Por HERMANN TERTSCH
El País, Calcuta,
12.09.97
Son ciertos los hechos en los que se basan las críticas que
se han vertido en los últimos días en Occidente sobre la forma de combatir la
miseria de la madre Teresa. Es cierto que ignoraba los criterios médicos con
harta frecuencia y que mezclaba a tuberculosos con tullidos, ancianos, niños y
leprosos. Es cierto que nunca puso en duda el orden social y político. Y que se
codeó con poderosos de toda calaña, incluidos Baby Doc de Haití o Ceausescu de
Rumanía. Es verdad que nunca quiso entrar en el debate sobre grandes ideas ni
luchar por soluciones que fueran más allá de los parches de la caridad. Y que
la guiaba un culto a la pasión que no intenta evitar el sufrimiento, sino se reconforta
con el mismo. En el alivio del sufriente, ella y sus seguidores han encontrado
el sentido a la vida. Nunca combatieron las causas, sino los efectos de la
abismal miseria que se extiende por el mundo desde Goa a Nueva York, desde
Buenos Aires a Kisangali.
Y sin embargo, en este inmenso pozo negro que son los
suburbios de Calcuta, en los que centenares de miles de personas viven en
chozas de caña y hojas de palmera y juncos, casi sumergidos ahora, al final de
la temporada de lluvias monzónicas, en un mar de lodo y aguas fecales, las
disquisiciones sociológicas occidentales sobre la corrección política de la
madre Teresa pierden todo sentido. Se convierten en puro sarcasmo. Las
prioridades aquí son muy distintas a las de los miradores críticos del Primer
Mundo.
El ejército de mendigos en el centro son la élite de los
desharrapados y aún luchan por conseguir algo para comer ese día y llegar al
siguiente. Los leprosos en los suburbios, sin dedos en pies y manos, tumbados
sobre un cartón en el barro, que intentan conmover a la limosna a gentes de
vida casi tan miserable como la propia, no entienden de mejoras sociales. Hay
veces que nadie se entera de que han muerto hasta que los cuervos, que hacen
estremecer con sus graznidos esos pestilentes paisajes, se ponen a picotear sus
cuerpos. A esta gente la llevaba a morir, que no a curar, la madre Teresa a sus
casas de acogida. No hay esperanza que darles en este mundo, se decía. Aquí le
dan la razón. Toda Calcuta, los musulmanes y los hindúes, la ínfima minoría
cristiana, todas las castas se lo agradecen ahora con emoción.
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