Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
03.04.97
TRIBUNA
Si algo está claro ya en los juicios que se celebran en
Madrid contra dos grupos de supuestos ultraderechistas por la muerte de dos
jóvenes en sendos incidentes muy similares es que los principales acusados
consideran no haber hecho nada malo. "Sólo le di una cuchillada en el
muslo" a otro agredido, dice uno de ellos. "Sólo le pegué una patada
en la cabeza", dice el otro. Según la acusación, en un caso, la cuchillada
no fue en el muslo, no fue a otro agredido, sino a la víctima, y además fue en
el corazón y mortal. En el otro caso juzgado, testigos aseguran que el acusado
tomó carrerilla y saltó para caer con máxima violencia con su bota con suela de
tacos y remaches metálicos sobre la cabeza de la víctima, ya inerme en el
suelo. Habrá que esperar a la sentencia para saber si José Cristóbal Castejón,
alias El Mallorquín, y Miguel Ángel Castellanos son culpables directos de
matar a Ricardo Martínez y David Martín, respectivamente. El matiz
judicialmente relevante parece estar en determinar qué golpe, qué cuchillada
fue letal.
Pero lo realmente estremecedor es comprobar que todos, los
12 acusados en los dos casos, son absolutamente intercambiables entre sí. Que
todos podían haber matado a Ricardo y a David. Porque a todos ellos les parecía
poco más que un juego infligir el máximo daño y dolor a un individuo indefenso
que casualmente se habían encontrado en una "salida de copas".
Resulta sobrecogedor escuchar las chulescas declaraciones de
los acusados con esa chusca banalizacíón de los hechos, sus causas y
consecuencias. Ninguno muestra conciencia alguna de haber obrado mal
colaborando, decisivamente o no, en matar a un joven. Se declaran inocentes del
golpe mortal, pero no parecen haber empleado ni un solo minuto -en los más de
18 meses que median entre los crímenes y el juicio- en ponerse en el lugar de
la víctima o de sus familiares. O en lamentar algo que no sean las
consecuencias que los hechos han tenido para ellos. Como si las víctimas hubieran
cometido una grosería muriéndose y haciéndoles pasar ahora por este engorroso
trámite del juicio y la cárcel.
Uno asegura no ser un nazi, pero dice también que agredió a
la víctima porque oyó que alguien decía que "los nazis son unos hijos de
puta". Otro denigra a la víctima por punki, la descalifica y deshumaniza
para trivializar el crimen. Si supieran algo de algo estos jóvenes de la
violencia chata y chula entenderían que el juicio, mucho más aún que el crimen,
demuestra lo nazis que son todos ellos.
Estos militantes de la ignorancia, de la violencia y la
arrogancia tonta son la más triste demostración de un fracaso colectivo en la
formación de personas libres y dignas. En el fondo, da igual quién de todos
ellos mató a Ricardo y David, quién dio el golpe más brutal y la puñalada más
certera. Lo grave es saber que nuestra sociedad genera individuos como los
ahora juzgados, castrados de sentimientos, impotentes para la compasión para el
luto y la vergüenza.
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