Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
03.10.95
TRIBUNA: ANÁLISIS
Hubiera sido reconfortante dejarse convencer por los
entusiasmos de algunos con la cumbre de Mallorca. Y, sin embargo, es terca la
impresión de que aquello sólo ha sido augurio y síntoma de grandes problemas.
Mallorca ha reflejado lo que más ansiaban los histriones antieuropeístas de los
bancos superiores de la Casa de los Comunes. El sueño de la Unión Política es
de nuevo lejano. Quienes aún hablan de la unión monetaria para 1999 hacen
prestidigitación. Simulan que nos engañan sabiendo que sabemos que lo
intentan. La historia ofrece oportunidades o las quita. Y precisamente esto
último parece habernos pasado con Maastricht. El futuro de la Unión Europea se
complica y mucho. Parecía, hace unos años que todo iba a ser más fácil, y quizá
lo hubiera sido de haber sido todo distinto. Habría sido más fácil unir a los
ricos con los menos pobres en Occidente, si se hubiera mantenido allende el
Elba un imperio ideológicamente kosher para Anguita y una Alemania
convenientemente dividida.
Pero todo se ha enrevesado con retos imprevistos como la
ampliación al Este, las crisis financieras al baile de George Soros y otros,
etc... Las cosas van a peor, y algunos ya saben por qué ha sido. Y buscan
culpables. Surgen los analistas que ven dos causantes de todos los males que
aquejan a España y al mundo: por supuesto aquí Felipe González, pero ante todo
Alemania. Algún capitán de la mesura ha comparado la actitud de Volkswagen con
Seat con un nuevo Auschwitz. Kohl es Bismarck o incluso Hitler. Quiere
imponernos la ley teutónica. Berlín toma el relevo de Washington como centro de
la perversión, según estos grandes adalides del matiz. Como antes hacía el
Pentágono, son ahora Tietmeyer, Pöhl, Schaeuble, Waigel y Kohl los que
diariamente se reúnen para acordar cómo hacer la puñeta a todos sus socios y,
en caso de rebeldía, aplastarlos con las nuevas Panzerdivisionen del
Bundesbank. Si los alemanes, equivocados o no, defienden lo que consideran sus
intereses, son nazis redivivos, pero si España no defiende sus intereses
arrebatando a tiros a Marruecos hasta el último caladero es porque González
hace dejación traidora de nuestros intereses.
Alemania es desde hace ahora un lustro un Estado grande, demasiado
grande para algunos. Eso ya tiene difícil arreglo. Las dificultades de
encontrar un denominador común, especialmente en el terreno monetario, entre
una economía de potencia, las debilitadas de algunos países y las extenuadas de
otros son evidentes. Requieren la renuncia al matonismo del grande, como exige
el ex canciller alemán Helmut Schmidt, pero también rigor y autodisciplina de
los demás. "Y realismo en los objetivos y plazos".
Pero aquí se están aliando en el juego del desprestigio de
la Unión demagogos de tertulia, profesionales de la subvención y
paleocomunistas ilustradillos. Y cuentan con el curioso apoyo de banqueros
celosos de su influencia en Frankfurt, productores de foie subvencionados y
británicos extraídos de los Pickwick Papers. A nadie parece convencerle el
simple argumento de que es improbable que Alemania inmole el marco y su
economía para hacerlas depender de la suerte de pesetas, dracmas o francos.
Kohl es el último canciller de vocación europeísta en
Alemania, consciente de que en la unidad europea se basa la seguridad europea
del próximo siglo. Sus sucesores serán líderes nacionales como Chirac o
cualquier Primer ministro británico. Por eso apremia el tiempo. Sin la unión
monetaria no habrá unión política. Y sin una Gran Europa Unida con Alemania
firmemente anclada en su seno, ésta puede redescubrir su vocación de poder
neutral, equidistante de Este y Oeste. Entonces sí habremos regenerado el
peligro para la estabilidad y seguridad de un continente compuesto por una
potencia rodeada de enanos. Para los enanos la amenaza es clara. Para el
gigante, cercado por el antialemanismo, también.
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