Por HERMANN TERTSCH
El País Lunes,
24.04.95
TRIBUNA
Los comunistas en Europa llegaron a estar convencidos de que
el sistema que implantaron a golpe de bayoneta e interrogatorio en la Lubianka
iba a durar, no ya mil años como soñaba Hitler para el III Reich, sino hasta el
final de los tiempos. La historia los ha hecho más humildes. Así, en España, el
Partido Comunista de España (PCE) cumple 75 años de existencia y sus líderes lo
celebran. Algún motivo tienen. Porque tal longevidad ya no se sobreentiende. La
mayoría de los partidos hermanos decidieron hace años disolverse,
renegar de nombre y trayectoria o convertirse en sectas para aquellos que
quieren seguir fabulando la historia para acomodarla a sus biografías,
pergeñadas o reales. Aquí no, porque nuestros comunistas nada tienen que ver
con desviaciones o errores del pasado. Han sido siempre
independientes, demócratas y víctimas, jamás verdugos. Con los comunistas en
otras latitudes les une el ser "hijos de la revolución rusa"
(Anguita dixit).
Los cumpleaños invitan al elogio y parabién. Vaya por ello
por delante la expresión de respeto a miles de comunistas honestos que, en
España y otros muchos países, participaron en lo que creyeron la lucha más
decidida por una sociedad justa. En España con la virtud añadida de haber
llegado en su día a la conclusión de que aquélla era inseparable de la apuesta
por la democracia.
El feliz cumpleaños ha servido para que Anguita, coordinador
general de Izquierda Unida y secretario general del PCE, dejara de hablar desde
la globalizante "opción de la izquierda" y retornara a ese discurso
comunista que parece más propio de su vocación redentora. Evocó con emoción la
revolución rusa y el currículo inmaculado de los abnegados defensores carpetovetónicos
de la herencia de Lenin. Voy a defender yo también aquí a la ideología de
Anguita, responsable de más crímenes que ninguna otra en este sangriento siglo
que ahora acaba. Hay quien asegura hoy que el comunismo es equiparable al
nazismo en su actividad criminal. Dadas las pruebas que los regímenes
comunistas han dejado en todos los países donde gobernaron, podría llegarse a
esa conclusión. Es falsa.
El nazismo es un fenómeno único en su esencia criminal. El movimiento comunista no partió nunca de la necesidad teórica de la liquidación
física del adversario. Y, sin embargo, la práctica ha demostrado que toda
organización comunista que tuvo, no ya el poder estatal, sino mera capacidad
ejecutiva, la usó para escalar puestos en el hit parade del crimen
político. El PCE sólo tuvo ocasión de hacerlo durante la guerra civil. De
haberse impuesto en ella y a la vista de su obediencia a Stalin, es muy difícil
suponer que hubiera sido mejor enemigo de la democracia republicana que los
sediciosos franquistas. Aquí es todavía anatema, lo sé, esta lógica deducción.
La apología de una operación de terror sistemático como la
revolución rusa no contra los zares sólo, como intenta vender Anguita, sino
contra toda la oposición no comunista echa por los suelos su solemne oratoria
de defensa de la democracia. Si aquella orgía de sangre y los millones de
muertos en los gulags le parecen meros efectos colaterales de una
gran gesta emancipadora, ¿a qué viene escandalizarse por dos asesinatos de los
GAL?
Nadie puede perdonar a los nazis en nombre de las víctimas
de Auschwitz. Y nadie puede hacerlo por las del PCE, ni por las de los
comunistas rusos, albaneses o checoslovacos que financiaban sabrosamente a
ciertos señores que aún predican ética política por estos lares. La
"incapacidad para el luto" de que habló Mitscherlich en relación con
los nazis es aplicable a los comunistas que aún hoy ignoran o insultan a los
millones de víctimas de sus experimentos sociales. No se arrodillen, pero
reconozcan los crímenes cometidos en su nombre y muestren respeto a las
víctimas. Porque esa impotencia para el duelo hace sospechar que siguen sin
vacunarse contra la reincidencia.
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