sarcasmo. Las prioridades aquí son muy distintas a las de los miradores críticos del Primer Mundo.

El ejército de mendigos en el centro son la élite de los desharrapados y aún luchan por conseguir algo para comer ese día y llegar al siguiente. Los leprosos en los suburbios, sin dedos en pies y manos, tumbados sobre un cartón en el barro, que intentan conmover a la limosna a gentes de vida casi tan miserable como la propia, no entienden de mejoras sociales. Hay veces que nadie se entera de que han muerto hasta que los cuervos, que hacen estremecer con sus graznidos esos pestilentes paisajes, se ponen a picotear sus cuerpos. A esta gente la llevaba a morir, que no a curar, la madre Teresa a sus casas de acogida. No hay esperanza que darles en este mundo, se decía. Aquí le dan la razón. Toda Calcuta, los musulmanes y los hindúes, la ínfima minoría cristiana, todas las castas se lo agradecen ahora con emoción.

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