Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
20.12.97
TRIBUNA
El presidente norteamericano Bill Clinton ha anunciado que
renuncia a retirar sus tropas de Bosnia en junio próximo, fecha límite que
había declarado inamovible en su día. Al parecer, Clinton comienza a entender
los problemas de aquella región. Es una buena noticia. Todo aquel mínimamente
familiarizado con la situación en Bosnia le podía haber dicho al presidente
Clinton lo que le han repetido una y otra vez, y al final con éxito, el
secretario general de la OTAN, Javier Solana, y los líderes europeos con tropas
en la zona. Que no es otra cosa que dejar claro que si los norteamericanos se
van, se desmorona la fuerza internacional presente en Bosnia, y sin dicha
fuerza el estallido de una nueva guerra es cuestión de meses. Clinton parece
haber aprendido tanto que ha resistido a la tentación de establecer una nueva
fecha límite para la estancia de sus más de 8.000 hombres en Bosnia. Dice tan
solo que no se quedarán hasta que todos los habitantes de la región se lleven
tan bien entre ellos como para estar deseando beber té juntos. No se compromete
mucho el presidente con esta frase. Mejor así. Hay muchos indicios de que el
vacío creado por la ausencia de las tropas internacionales en este momento
haría casi irresistible la tentación de los bosnios, ya mucho mejor armados
gracias en gran parte a los suministros norteamericanos de armas, de corregir
las fronteras actuales a su favor. La capacidad de resistencia de los
serbobosnios está bajo mínimos y la disposición de Serbia de ayudar es más que
dudosa.
Sobre todo porque a Serbia le ha surgido un nuevo frente muy
serio en el sur, en Kosovo, y no puede ya prácticamente contar con el apoyo de
su hermano menor en la nueva Yugoslavia, la otrora fiel Montenegro, nada
dispuesta a nuevas aventuras militares. Decidida la continuidad de la presencia
de las tropas norteamericanas, y por tanto de todas las fuerzas SFOR en Bosnia,
la gran amenaza para la paz en los Balcanes es de nuevo Kosovo.
Allí comenzó toda la crisis balcánica. Allí comenzó Slobodan
Milosevic su cruzada por la hegemonía serbia que destruyó la Federación
Yugoslava e hizo arder toda la región. Ahora, liquidado incluso el sueño de la
Gran Serbia, con Belgrado como la gran derrotada de aquella aventura criminal
de supremacía, los albaneses de Kosovo parecen considerar que ha llegado la
hora de forzar la lucha por sus derechos. Los albaneses son el 90% de la
población de la provincia, y viven en un régimen de apartheid y
brutal discriminación y represión bajo un 10% de serbios y su policía y
milicia.
Durante ya casi diez años, los albaneses han aguantado
estoicamente esta situación recurriendo sólo a la resistencia pacífica. El
líder de esta protesta no violenta ha sido el presidente electo de los
albaneses, Ibrahim Rugova, un intelectual convencido de que la violencia no
llevaría a su pueblo sino al desastre. Sin embargo, la autoridad de Rugova ha
sufrido un grave deterioro. Desde que se produjeron las catastróficas derrotas
de las fuerzas serbias en Croacia y Bosnia, cada vez son más los albaneses que
consideran que Serbia es también militarmente vulnerable en el sur, en aquella
región.
Durante muchos años, los medios serbios se inventaron las
agresiones de los albaneses contra sus fuerzas de seguridad y la población
serbia para utilizarlas como pretexto para su represión y el recorte de
libertades. Ahora, sin embargo, aquellas mentiras toman realidad. Cada vez son
más los atentados de comandos del Ejército de Liberación de Kosovo (UCK) contra
la milicia, autoridades serbias y albaneses acusados de colaboracionismo con
las fuerzas serbias. Cada vez son más las zonas que las fuerzas serbias no
transitan de noche y algunas en las que ni siquiera de día.
Si Clinton quiere sacar a sus tropas antes del próximo
milenio debería hacer todo lo posible para que Belgrado se avenga por fin a
conceder una amplia autonomía a los albaneses de Kosovo. Quizás sea tarde
incluso para eso. Pero sin este cambio de política de Belgrado hacia los
albaneses, puede que pronto hagan falta más soldados para desplegarlos en las
faldas de las montañas malditas que separan a los albaneses de Kosovo de los de
Albania.
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