Por HERMANN TERTSCH
El País Domingo,
23.07.95
TRIBUNA
Nos lo cuenta el analista que últimamente parece haber
relevado a otro como gran favorito de esa embajada de Serbia que,
incomprensiblemente, sigue abierta en este país: "Si los musulmanes no
hubieran roto la tregua de invierno, los serbios nunca se hubieran lanzado a
completar la limpieza étnica en estos enclaves". Frente a esa
embajada se concentraron ayer algunos cientos de personas que piensan que, si
nos negamos a abrirle legación a ETA en la capital del Reino, no tenemos por
qué hacer excepciones con organizaciones o estados que matan con mayor
efectividad. En Barcelona los manifestantes fueron más de 20.000, con el
presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, el alcalde Pascual Maragall y el
eurodiputado José María Mendiluce a la cabeza. Lo que demuestra una vez más las
diferencias entre Madrid y Barcelona, en sensibilidad europea y en articulación
social. Tanto se grita y se insulta en Madrid durante la semana que, cuando
ésta concluye, no hay muchos capaces de indignarse siquiera ante el crimen. Otra
columnista nos aclara que los cientos de jóvenes bosnios que en los últimos
días ha ejecutado Karadzic en Bratunac (sí, señores, cientos en estos últimos
días) y las muchas decenas de miles de civiles que han muerto en Bosnia bajo
bombardeos serbios son víctimas de Izetbegovic que se niega a aceptar la
rendición. Los asesinos se defienden porque las víctimas no dejan de
provocarlos.
Es la continua demostración de la duplicidad moral y el
pensamiento débil que nos azota y aburre. Te violan durante tres años en tu
casa y cuando intentas pegarle con un candelabro al intruso canalla, armado él
con una estupenda metralleta, te tachan de violento. Por las mismas, Aldaya fue
un irresponsable por ahorrar, crear una empresa de transportes y construirse un
chalet en Fuenterrabía y los padres de Anabel Segura provocaron a los
secuestradores comprándose una casa en La Moraleja.
Más de tres cuartas partes de este Viejo Continente están
compuestas por gentes que no vivieron conscientemente el nazismo. Era fácil en
los años cuarenta, incluso para los vecinos de Auschwitz, Sachsenhausen y
Buchenwald, decir que jamás supieron nada de lo acaecido en aquellos siniestros
complejos de la muerte industrial. Pero hoy, saber que sabemos es una sensación
nueva, terrible, que corroe las conciencias del Viejo Continente y está ya
minando sus cimientos políticos y sociales.
Sigo sin creer que, con su trágica experiencia, Europa esté
tan abotargada por hedonismo, autocomplacencia y autoconmiseración como para
ignorar lo que supone invitar al asesino vocacional a compartir vivienda. Habrá
intervención militar. La cuestión es cuándo. Hace tres años una amenaza con
suficiente credibilidad quizás hubiera sido suficiente para demostrar que el
crimen tiene castigo. Hoy el coste será más alto. Pero aumenta día a día.
Es simplemente necio pensar que los serbios que han
luchado, sufrido y muerto por acabar con la presencia de musulmanes en lo que
están convencidos será la región occidental de su nueva Gran Serbia en lo que
hoy es Bosnia, van a tolerar la existencia de dos millones de albaneses, en su
mayoría musulmanes, en Kosovo. Y es una imbecilidad creer que si los serbios
logran depurar étnicamente los territorios de su nuevo Estado, otros
muchos pueblos desde el Adriático a Vladivostok no van a recurrir a esta vía
sangrienta para acabar con sus respectivos problemas de convivencia
interétnica.
Creen algunos por aquí que salvaremos intereses a corto
plazo tirando por la borda los principios de la multiculturalidad, la
pluralidad y la ciudadanía para negociar un pacto de feliz compadreo con los
nuevos caudillos de la tribu y la raza. En Bosnia, por supuesto. No aquí. Pues
están equivocados. Irán por la borda principios e intereses. Estamos, señores,
en una lucha de civilizaciones. Si la tribu triunfa en los Balcanes, nos
acosarán desde nuestros propios sótanos aquellos que, envalentonados, creen en
el mito de la raza y desprecian al individuo. Si abdicamos de nuestros principios
allí, habremos dado un gran paso hacia la destrucción de nuestras sociedades
libres. Aquí ya no se trata de filantropía, es pura autodefensa.
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