Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
08.06.95
TRIBUNA
Jamás se conocieron. De haberlo hecho, fácilmente hubieran
sentido mutua repugnancia. El azar ha querido que sus biografías -las
oficiales- se cruzaran en la actualidad. Uno moría en Belgrado cuando el otro
gozaba en Madrid de la hospitalidad oficial. Se sentirían insultados de saberse
aún remotamente asociados. Pero son dos hombres que ilustran bien -por ser
extremos- conductas políticas, conceptos de vida y lo que podemos llamar la pasta de
la que se hace el carácter. En un polo estaría Milovan Djilas, un anciano con la
vista rota de estudiar y mirar al mundo con voluntad de saber y entender, que
murió en su casa en Belgrado, rodeado de libros y de respeto, en paz consigo y
con lucidez desapasionada y cariñosa hacia el mundo. Hombre de larguísima
trayectoria política, siempre arriesgada, siempre sincera, solía asegurar
haberse equivocado un millón de veces. Siempre se pidió cuentas por ello, y al
arrepentimiento seguía, con el rigor que sólo de sí mismo exigía, la enmienda.
Fue comunista contra la injusticia y el despotismo de la monarquía serbia de
los Karadjorjevic, fue partisano contra la invasión criminal de los nazis
alemanes y disidente contra el nepotismo sátrapa de Tito. Fue muy pronto un
hombre sabio mientras su ex camarada, ya jefe del Estado, sucumbía a la
adulación y a la delectación del poder. Fue siempre victorioso en sus luchas.
Jamás participó en el reparto del botín resultante.
Mientras se iba aquel gran testigo de este siglo, estaba en
Madrid, en una delegación del Senado rumano, su actual secretario, Corneliu
Vadim Tudor. Poeta y trovador de Ceausescu, fue el más celoso de los aduladores
profesionales que forjaban las hiperbólicas elegías al glorioso Conducator.
Mientras sus compatriotas sufrían y morían en cárceles, mientras los niños
rumanos enfermaban por la miseria y crónica desnutrición y la Securitate
sembraba el terror, Vadim Tudor cantaba al titán de los titanes. Y trincaba
ansioso la calderilla de privilegios de su amo.
Días después de la caída de Ceausescu, estuvo a punto de ser
linchado por unos estudiantes que lloraban a sus compañeros asesinados en las
manifestaciones previas a la Navidad de 1989. Huyó saltando unas vallas con la
agilidad que da el pánico pese a estar ya por entonces casi tan obeso como hoy.
Estar gordo entonces en Bucarest no era fácil. Pero entre las babosas de la
corte de Ceausescu Vadim Tudor era la más insaciable.
La falta de dignidad y vergüenza lo ha hecho inmune a los
avatares de la historia. Vadim Tudor retornó al éxito. Fundó la
revista Romania Mare (Gran Rumanía) y después un partido político con
el mismo nombre. Y se dedicó desde esta tribuna a agitar los más bajos
instintos de la población rumana. Con su antisemitismo venenoso, el nacionalismo
y la mitología pararreligiosa es uno de los grandes contribuyentes a mantener a
Rumanía en un ambiente de oscurantismo, tan bien aprovechado políticamente por
fascistas y los neocomunistas del entorno del presidente Iliescu, para impedir
que los rumanos avancen hacia una sociedad abierta, libre y articulada.
Su partido forma parte de la alianza rojiparda en el poder.
Hoy canta a la Iglesia ortodoxa y al mito nacional en cruzada contra la
conspiración judía como antes lo hacía a los "milagros del pensamiento y
la obra del glorioso timonel". Vadim Tudor miente hoy como mentía antes.
Eso sí, jamás se equivoca. Impermeable a la vergüenza, vive gozoso glotoneando
por las viscosas espumas del privilegio. Lealtad y dignidad se le antojan
manías de pardillo. Él sólo es fiel a su método. Y campeón del medro. Ya es un
hombre inmensamente rico.
Djilas caía en el error y se levantaba, dudaba, sufría y
rectificaba. Vadim Tudor, no. Regurgita coherencia y satisfacción. Dos
biografías balcánicas sin duda. Pero también por estos lares conviene recordar
de cuando en cuando que hay formas y formas de caminar por la vida.
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