Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
06.07.95
TRIBUNA
Hemos pasado lustros llorando porque nuestros vecinos
franceses no nos entregaban a nuestros nazis, dedicados al terrorismo
disfrazado de vasquismo. Los queríamos, y queremos, juzgados justamente,
condenados y encarcelados para que cumplan sus penas por crímenes contra
ciudadanos, contra la sociedad y contra la democracia. Y nos indignaba con
razón cuando delincuentes tras las siglas de ETA conseguían comprensión y, mucho
peor aún, asilo en Francia. Si hay algún beneficio palpable directamente por
parte de las ciudadanías europeas en la nueva Unión está en el desmantelamiento
de las fronteras internas. Una vertiente de este proceso que es vital para la
autodefensa de las sociedades democráticas es la unificación del espacio
policial y jurídico. Este proceso está muy retrasado, lo que crea situaciones
grotescas. Véase, por ejemplo, el hecho de que España esté dando cobijo a un
destacado dirigente nazi austríaco que vive tranquilamente en Barcelona, pese a
las solicitudes de extradición llegadas a España desde Viena.
Diversos salvapatrias me han convencido ya de que si no cae
el Gobierno de Felipe González estamos a punto de pasar de la dictadura
silenciosa al Apocalipsis. Sé ya, gracias a plumas férreas de la depuración de
nuestras almas, que la transición política fue mala. También soy consciente de
que esta democracia es corrupta e inservible y de que urge una regeneración que
se aprestan a aplicarnos con fiereza sus valedores intelectuales, tan
desinteresados ellos que no son de este mundo. Lo que no sabía aún es que, en
este acelerado progreso hacia el pasado -que nunca, por supuesto, fue peor que
esto de ahora- habíamos llegado ya a convertirnos de nuevo en santuario para
criminales nazis. ¿Necesitamos un nuevo Degrelle que mancille el derecho al
asilo?
La policía austriaca sospecha que Gerd Hosnik está implicado
en la red terrorista nazi que ha enviado cartas bomba, y herido, a varias
personalidades en Austria y Alemania. Se le acusa además de dirigir una de las
imprentas nazis más activas en la agitación racista y antisemita de Europa.
Cataluña ha logrado el dudoso honor de ser ya, con algún Estado norteamericano,
principal fuente de libros, manuales de violencia callejera y panfletos
racistas que alimentan las redes del neonazismo en Europa central y oriental.
Con matasellos de Salou y Barcelona llegan a estos grupos entre Colonia y
Moscú.
Mal servicio hacemos a las democracias establecidas, pero
peor aún a las orientales, donde los agitadores del odio racial como Hosnik
cosechan considerables éxitos. Algunos de los incendiarios de casas de turcos
en Alemania o gitanos en Rumanía o la república checa y mafiosos nazis en
Rusia pueden estar siendo inspirados en su lucha por Hosnik y sus amigos
catalanes.
Convendría que Hosnik estuviera cuanto antes ante los
tribunales austriacos y se ponga fin a tan pertinaz como inmerecida
hospitalidad. Dudo que jueces, policía y ciudadanía estén en Barcelona y Salou
muy celosos de mantener en su vecindario a este personaje. España ya tiene su
cosecha propia y siempre excesiva de nazis. Seguiremos aplaudiendo que nos
entreguen a los nuestros, sean cabezas rapadas, nazis de esvástica o de hacha y
serpiente, para que cumplan sus condenas, no por pensar en claves criminales,
sino por los delitos inducidos por ellas. La tarjeta de residencia de Hosnik se
la pueden otorgar a un marroquí o a uno de los africanos que esperan hacinados
en Ceuta una salida a su dramática situación. Lo agradecerá el agraciado, lo
agradecerá Austria y lo agradeceremos todos los que creemos que las democracias
deben ser firmes y solidarias en su autodefensa contra los enemigos comunes.
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